Andrés Cabanas •  Opinión •  10/12/2020

Guatemala: cuando desperté, la constituyente estaba ahí

La Asamblea constituyente plurinacional (popular, antipatriarcal) plantea la defunción de la constitución vigente y este modelo de Estado. Marca una salida a la crisis: las transformaciones estructurales y la construcción de un nuevo modelo de organización. Dice: quedan fuera del escenario y el juego político las reformas parciales de leyes con base en desgastados diálogos institucionales, que solo dan oxígeno al Estado moribundo. Cuándo y cómo se va a registrar el deceso oficial de esta Constitución son otros veinte pesos.

La demanda constituyente amplía la agenda de discusión política. No es solamente la lucha contra la corrupción y por reformas parciales del Estado, como en el ciclo 2015-2020 (que fue importante, por el carácter sistémico de la corrupción y por la politización y concientización de sectores) sino también el abordaje de la desnutrición, el hambre, la falta de atención a la salud, el autoritarismo, el femicidio y el etnocidio, la necesidad de reconstrucción de lo común…

La discusión constituyente visibiliza sectores marginalizados, vincula nuevos actores, facilita la incorporación a la política de otras mayorías. En 2020, casi el 63% de la población guatemalteca tiene menos de 30 años, es decir, nació cuando la constitución actual tenía cuatro años de vigencia. Muchos de los que hoy se manifiestan en las calles no habían nacido cuando se firmaron los Acuerdos de Paz. El Estado actual no los representa. La constituyente es para ellos la oportunidad de construir un Estado con su participación activa, una indumentaria a su gusto y medida.

La constituyente no es un fin, sino instrumento para transformaciones. El alcance de las mismas, el nuevo modelo a construir, sobre todo el modelo económico, son parte de los debates y disputas. Como instrumento, la constituyente no supone, o no debe suponer exclusivamente, una hoja de ruta para alcanzar el poder. Es ejercicio de construcción permanente, acumulación, proceso, el espacio para poder pensar en mayoría sobre el buen convivir propuesto desde los pueblos originarios, las redes de cuidado de la vida de los feminismos, el futuro pospatriarcal y poscolonial…

La constituyente tiene apellidos: popular, plurinacional, antipatriarcal, ¿intergeneracional? ¿de la diversidad sexual? ¿comunitaria?. No hay que tomarse estos nombres a broma. Revelan la diversidad de actores y demandas, al mismo tiempo la interrelación de las opresiones y las luchas. Podemos verlos como riquezas y aportes complejos para desanudar la coyuntura atacando los males de la estructura. Generarán debates y tensiones, que deben ser productivas.

La constituyente une. Ya no es solamente la demanda de los pueblos originarios y las organizaciones sociales, sino de sectores urbanos y sobre todo de la organización articulada de movimientos feministas, juveniles, estudiantes, trabajadores y algunos académicos de la universidad pública y universidades privadas, que han mantenido las movilizaciones masivas en las calles de la capital durante tres fines de semana consecutivos. Por ello no puede convertirse en bandera o consigna de un grupo, sino en ruta por la que pueden transitar todxs.  

La constituyente tiene que ser explosión de creatividad política y social: la búsqueda de lo nuevo que intuimos, el fortalecimiento de lo que ya está: por ejemplo, las formas de organización de los pueblos originarios, la atención a la salud en las comunidades por parte de comadronas y promotores, la agricultura campesina, la soberanía alimentaria como ejes de un nuevo modelo económico, la “politización” de los cuidados que propone el movimiento feminista, el sentir y el pensar de las cosmovisiones maya, garífuna y xinka…  

¿La constituyente es inalcanzable, irrealizable, debemos conformarnos con algo menos ambicioso en la actual correlación de fuerzas? Es el sueño que amplía horizontes de lucha.  

La constituyente es, de por sí, destituyente. No solo de los actores de poder y las instituciones, sino de símbolos, valores, conductas, prácticas, que configuran nuestra cultura política: excluyente, autoritaria, sumamente violenta, promotora de indiferencias y pasividades.

La constituyente destituye o convulsiona liderazgos sociales autonombrados, poco representativos y excluyentes, construidos a fuerza de jerarquizar luchas, imponer consensos, no nombrar o cuestionar otras luchas y liderazgos. Para esta nueva etapa se necesitan formas renovadas de acción política, y otros actores.

Miento si digo que no me sorprende la irrupción del movimiento constituyente, cuando todavía no nos reponemos del paroxismo de gobiernos promilitares, pro empresariales y absolutamente ajenos a las demandas del bien común (OPM, JM y AG), que producían hartazgo y a veces paralización.

Pero la sorpresa constituyente no es improvisación u ocurrencia juvenil. Es la consecuencia del deterioro de este Estado, acelerado por su falta de respuestas a la crisis coyuntural de la pandemia, la crisis de las tormentas y la crisis de alimentación (incremento de la desnutrición crónica y el hambre en amplias zonas del país). Es la confluencia de demandas de sectores sociales, urbanos, estudiantes y feministas (continuidad y a la vez más organizados y fortalecidos en su proyecto ideológico) con la demanda de los pueblos originarios (CODECA, Asamblea Social y Popular, CPO, Waqib’ Kej…).

Cuando desperté, la constituyente estaba ahí.


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