Claudio Katz •  Opinión •  03/07/2016

Centro y periferia en el marxismo de posguerra

Cuatro economistas marxistas desenvolvieron en la posguerra importantes estudios de la relación centro-periferia. Mientras que Paul Baran y Paul Sweezy fueron precursores de ese abordaje, Samir Amin y Ernest Mandel aportaron desarrollos más elaborados del mismo tema. Todos investigaron en un período de reconstrucción pos-bélica y expansión capitalista, que amplió la brecha entre las economías avanzadas y atrasadas. ¿Cuál fue su visión de esa asimetría? [2].

DESINDUSTRIALIZACIÓN Y EXCEDENTE

En los años 50 la interpretación marxista más difundida subrayaba la obstrucción a la industrialización de la periferia por parte del centro. Destacaba que el objetivo de ese bloqueo era impedir el surgimiento de competidores, para asegurar la primacía de las empresas extranjeras.

Este enfoque señalaba que los países desarrollados se apropiaban de las materias primas foráneas y perpetuaban mercados cautivos para sus exportaciones manufactureras. Esa asfixia impedía transformar la descolonización en procesos de desarrollo (Dobb, 1969: 83, 95-97).

Baran reformuló esa visión. Atribuyó la baja tasa de crecimiento de los países atrasados a la sofocación externa, pero advirtió también la existencia de ciertos procesos de expansión fabril en la periferia. De esta forma esa mirada puso de relieve el carácter insuficiente de la vieja contraposición entre países industrializados y agro-mineros (Baran, 1959: 33-34).

El teórico ruso-estadounidense situó la principal diferencia entre el centro y la periferia en el manejo del excedente. Introdujo ese concepto para describir la utilización del producto adicional generado en cada ciclo de acumulación.

Estimó que ese sobrante era internamente absorbido en las economías avanzadas por la actividad militar, el consumo suntuario o los gastos improductivos. Por el contario en la periferia era transferido al exterior para facilitar la expansión de las economías metropolitanas.

El pensador marxista evaluó, además, que en las economías subdesarrolladas la brecha entre lo que podría invertirse (excedente potencial) y los realmente destinado a la actividad productiva (excedente efectivo) era mayúsculo. Señaló que el grueso del sobrante era acaparado por la aristocracia latifundista o remesado al exterior por las filiales de las empresas foráneas (Baran, 1959: 223-259; Sweezy, Baran, 1974: 47-143).

Baran asignó más relevancia a las causas exógenas (transferencias al exterior) que a las endógenas (predominio terrateniente) en la recreación del subdesarrollo. Remarcó el carácter estructural de la expatriación de fondos sufrida por la periferia y subrayó que la brecha entre economías avanzadas y retrasadas desbordaba las coyunturas bélicas o los escenarios de competencia entre imperios (Howard; King, 1989: 167-168).

Con estas ideas ilustró cómo las economías desarrolladas necesitan absorber fondos del exterior para garantizar su reproducción. La escuela de la revista Monthly Review liderada por Sweezy continuó este enfoque y propició numerosos estudios del gran drenaje de fondos que descapitalizó a la periferia. Las investigaciones de Magdoff demostraron, además, como el capitalismo estadounidense se nutrió de esa expoliación de las economías atrasadas (Magdoff, 1972).

ESTANCAMIENTO Y DOMINACIÓN

Las interpretaciones de la brecha global que propuso la escuela de la Monthly Review se basaron en dos caracterizaciones: el estancamiento del capitalismo y la dominación imperial.

El primer concepto fue desarrollado por Sweezy a partir de un fundamento sub-consumista. Señaló que la estrechez de la demanda generaba un excedente invendible que empujaba al sistema a la regresión. Posteriormente atribuyó el mismo efecto a la expansión de los monopolios. Sostuvo que el gigantismo de las empresas derivaba en concertaciones de precios, que disuadían nuevos emprendimientos y desembocaban en ciclos recesivos.

Sweezy subrayó el bloqueo a la innovación como una consecuencia adicional de este proceso. Consideró que el cambio tecnológico tendía a decaer con el debilitamiento de las revoluciones industriales que motorizaban la acumulación.

En sus trabajos posteriores ubicó la principal causa del estancamiento en el parasitismo financiero. Sostuvo que el capitalismo se había transformado en un sistema rentista controlado por banqueros que asfixiaban la inversión. Esta mirada fue influida por las percepciones pesimistas de varios autores keynesianos del período (Sweezy, 1973a: 33-55; Sweezy 1973b: cap 11,12 y 13).

Sweezy concibió la polarización mundial como un proceso compensatorio de las pérdidas afrontadas por el capitalismo metropolitano. Estimó que las grandes empresas contrarrestaban sus adversidades con mayores exacciones de la periferia (Albo, 2004).

Pero en pleno despliegue del boom económico de 1950-70 estas tesis afrontaron numerosos problemas. Suponían contracciones de la demanda, cuando irrumpía el consumo de masas o remarcaban la asfixia del monopolio, en un contexto de creación de nuevas empresas. Además, resaltaban la regresión tecnológica en pleno incremento de la productividad. La dominación financiera era postulada en medio de ese auge industrial.

Los argumentos expuestos por los pensadores de la Monthly Review suscitaron intensas polémicas entre los economistas marxistas. El fundamento sub-consumista fue cuestionado con explicaciones de las crisis basadas en el declive de la tasa de ganancia. El agotamiento tecnológico fue objetado con indicios de una nueva revolución tecnológica (automatización, plásticos, energía nuclear).

También la preeminencia del monopolio fue criticada por omitir la continuidad de la competencia en un sistema regido por la ley del valor. A su vez, el protagonismo financiero fue objetado recordando la centralidad del sector productivo en la extracción de plusvalía (Katz, 2001:13-41).

