Antonio Santacruz Belmonte •  Opinión •  06/11/2020

Todos son iguales

No vi la intervención de muchos políticos en la reciente moción de censura de Vox. Finalmente, no ha sido tanta penosa perdida de tiempo porque el P.P. no solo ha votado en contra, sino que además ha criticado muy duramente al partido de ultraderecha. De las pocas que he seguido me ha impresionado, por su contundencia y brillantez, la del portavoz de ERC Sr. Rufián. En ella llamaba la atención del gran peligro que supone Vox, de como le marca el paso político al P.P. y, en menor medida a Ciudadanos, y de cómo muchas instituciones están penetradas por su discurso; a la ultraderecha hay que aislarla porque es enemiga de la democracia y, como dice Rufián, tiene como objetivo prioritario instalar en el inconsciente colectivo una sola idea; “Todos son iguales”, “todos los políticos son iguales” por tanto sobran los partidos políticos y se pueden sustituir por cualquier dictadura unipersonal como la que sufrimos durante 40 años. Su mensaje es, sobran los partidos políticos y sobra la democracia. El fascismo solo usa la democracia para acabar con ella.

Más, de pronto, se me atravesó una idea. Me acorde de una frase que verbalizó, ya hace tiempo, la anterior alcaldesa de Madrid Manuela Carmena; “yo veo bien que las alcaldesas seamos independientes de los partidos políticos, porque los partidos políticos tienen intereses de partido”. Carmena se olvidaba, o no, de que los partidos lo forman personas, y de que estas tienen intereses de persona. Si. Las personas también tienen sus intereses. En los partidos políticos hay muchas personas, con intereses, muchas veces, divergentes y hasta enfrentados. Dentro de una cierta ideología política, los partidos (y las personas que lo componen) se dotan de órganos colegiados que toman decisiones, mas o menos democráticamente. Es decir, los poderes personales, y los intereses personales, y las opiniones personales, son contrapesadas por otros poderes, intereses y opiniones de otras personas. Si trazáramos una línea de tiempo de los modelos organizativos de las sociedades humanas, desde los más primitivos y simples a los más evolucionados y complejos, sin duda colocaríamos al comienzo de la línea aquel en que una sola persona toma las decisiones y, en el otro extremo aparecería la toma de decisiones debatida y consensuada. Creo que no hay que defender mucho la idea de que este último es mucho más democrático.

Ella lo decía como algo novedoso, como si hubiera sido su hallazgo de anteayer, incluso con una “pose” progresista. En el fondo se apoyaba, porque tonta no es, en esa opinión tan extendida, tan vieja y tan peligrosa por simple. Si; un tufillo penetrante al “todos son iguales”. “Los partidos tienen intereses de partido”, se podría añadir el calificativo de oscuros, “es mejor que las alcaldesas sean independientes de los partidos”, que no las condicionen, porque… “todos son iguales”, “todos los partidos políticos son iguales”. Menos yo. Y eso, ¿Por qué? ¿Por qué soy más buena?, ¿más generosa?, ¿más lista?, ¿O quizá vengo de un Universo paralelo mucho más evolucionado que este? En realidad, estaba defendiendo algo muy antiguo, lo que decía en el fondo, es que se manda más cómodamente si las decisiones las toma uno sólo, sin tener que dar explicaciones a nadie y mucho menos confrontar ideas con alguien. Y esto lo decía, casualmente, cuando era ella quien mandaba. Eso es el caudillismo de toda la vida.

¡Claro! Ahora entiendo. Por esto del caudillismo se me encendió la bombilla al oír a Rufián hablar del peligro de Vox. Pero; ¡¿tiene Carmena algo que ver con Vox?! ¡¡Por favor, no; para nada!! Carmena tiene tanto que ver con Vox como Napoleón con Fernando VII. Este fue un rey tirano, cruel, reaccionario que traicionó a su pueblo, y el primero surgió de una Revolución que cambió el mundo, que acabó con el Antiguo Régimen. Un hombre amamantado en “la igualdad, libertad y fraternidad”. Nada que ver, salvo que se convirtió en un déspota y se hizo coronar como Emperador.

Carmena vendió una imagen de izquierda civilizada y bondadosa, una izquierda que no quería revoluciones, por lo que renunciaba a cambiar nada realmente importante. No había que pelearse con los grandes poderes porque podían molestarse, (debían tener también intereses de partido, pero estos no había que tocarlos). Era una revolución en las formas. Pero el movimiento que la colocó donde estaba era un movimiento profundamente revolucionario, que nació precisamente para eso, para cuestionar el Poder de los más poderosos.

