Libardo García Gallego •  Opinión •  04/11/2016

Consumismo compulsivo

Como todos sabemos, en el capitalismo, póngansele el adjetivo que se quiera, las mercancías son la base del enriquecimiento. Por ello los gobiernos neoliberales buscan privatizar todos los servicios y los derechos para convertirlos en mercancías  y al ponerlos en manos de particulares descargan al Estado de sus obligaciones con la población, argumentando que el Estado no puede ni debe ser paternalista. Hace poco se le salió esta perla al Gerente Gral. de Nestlé: “El agua no es un derecho, debe ser comercializada”. Lo mismo que pensó Uribe de la salud cuando hizo aprobar la ley 100. De idéntica manera actúan quienes se inspiran en la conclusión hobbesiana “el hombre es un lobo para el hombre”.

Con tal de producir mercancías se crean incontables necesidades artificiales, se promocionan modas, nuevos estilos de vida, nuevas formas de vestir, se fabrican productos (electrodomésticos, vehículos, etc.) con obsolescencia programada para que sólo duren determinado tiempo; los medicamentos no se producen para curar enfermedades sino para sostenerlas indefinidamente; se frena y hasta se suprime la producción de elementos necesarios para una óptima nutrición y en su lugar se inundan las tiendas de chatarra y comestibles dañinos; los apartamentos no se construyen pensando en la comodidad y felicidad de las familias sino en el porcentaje de ganancia que dejan. Antes del terremoto de 1999 en Armenia no había ni la décima parte de las cacharrerías de hoy “todo a mil y cinco mil”; los salones de belleza, los centros de estética, las peluquerías, ya no caben en la ciudad; hay gimnasios privados pero el municipio carece de infraestructura deportiva. Y a todo esto se le denomina emprendimiento, creatividad.

Así se han los consumos innecesarios o superficiales. Es cierto que cada generación, en razón del progreso y los inventos, se diferencia de las anteriores; que la lúdica es cualidad innata a los humanos y aspiramos a ser reconocidos entre la multitud. Con tal fin se usan los tatuajes, los diseños en el corte de cabello y en las uñas, el vestuario en general. A los rusos de hace 30 años les disgustaba verse con atuendos idénticos en diseño y color. Algunos rajan de Cuba dizque porque allá no existe una variada oferta de chucherías como en USA o aquí. También he leído que los gimnasios están repletos de personas ansiosas de tener cuerpos esculturales aunque sus cerebros sigan vacíos. Lo prioritario hoy es la presentación personal, el volumen de los senos o del rabo, y a esto se destina buena parte del ingreso familiar; los libros ya no se usan; para qué estudiar cuando no hay empleo; dónde cultivar cuando la tierra es ajena e inaccesible; para qué pensar en prevención de la salud cuando los servicios médicos no existen para los pobres porque son costosísimos; lo máximo es manejar un celular de alta gama o una tablet. La consigna es “comprar, botar, comprar”. Así es la vida moderna, a lo Esparta; Atenas está out.

Este el mundo que prefiere mucha gente, los enemigos de la igualdad, de la solidaridad, los amigos de competir por la vida. Por eso enterraron la racionalidad. El afán de tener, de consumir, induce a cometer delitos, a venderse, a matar, a atracar y hasta el suicidio.

Armenia, 25 de Octubre de 2016

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