Pero ninguno de estos cuestionamientos afectó el acertado registro de una nueva brecha entre el centro y la periferia. Baran, Sweezy y Magdoff brindaron contundentes evidencias de esa fractura. Las críticas señalaron problemas en los fundamentos teóricos de su enfoque pero no objetaron los contundentes indicios de la polarización.

Los autores de la Monthly Review aportaron también caracterizaciones geopolíticas del rol del imperialismo en la consolidación de la asimetría global. Explicaron cómo las grandes potencias necesitaban controlar el aprovisionamiento de materias primas para continuar su acumulación. Estudiaron de qué forma el abaratamiento de esos insumos contrarresta el declive del beneficio.

Sweezy y Magdoff no sólo describieron la gravitación hegemónica de Estados Unidos. Analizaron el nuevo papel del Pentágono como custodio del capitalismo a escala mundial (Sweezy; Magdoff, 1981:81-106). Esa tesis anticipó varios rasgos del imperialismo contemporáneo. Lo que parecía una exageración “superimperialista” de la coyuntura ilustró una importante tendencia geopolítica de largo plazo (Katz, 2011: 39).

POLEMICAS CON EL LIBERALISMO

Baran, Sweezy y Magdoff refutaron las concepciones liberales que atribuían el subdesarrollo a las adversidades climáticas de ciertas regiones. Esas miradas naturalizaban la conveniencia de áreas templadas, omitiendo la variabilidad de un condicionante que perdió incidencia frente a los procesos económico-sociales (Szentes, 1984: 24-47).

Los liberales atribuían también el atraso a la ausencia de capitalistas emprendedores sin explicar la causa de esa carencia. Simplemente convocaban a reforzar el individualismo para favorecer el surgimiento de una elite empresarial. Identificaban la modernización con la imitación de Occidente ponderando las conveniencias de ese sendero.

Pero la repetición que idealizaban nunca se verificó. El desarrollo capitalista siempre estuvo signado por aceleraciones y superposiciones ajenas al cronograma de despegue, madurez y crecimiento que pregonaban los liberales.

Los marxistas de la Monthly Review refutaron ese esquema neoclásico desarmando los mitos de las ventajas comparativas. Contrapusieron esas fantasías con las contundentes evidencias de la opresión imperial, las transferencias de ingresos y las apropiaciones de materias primas (Sweezy, 1973a: 25-33).

Además pusieron de relieve que el atraso no obedecía a “carencias de capital”, sino a la utilización improductiva de los recursos existentes. Con ese argumento cuestionaron el embellecimiento de la financiación externa.

Los miembros de la Monthly Review actuaron en el clima de persecuciones imperante bajo el macartismo y confrontaron en plena guerra fría con la apología del modelo estadounidense, que propagaban autores anticomunistas como Rostow (Katz, 2015: 93-94).

Baran subrayó, además, la importancia de la autonomía política en la periferia para contener las exacciones del centro. Contrastó lo ocurrido entre la India y Japón en el siglo XIX, recordando cómo la naciente industria quedó devastada por el colonialismo inglés en el primer caso y logró emerger en el segundo por la existencia de independencia política.

Para resaltar esa incidencia actualizó la clasificación leninista del universo periférico. Distinguió los territorios coloniales (Asia, África) y las administraciones con recursos codiciados (petróleo de Medio Oriente) de los países que conquistaban un status soberano (Egipto) (Baran, 1959: 192-221, 263-287).

Baran sostenía que esa autonomía permitiría contrarrestar el subdesarrollo si inauguraba un proceso anticapitalista. Observaba con simpatía el modelo de planificación de la URSS y proponía generalizarlo para asegurar elevadas tasas de crecimiento.

En este terreno convergía con Dobb y propiciaba asociaciones internacionales con el bloque socialista, para implementar el esquema soviético de industrialización con altas tasas de inversión (Dobb, 1969: 103, 114, 119).

Estos propósitos coexistían con el rechazo de la política de revolución por etapas auspiciada por los Partidos Comunistas. Objetaban el llamado a confluir con las burguesías en proyectos de edificación del capitalismo nacional. Los editores de la Monthly Review simpatizaban con las corrientes tercermundistas que bregaban por procesos anticolonialistas radicales (Magdoff, 1971).

Este posicionamiento político orientó todas las investigaciones económicas que encararon Baran y Sweezy. Si se evalúa la totalidad de su obra es indudable la contribución que aportaron a la comprensión de la relación centro-periferia. En contraposición a los mitos ortodoxos del bienestar y las expectativas heterodoxas de repetir la evolución de Estados Unidos o Europa, demostraron cómo el drenaje del excedente obstruye el desarrollo y refuerza la dominación imperial.

CINCO TESIS DE AMIN

Amin adoptó presupuestos semejantes a Sweezy-Baran, pero desenvolvió una concepción marxista más ambiciosa de la relación centro-periferia. Su enfoque podría sintetizarse en cinco caracterizaciones.

Destacó, en primer lugar, el carácter intrínseco de la polarización mundial bajo el capitalismo. Estimó que esa desigualdad de ingresos entre países avanzados y retrasados fue subestimada por los teóricos socialistas que se enfocaron exclusivamente en la problemática del capital y el trabajo (Amin, 2003: cap 4).

El teórico egipcio rescató la percepción de Lenin de las formas internacionales diferenciadas de explotación y realzó la interpretación de Bauer de los lucros obtenidos en la periferia, como un mecanismo compensatorio de las mejoras concedidas a los trabajadores del centro (Amin, 1976: 128-133).