El movimiento que encabezó (en la lista electoral) Carmena, comenzó a surgir poco después del 15-M. Lo impulsaron esos activistas que pasan buena parte de su vida intentando que la sociedad mejore, que sacrifican muchas cosas, entre ellas su tiempo libre, para este fin. Algunos son militantes de partidos, otros no, van por libre, pero tanto unos como otros, tienen un rasgo común; su propósito no es hacer carrera política al uso. Es hacer lo que hacen para lo que lo hacen. Son lo más alejado del concepto de “trepa” y la prueba más clara de que “algunos son muy distintos”. Estas personas trabajaron años para consensuar una iniciativa que se llamó primero Municipalia y después Ganemos. Construyeron un programa para las elecciones municipales, aunando muchas sensibilidades, tras arduas reuniones y consensos. En principio al margen de sus propios partidos y, a veces, en contra, como sucedió con aquella dirección de I.U. Madrid de las tarjetas black. Fueron hilvanando un programa, una candidatura, hicieron saltar la dirección de I.U. Madrid que pasó a integrarse en la iniciativa. Fue un movimiento ciudadano de base que puso lo que se denomina “inteligencia colectiva” como motor. Podemos dudó, hasta el último momento, si unirse a Ganemos o presentarse en solitario. Finalmente se integró poniendo sus condiciones, la última de ellas fue colocar como cabeza de lista en la candidatura de Ahora Madrid a Manuela Carmena.

Fue elegida a dedo por la camarilla de poder de Podemos, boyante en aquellas fechas. No participó en absoluto en la génesis del movimiento. Este tuvo una base ciudadana, construido mediante la inteligencia colectiva, que fue capaz de unir muchas voluntades de cambio, que provocó la catarsis de I.U., que convenció a Podemos de que esa era su mejor opción y fue capaz, por último, de ganar la alcaldía de Madrid. En aquella línea de tiempo de las organizaciones humanas ¿Dónde colocaríamos a Ganemos? Yo diría que eso si puede superar a los partidos políticos tradicionales porque desborda los intereses de partido e integra los intereses de la calle, no el vetusto caudillismo,

Carmena nunca tuvo esto en cuenta, se comportó como si ella fuera el movimiento, despreció los órganos colegiados de los que se dotó Ahora Madrid, se refugió en su camarilla de poder y se creyó que sus opiniones no tenía que contrastarlas con nadie. En ajedrez, cuando se da una posición muy enrevesada, los jugadores mediocres, como yo, tienden a simplificar la posición apresurándose a cambiar piezas. Pues esto eligió nuestra alcaldesa, simplificar la posición. Lo otro o no lo entendía o no le gustaba. Lo decía muy bien Pablo Carmona: “lleva el Ayuntamiento como si fuera una monarquía”. Renegó de los partidos que la habían aupado, del movimiento ciudadano que la encumbró, de los valores que la colocaron donde estuvo y de la savia de las personas que se dejaron la piel en la campaña electoral que la hizo alcaldesa. Intentó, traicionando todos los principios, hacer una lista electoral a su medida, prescindiendo de todo aquel que no le era cómodo. Fue la principal responsable de que Ahora Madrid se rompiera, se perdiera la Alcaldía de Madrid y que el movimiento más genuinamente revolucionario de nuestra reciente historia desapareciera. Pero su enorme ego ensimismado es tan ignorante que recientemente he oído declaraciones suyas culpando de todo esto a los que ella había traicionado y apartado.

El ejemplo de Carmena me lleva a esta reflexión, no sé muy bien por qué y si viene o no a cuento, realmente. La enuncio como una de las muchas que espero que provoque la lectura de este artículo. El “todos son iguales” tiene dos filos. Uno es el que decía Rufián, el que apadrina la extrema derecha y no solo ella. El otro es mucho más sutil y peligroso, y es que el “todos son iguales” puede tener algo de cierto. Ciertas tendencias de los seres humanos en la sociedad capitalista en que vivimos se deslizan peligrosamente en esa dirección. El papel fundamental de la izquierda revolucionaria es estar muy atenta a estas derivas y demostrar siempre y en todo momento, con las palabras, y, sobre todo, con los hechos que “no todos somos iguales”.

*Trabajador social.


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