Amin consideró que en los sistemas pre-capitalistas eran aún factibles los procesos de nivelación internacional entre las distintas regiones. Recordó, por ejemplo, que Europa Occidental remontó en tiempo récord su retraso histórico respecto a zonas de mayor desarrollo previo. Pero afirmó que la posibilidad de esa equiparación se desvaneció posteriormente con el afianzamiento del capitalismo, hasta tornarse imposible en la época actual (Amin, 2006: 5-22).

El conocido economista ejemplificó esta asimetría ilustrando los desniveles contemporáneos entre las distintas regiones. Subrayó que el imperialismo no es un estadio, sino un mecanismo de consolidación de esas brechas (Amin, 2001a: 15-30).

Partiendo de esa constatación de las brechas mundiales Amin atribuyó, en segundo lugar, la ampliación de la fractura global a la internacionalización de un sistema que universaliza la movilidad del capital y las mercancías, pero no del trabajo. Retrató cómo el comercio y las inversiones se expanden por todo el planeta, manteniendo en términos relativos la localización fija de los asalariados.

Explicó esa inmovilidad comparativa del trabajo por la estructura histórico-nacional de los mercados laborales. En su enfoque los flujos de migraciones distan mucho de equipararse con el alto ritmo de desplazamientos que caracteriza al dinero o a los bienes (Amin, 1973: 67-68).

En este diagnóstico se basa el tercer planteo de Amin, que subraya la existencia de mayores tasas de explotación en la periferia. Señala que la inmovilidad del trabajo consolida en esas regiones grandes ejércitos de desocupados que abaratan los salarios. Además, en las actividades industriales localizadas en economías retrasadas, los capitalistas lucran con diferencias de salarios que son mayores a las brechas de productividad.

El teórico marxista trazó numerosas comparaciones entre los mismos sectores industriales de economías avanzadas y subdesarrolladas, para ilustrar cómo la diferencia de salarios entre casas matrices y filiales determina la principal fuente de beneficios de las empresas multinacionales (Amin, 1973: 9, 14, 20, 56).

Amin completó este análisis con un retrato de los mecanismos de transferencia de valor utilizados por los capitalistas metropolitanos para apropiarse de la plusvalía generada en la periferia. Presentó diversas estimaciones de los monumentales montos de esos giros (Amin, 2008: 237-238).

El teórico egipcio señaló en su cuarto principio que esa expropiación es posible por la convergencia de formaciones económico-sociales diferentes en torno a un mismo mercado mundial. Destacó que en ese ámbito operan estructuras dominantes y subordinadas que reproducen la desigualdad global (Amin, 2005).

Finalmente, Amin contrastó los modelos auto-centrados vigentes en los países avanzados con los procesos económicos desarticulados predominantes en la periferia. Resaltó la perdurabilidad de esas diferencias, cuestionando las expectativas liberales de equiparación. Polemizó, además, con las hipótesis desarrollistas de alcanzar en la periferia el bienestar imperante en el centro, mediante una simple reproducción de la evolución seguida por las regiones más prósperas (Amin, 2008: 240-242).

En sus cinco planteos Amin reafirmó la perdurabilidad de la fractura estructural entre economías avanzadas y retrasadas bajo el capitalismo contemporáneo. No se limitó a exponer los mecanismos comerciales o financieros de transferencia de plusvalía que perpetúan esas brechas, sino que ensayó una novedosa explicación centrada en la peculiaridad de la fuerza de trabajo de los países subdesarrollados.

Subrayó que la abundancia de esa mano de obra y su relativa inmovilidad en comparación al vertiginoso desplazamiento de capitales y mercancías generan ganancias extraordinarias con la explotación del trabajo. Destacó que estos beneficios recrean la polaridad centro-periferia y clarificó aspectos omitidos en las visiones precedentes.

VALOR MUNDIAL Y POLARIZACIÓN

Amin fundamentó su visión en una teoría del valor mundial, extendiendo la aplicación de este principio marxista al plano global. Retomó una norma que explica los precios de las mercancías por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción. Este criterio atribuye los cambios de los precios a modificaciones en la productividad o en la demanda, que a su vez están regulados por niveles de la explotación y tasas de ganancia.

La primacía de esta ley del valor distingue al capitalismo de los regímenes previos y determina la centralidad que asume la maximización del beneficio en el funcionamiento general de la sociedad (Amin, 2006: 5-22; Katz, 2009: 31-60).

Pero la novedad que introdujo Amin es la vigencia de esta la ley a escala mundial. Señaló la preeminencia de esa dimensión, a medida que se consolida la fluidez internacional de las mercancías y los capitales, frente a la inmovilidad de la fuerza de trabajo (Amin, 1973: 14, 21-25).

Con este enfoque Amin conceptualizó la internacionalización de la producción consumada a través de la expansión de las empresas multinacionales. Al enlazar los procesos mundiales de fabricación, estas firmas determinan precios de referencia de todas las actividades bajo su control.

El economista egipcio cuestionó las tesis que restringen la vigencia de la ley del valor al plano nacional. Señaló que ese alcance inicial quedó desbordado por la dimensión mundial que presenta el capitalismo contemporáneo (Amin, 2001b: cap 5).

Esta mirada de la formación de los precios bajo el comando de las empresas multinacionales fue posteriormente corroborada por muchos estudios del gerenciamiento globalizado de las firmas. Estas compañías operan con tasas de ganancias más altas que las prevalecientes en cada ámbito nacional. La ley del valor a escala internacional explica la forma en que una porción significativa de la producción contemporánea se desenvuelve en el espacio interno de las compañías multinacionales (Carchedi, 1991: cap 6, 7).

Amin destacó no sólo el creciente alcance de la mundialización, sino también su dinámica polarizadora. Recordó que esa fractura es propia de un sistema que se expande globalmente, manteniendo estructuras nacionales de los mercados de trabajo (Amin, 2006: 5-22).

Con ese enfoque Amin anticipó en los años 60-70 muchos rasgos de la globalización productiva posterior. Registró en las multinacionales de su época varias tendencias de la transnacionalización ulterior. Pero, además, indagó el problema evaluando el cambio cualitativo introducido por la acción de la ley del valor a escala mundial. Al situar el análisis en ese terreno focalizó la relación centro-periferia en el universo industrial de las casas matrices y sus filiales.

Este enfoque subrayó mucho más que cualquier estudio previo la dimensión productiva de la brecha global. Si Baran indicó que la relación centro-periferia desbordaba la vieja conexión entre economías manufactureras y primarias, Amin explicó cómo se reproduce la fractura global al interior de estructuras industriales mundializadas.

Pero su enfoque no está exento de problemas. Al postular que la polarización es una tendencia económica intrínseca del capitalismo en todas sus etapas, Amin dejó abiertos varios interrogantes sobre las razones que generan un freno periódico de ese proceso. No esclareció las causas de las bifurcaciones que frecuentemente se registran en la periferia.

El economista egipcio atribuyó también el agravamiento de la polarización contemporánea a la incidencia de los monopolios. Describió cinco modalidades contemporáneas de esas concertaciones que aseguran el control metropolitano de la tecnología, los flujos financieros, los recursos naturales, los medios de comunicación masiva y las armas de destrucción masiva. Retrató cómo ese dominio refuerza la desvalorización del trabajo en la periferia (Amin, 2001a:15-30).

Esta tesis tiene semejanzas con el enfoque de Sweezy, pero se basa en una teoría del valor muy diferente, que resalta la continuidad de la competencia. En los hechos Amin utiliza el término monopolio en un sentido de competencia entre grandes grupos y no como el oligopolio estable que sugiere Sweezy. Con ese enfoque analiza plus-ganancias derivadas de la segmentación existente entre las economías del centro y la periferia.

El parentesco con Monthly Review es más estrecho en la presentación de la polarización como un resultado de la senilidad del capitalismo. Amin subrayó este declive histórico con argumentos convergentes con Sweezy, sin aludir al estancamiento. Su concepto de senilidad resaltó las contradicciones explosivas del sistema, pero no postuló la existencia de una paralización de las fuerzas productivas.

INTERCAMBIO DESIGUAL

Amin estimó que el intercambio desigual es el principal mecanismo de transferencia de valor. Señaló que ese flujo se incrementa con la generalización de inversiones extranjeras que refuerzan la brecha mundial (Amin, 1973: 80-87).

El pensador marxista desenvolvió esa caracterización en un periodo de internacionalización del comercio y creciente difusión de la crítica de Prebisch al deterioro de los términos de intercambio. Ambos procesos suscitaron un gran interés en la problemática del intercambio desigual como causa central del subdesarrollo (Katz, 1989: 71-85).

Amin convergió con los autores que pusieron el acento en los determinantes productivos de ese proceso. Retomó las observaciones de Marx sobre la remuneración internacional superior de los trabajos involucrados en actividades de mayor productividad. También revisó los estudios de Otto Bauer sobre la existencia de transferencias de plusvalía entre economías desarrolladas (Alemania) y relegadas (Checo- Bohemia).

Pero el teórico egipcio analizó específicamente las conexiones entre el intercambio desigual y el funcionamiento mundializado de la ley del valor. Señaló que las economías avanzadas absorben plusvalía de las retrasadas, como consecuencia de su mayor desarrollo (composición orgánica del capital superior).

En esta mirada se verificó otra diferencia entre Amin y Sweezy. La problemática del intercambio desigual supone vigencia de la competencia y centralidad de la dinámica productiva. Ambos conceptos chocan con la preeminencia pura del monopolio y la supremacía de las finanzas, que subrayaba el economista estadounidense (Howard, King, 1989: 188-189).

Amin valoró también la importancia asignada por Emmanuel al intercambio desigual, pero discrepó con las explicaciones exclusivamente centradas en las diferencias de salarios existentes entre los países avanzados y retrasados (Emmanuel, 1971: 5-37).

El economista egipcio objetó esa causalidad rechazando la presentación del salario como una “variable independiente” del proceso de acumulación. Señaló que ese ingreso tampoco está determinado por tendencias demográficas. Recordó que el salario remunera el valor de la fuerza de trabajo, siguiendo parámetros objetivos de productividad y dinámicas subjetivas resultantes de la lucha de clases (Amin, 1973: 43-44, 16-17, 26-30).

Amin tampoco compartió las expectativas de Emmanuel de resolver las asimetrías mundiales con aumentos de salarios en la periferia y rechazó la presentación de los trabajadores del centro como responsables de la explotación del Tercer Mundo. Focalizó su interpretación del intercambio desigual en la fractura global generada por la movilidad del capital y las mercancías frente a la inmovilidad  del trabajo (Amin, 1973: 34-56).

Otro influyente teórico marxista -Bettelheim- cuestionó en forma más categórica los errores de Emmanuel. Afirmó que las diferencias internacionales de salarios obedecían a brechas en el desenvolvimiento de las fuerzas productivas. Señaló que las remuneraciones más elevadas expresan las productividades superiores vigentes en las economías centrales y el predominio de labores más complejas y calificadas (Bettelheim, 1986: 38-66).

Bettelheim remarcó el origen del intercambio desigual en la esfera de la producción y no de los salarios. Además, relativizó la gravitación de ese mecanismo señalando su incidencia variable en cada etapa del capitalismo.

Amin recogió parcialmente esas observaciones para perfeccionar su esquema del valor mundial e introdujo la denominación “condiciones desiguales de explotación” para fusionar ambos razonamientos (Amin, 1976: 159-161).

¿Cuál ha sido entonces el aporte de Amin en este terreno? Su enfoque contribuyó a distinguir el intercambio desigual de las discusiones clásicas sobre el deterioro de los términos de intercambio en el comercio entre materias primas y productos manufacturados.

Al estudiar transferencias derivadas de desniveles entre industrias localizadas en el centro y la periferia, el economista egipcio indicó una distinción entre dos temáticas diferentes que tradicionalmente se han confundido. Las transferencias de valores de la periferia al centro -generadas por diferencias de salarios mayores que las brechas de productividad- se aplican por ejemplos a las maquilas, que instalan las grandes empresas industriales en el Tercer Mundo, para aumentar su apropiación de plusvalía.

Esta dinámica de intercambio desigual difiere por completo de la relación entre precios manufactureros y agro-mineros, que alude a otra dimensión de las conexiones entre economías avanzadas y subdesarrolladas e involucra otras tendencias.

DEPENDENCIA Y SOCIALISMO

Amin postuló que la brecha centro-periferia es una tendencia económica dominante del capitalismo, pero distinguió ese principio de polarización de las situaciones políticas de dependencia. Consideró que ambos procesos están relacionados, pero no son idénticos, ni operan en forma simétrica.

El teórico egipcio estimó que la polarización signó la trayectoria del capitalismo desde su nacimiento, pero recordó que las situaciones nacionales de dependencia fueron determinadas por la capacidad de dominación que demostró el imperio en cada circunstancia (Amin, 2006: 5-22).

Amin entendió que la resistencia a esa opresión introduce el único factor de contrapeso significativo a la brecha centro-periferia. Subrayó el impacto de esa acción como dique al subdesarrollo y como motor de los avances logrados por las economías periféricas industrializadas. Consideró que esos desenvolvimientos fueron posibles en la posguerra por la presencia de bloques socialistas, movimientos antiimperialistas y compromisos keynesianos (Amin, 2001a: 15-30).

El prolífico economista estimó que esa confluencia permitió contrarrestar la polarización, mediante el control local de la acumulación que introdujeron varios estados periféricos. Consideró que ese dispositivo –identificado con la desconexión del mercado mundial- permite ensayar los modelos auto-centrados que facilitaron la expansión de las economías avanzadas.

Pero a diferencia de la heterodoxia keynesiana, Amin no confía en la solvencia de los procesos de desenvolvimiento autónomo bajo el capitalismo y tampoco apuesta a superar el subdesarrollo por esa vía.

Para el pensador marxista el control local de la acumulación debería inaugurar una secuencia de desconexiones favorables a una transformación socialista. Señala que la confrontación con las corporaciones del centro es el punto de partida de esa larga transición pos-capitalista (Amin, 1988-83-158).

Amin desenvuelve esa tesis en debate con las concepciones que desconocen la brecha centro-periferia u observan esa fractura en términos exclusivamente económicos. Distingue la polarización de la dependencia para resaltar la primacía política de la lucha por erradicar el subdesarrollo (Amin, 2003: cap 5).

La diferencia que estableció entre ambos conceptos constituye un aporte clave para superar las miradas simplificadas de la relación centro-periferia. Indica la existencia de dimensiones económicas y políticas que no siguen trayectorias idénticas. Mientras que la polarización afecta en la misma medida a todos los países subdesarrollados, la dependencia varía según el grado de movilización antiimperialista prevaleciente en cada caso.

Las distintas situaciones de sometimiento, autonomía o confrontación con el imperialismo, que se registran en países igualmente subordinados a la división internacional del trabajo, corrobora esa distinción. Las tesis de Amin permiten entender, además, por qué razón las desconexiones que no se profundizan tienden a recrear la brecha centro-periferia.

Pero este novedoso enfoque abre otro interrogante: ¿cómo se explica la industrialización o el crecimiento continuado de economías atrasadas que no protagonizaron procesos antiimperialistas?

La tesis de la desconexión fue concebida por Amin para apuntalar las estrategias socialistas en los procesos revolucionarios en la periferia. Esta política aceptaba alianzas acotadas con las burguesías nacionales y se inspiraba en las visiones maoístas de los años 70. Es un enfoque que subrayó el protagonismo de fuerzas populares de distinto signo y ponderó el modelo de comunas colectivistas introducido en China durante la revolución cultural (Amin, 1973: 9, 13; Amin, 1976: 112, 124, 184-186; Foster, 2011).

IMPERIALISMO COLECTIVO

Amin relacionó la polarización centro-periferia con la vigencia de un nuevo dispositivo de imperialismo colectivo liderado por Estados Unidos. Utilizó esa denominación para explicar cómo opera la dominación geopolítica global, en un marco de internacionalización del capital y continuada gravitación de la órbita estatal-nacional.

El economista egipcio precisó que la preeminencia de la ley del valor a escala mundial no implicaba la formación de una clase dominante, ni un estado globales, pero obligaba a crear estructuras para gestionar empresas y mercados planetarios. Destacó ese determinante económico en la conformación de una asociación imperial en torno a la Tríada (Estados Unidos, Europa y Japón) (Amin, 2013).

Amin también señaló que el nuevo sistema adaptó las rivalidades económicas a una gestión político-militar compartida por las grandes potencias. Subrayó la generalizada aceptación del padrinazgo bélico ejercido por Estados Unidos, a partir del escenario creado por la guerra fría. Pero atribuyó la aparición del imperialismo colectivo no tanto a la existencia de la ex URSS, como a la necesidad de administrar una economía capitalista mundializada y amenazada por mayores desequilibrios y desafíos populares (Amin, 2003: cap 6).

Con este enfoque objetó la tesis de las sucesiones hegemónicas que postulaban el necesario reemplazo de la supremacía estadounidense por otra potencia dominante. Señaló que el nuevo contexto indujo más a la articulación de poderes imperiales que al reinicio de las disputas por la hegemonía (Amin, 2004).

Amin destacó que el predominio del imperialismo colectivo reforzaba la polarización mundial en jerarquías más infranqueables. Consideró que la obstrucción al desarrollo de la periferia tradicionalmente impuesto por Europa era continuada por la Tríada desde la segunda mitad del siglo XX.

Sin embargo el teórico marxista matizó la fractura en dos polos, señalando la existencia de semiperiferias entre ambos extremos. Recordó que esas formaciones intermedias constituyeron una norma de la historia y señaló que bajo el capitalismo contemporáneo esas modalidades no pueden alcanzar al centro. Afirmó, por ejemplo, que Brasil ya no puede equiparar a Estados Unidos, siguiendo el camino que en el pasado permitió a Alemania aproximarse a Inglaterra (Amin, 2008: 221-222).

Amin estimó que la jerarquía estable del imperialismo colectivo induce a la integración de las variantes intermedias a las estructuras dominantes y a las regionalizaciones neo-imperiales. Señaló que estos polos asociados a la Tríada (Turquía, Israel, Sudáfrica) cumplen la función de mantener la disciplina que exige el centro (Amin, 2003: cap 6).

El imperialismo colectivo postulado por Amin aportó ideas originales y fructíferas para comprender el capitalismo actual. Por un lado, resaltó los cambios cualitativos generados por la asociación internacional entre empresas de distinto origen nacional. Por otra parte, ilustró el correlato geopolítico de esta nueva gravitación de las firmas multinacionales.

Nuestra investigación sobre el imperialismo contemporáneo recoge esas contribuciones del pensador egipcio. Señalamos que la gestión colectiva ejercida por las grandes potencias se desenvuelve bajo la conducción estadounidense. Esta administración común guiada por el Pentágono se ha verificado en todos los conflictos bélicos que sucedieron a la segunda guerra mundial.

El imperialismo colectivo no implica un manejo equitativo del orden mundial, pero sí asociaciones que modifican radicalmente el viejo escenario de guerras inter-imperiales. Las acciones específicas de cada potencia (guerras hegemónicas) se efectivizan en un marco de agresiones imperiales conjuntas (guerras globales). Por esta razón el pretexto de la seguridad colectiva ha sustituido a la defensa nacional, como principio rector de la intervención armada.

Esta solidaridad militar en la acción geopolítica de las potencias sintoniza con el entrelazamiento de los capitales y con el gigantesco tamaño de los mercados requeridos para desenvolver actividades lucrativas. Expresa el nivel de centralización que alcanzó el capital en el terreno financiero, productivo y comercial.

El imperialismo colectivo es la respuesta a un avance de la globalización económica, sin correspondencia equivalente en el plano estatal. Como los estados nacionales subsisten sin ningún reemplazo por entidades mundiales, la reproducción del capital es asegurada por una modalidad más coordinada de acciones imperiales (Katz, 2011: 65-80).

LA VISIÓN DE MANDEL

Mandel desarrolló su concepción en la misma época de Baran-Sweezy y Amin, conociendo esos trabajos y compartiendo su mirada general de la relación centro-periferia. Estudio el mismo problema a partir de tres ideas centrales.

En primer término señaló que esa fractura obedecía al conflicto entre procesos de acumulación primitiva en la periferia y necesidades de expansión del capital metropolitano. Entendió que esa tensión desembocaba en distintos niveles de subordinación de las economías subdesarrolladas.

El economista belga recordó que el capitalismo central siempre busca incorporar nuevas regiones a su control, mientras que el desarrollo del mercado socava las viejas formaciones pre-capitalistas. Destacó que ambos movimientos generan tensiones entre capitalistas extranjeros y locales en torno a las prioridades de la acumulación.

Mandel puntualizó que el resultado de esos conflictos varía en cada etapa, en función de la cambiante capacidad de las economías centrales para someter a los países subdesarrollados. Estimó que el capital metropolitano sólo logra consumar esa subordinación cuando cuenta con recursos suficientes. Observó también que en los períodos de menor capacidad expansiva, mayores rivalidades o crisis, el control sobre la periferia se atenúa (Mandel, 1978: cap 2).

En segundo lugar Mandel señaló que el capitalismo se expande usufructuando de las desigualdades entre regiones, países y sectores. Aprovecha las diferencias de costos para acumular beneficios extraordinarios. Ese tipo de plus-ganancias es acaparado por los capitalistas que invierten en las ramas o zonas más rentables, lucrando con la baratura de los insumos o la mano de obra. En esas circunstancias se acentúa la brecha centro-periferia (Mandel, 1978: cap 2).

Mandel propuso, en tercer lugar, un esquema de varios períodos históricos de la relación entre ambos polos de la economía mundial. Estimó que en la formación del capitalismo (hasta fines del siglo XIX), las economías avanzadas no habían alcanzado el poderío requerido para subordinar al resto del planeta. En esa etapa de libre-comercio, las principales potencias carecían del capital excedente o los medios de comunicación necesarios para ejercer esa supremacía. Por esta razón existió un amplio margen para el desarrollo de economías intermedias (Rusia, Italia, Japón).

En la etapa posterior del imperialismo clásico (fin de siglo XIX-principio del XX), el centro contó con capital en exceso, transportes abaratados e inversión externa suficiente para sofocar a la periferia.

Finalmente, la posguerra fue un período de obstrucciones más contradictorias de las regiones subdesarrolladas. La reconstrucción de las economías avanzadas concentró la inversión en el centro y dio lugar a una segmentación. Un sector de los países periféricos perpetuó su primarización agro-minera para satisfacer la nueva demanda de insumos. Otro grupo de naciones lograron cierto desenvolvimiento industrial con el proceso de sustitución de importaciones, que acompañó las prioridades del centro en su propia reconstitución pos-bélica.

Con este enfoque Mandel innovó la interpretación de la relación centro-periferia. Señaló que el fundamento de esa brecha es la cambiante aparición de plus-ganancias en distintas áreas, que instauran fracturas perdurables entre economías avanzadas y relegadas. Este enfoque subraya la modificación de escenarios en cada etapa del capitalismo y la consiguiente remodelación de la polarización.

Mandel señala que esos cambios alteran el segmento de ganadores y perdedores, generando significativas variaciones dentro de la estructura histórica fracturada del capitalismo mundial.

Con esa mirada Mandel observó que la periferia ha enfrentado situaciones de mayor oxigeno (libre comercio), sofocación (imperialismo clásico) y segmentación (capitalismo tardío). En cada uno de esos contextos predominaron plusganancias específicas, resultantes de las diferencias vigentes entre regiones, naciones o ramas industriales.

El fundamento teórico de esta tesis es el desarrollo desigual y combinado, que Mandel retomó de Trotsky. Utilizó ese principio para describir la dinámica heterogénea de la acumulación, que se expande acrecentando la disparidad entre los componentes de un mismo mercado mundial (Mandel, 1983, 7-39).

El pensador belga describió cómo los países más conectados por transacciones comerciales y financieras quedan más distanciados en el plano de la tecnología y productividad, como consecuencia de ese proceso de unificación sin homogenización que caracteriza al capitalismo contemporáneo (Mandel, 1969-125-149).

Mandel evitó la reflexión abstracta sobre el desarrollo desigual y combinado. Cuestionó las interpretaciones banales de esa norma como una simple constatación de asimetrías en las relaciones internacionales. Utilizó el concepto en forma provechosa, para captar las peculiaridades del capitalismo en sus distintas etapas (Kratke, 2007; Stutje, 2007; Van der Linden, 2007).

El teórico marxista observó las relaciones centro-periferia de posguerra como una yuxtaposición entre distintas formaciones económico-sociales, que operan en un mismo mercado mundial. En sintonía con Amin, pero a partir de otra fundamentación atribuyó la brecha entre el desarrollo y el subdesarrollo a esa falta de homogenización.

BIFURCACIONES Y NEUTRALIZACIONES

Mandel señaló la existencia de dos modalidades de economías subdesarrolladas: un grupo mayoritario de países agro-mineros y un selecto segmento de semiindustrializados.

Estimó que esa bifurcación despuntó con la crisis del 30 y se afianzó durante la expansión de los años 50-60 con la reconstrucción económica de la Tríada. Por un lado, la industrialización de muchas materias primas acentuó la especialización subordinada de la periferia inferior. Por otra parte, la sustitución de importaciones apuntaló el desenvolvimiento fabril de las periferias superiores.

Mandel conceptualizó esa bifurcación mediante una reclasificación de las categorías leninistas. Estimó que el viejo ordenamiento del mundo subdesarrollado en colonias, semicolonias y naciones dependientes debía ser sustituido por una distinción entre periféricos y dependientes semindustrializados (Mandel, 1986).

En este segundo grupo ubicó a Brasil, México, Argentina, Corea, Taiwán. Sudáfrica, India, Egipto y Argelia. Otros pensadores desenvolvieron una caracterización semejante utilizando la noción de semiperiferia.

El economista belga registró que el desarrollo capitalista amplía la heterogeneidad de los países atrasados. El subdesarrollo general de todo el conglomerado persiste, pero con modalidades diferenciadas a partir de la expansión manufacturera del segmento superior (Mandel, 1971: 153-171).

Con esta mirada resaltó más las situaciones variadas que las polarizaciones en el universo de la periferia. Mandel enfatizó la amalgama de formas productivas y el desenvolvimiento de ciertas economías a costa de otras. No postuló un esquema de simple distanciamiento entre el centro y la periferia (Sutcliffe, 2008).

Su razonamiento se distanció de los marxistas que subrayaban la pretensión metropolitana de impedir cualquier modalidad de industrialización competitiva externa. Señaló que el problema de las economías medianas era el carácter parcial e insuficiente de su desenvolvimiento fabril y no la total ausencia de esa expansión.

Mandel remarcó la naturaleza cambiante de la polarización global en la historia del capitalismo. Sugirió que las propias crisis del sistema generan periodos de neutralización o bifurcación de la fractura y presentó tres causas de contrapeso a la polarización: la carencia de capitales excedentes a mediados del siglo XIX, la depresión de 1930 y la concentración metropolitana de las inversiones en la posguerra.

Las huellas de ese enfoque se verifican en la mirada de Harvey del desenvolvimiento capitalista como un proceso mundial sujeto a crisis periódicas, que generan cambios en la localización de la inversión (Harvey, 1982).

También Arrighi señala el curso turbulento del capital y la existencia de momentos de mayor asfixia o respiro de las economías subdesarrolladas. Dentro de la arquitectura estable del capitalismo global opera una geografía cambiante de bifurcaciones en la periferia (Arrighi, 2005).

La importancia de la tesis de Mandel radica en el señalamiento de esos procesos objetivos, que abren resquicios para la expansión de ciertas economías de la periferia superior. Esos huecos irrumpen por la propia crisis del capitalismo central o por las nuevas modalidades de expansión internacionalizada del sistema.

DESEQUILIBRIOS Y FLUCTUACIONES

Mandel combinó determinantes externos e internos en su interpretación del subdesarrollo. Por un lado, señaló que la inserción de la periferia como proveedora de materias primas perpetuaba las transferencias de plusvalía a las economías avanzadas. Por otra parte, retrató las limitaciones al desarrollo fabril generadas por la inclinación rentista de las clases dominantes (Mandel, 1971: 153-171).

Pero el economista belga atribuyó estas contradicciones a la dinámica desequilibrada de la acumulación y no al estancamiento. Utilizó primero el término neo-capitalismo para bautizar la etapa de posguerra y luego optó por el concepto de capitalismo tardío. Pasó de una idea de segunda juventud a otra de senilidad, pero subrayando siempre la madurez y no la etapa terminal del sistema (Husson, 1999).

Mandel cuestionaba las tesis social-demócratas (y luego regulacionistas) del capitalismo organizado y su imaginario de prosperidad sin límites. Pero también objetaba la visión catastrofista de continuada paralización de las fuerzas productivas que postulaba el trotskismo ortodoxo (Katz, 2008: 17-31).

El teórico marxista enfatizaba los desequilibrios acumulativos del capitalismo y no la desaparición de la concurrencia por preeminencia de los monopolios o por despilfarro financiero. En este terreno desenvolvió una mirada diferente de Baran y Sweezy y sólo parcialmente coincidente con Amin.

Mandel remarcó la fractura perdurable entre el centro y la periferia, pero señalando ciertas tendencias neutralizantes de la polarización. Con ese enfoque logró un registro más completo de la dinámica global del capitalismo

Con esa óptica aceptó la vigencia del intercambio desigual pero relativizando su alcance. Remarcó la preeminencia de movimientos cíclicos de los precios de las materias primas y no de procesos continuados de depreciación. Probablemente absorbió de Grossman la atención por la menor flexibilidad de los insumos básicos frente a la innovación tecnológica (Grossman, 1979: cap 3).

El teórico belga señaló que esa rigidez induce a los capitalistas a contrarrestar el encarecimiento de los costos de producción mediante la periódica industrialización de las materias primas. Ejemplificó esa reacción con distintos ejemplos de sustitución de productos (caucho natural por elaborado, madera por plástico, algodón por sintéticos). De esa combinación de tendencias dedujo la existencia de una dinámica fluctuante entre los precios de los productos primarios y secundarios.

Al igual que Bettelheim sugirió, además, la vigencia de una gravitación acotada del intercambio desigual. Observó que las ganancias del capital metropolitano provenían en cada etapa de distintas fuentes (comercio, finanzas, producción).

Mandel estimó que los lucros generados por las diferencias entre productividades y salarios no se localizaban sólo en países diferentes, sino también al interior de cada nación. Ilustró cómo esta fractura operaba en ciertas “colonias internas” (sur de Italia o Estados Unidos) y no sólo en la periferia exterior.

La cautela de Mandel frente a los registros simplificados de la brecha centro-periferia se verificó en su visión de la OPEP. Consideró que las clases dominantes de los países exportadores de petróleo acaparaban una parte significativa de la renta del crudo, internacionalizando la circulación de esos fondos como un capital financiero autónomo (Mandel; Jaber, 1978).

Este señalamiento fue clave, puesto que indicó la existencia de situaciones de fortalecimiento relativo de algunas burguesías exportadoras de la periferia. También aquí puso distancia con la mirada simplificada de brechas globales crecientes e invariables. Además, abrió un sendero de investigación a la evolución de la renta en economías subdesarrolladas, explorando una dimensión poco atendida por los teóricos de su época.

Mandel destacó que el manejo local de la renta no modificaba el carácter dependiente de esos países, ni revertía su perdurable subdesarrollo. Atribuyó ese retraso al escaso beneficio logrado durante las etapas de encarecimiento de las materias primas y al agudo padecimiento sufrido en las fases de abaratamiento (Guillén Romo, 1978). Este enfoque completó su evaluación de las causas del retraso de la periferia.

CONVERGENCIAS SOCIALISTAS

Al igual que Baran-Sweezy y Amin, Mandel analizó la relación centro-periferia como una contradicción del capitalismo que aceleraría la transición al socialismo. Remarcó el protagonismo de ciertos países subdesarrollados en esa transformación.

Las victorias de Yugoslavia, China, Cuba y Vietnam confirmaron esa expectativa e indujeron al teórico belga a explorar con mayor precisión la relación entre resistencias antiimperialistas, proyectos de industrialización y modelos de debut socialista (Mandel, 1980: 13-26).

Mandel resaltó la estrecha conexión entre estos tres procesos. Propuso resistir el despojo del capital foráneo y conquistar mayor control estatal de la acumulación para introducir formas de planificación de la economía.

Esta visión era convergente con Sweezy-Baran y Amin, pero se inspiraba en la teoría de la revolución permanente de Trotsky. Señaló no sólo la incapacidad de la burguesía nacional para erradicar el subdesarrollo de la periferia, sino también la necesidad de una revolución anti-burocrática en los países socialistas (Mandel, 1995: 57-88, 129-146).

Con ese enfoque subrayó la confluencia potencial de las revueltas populares en América Latina, África y Asia con los procesos revulsivos de Occidente y el bloque socialista. Enfatizó especialmente el empalme de los alzamientos del Tercer Mundo con el mayo francés y la primavera de Praga.

Mandel planteó una crítica frontal a la estrategia de la revolución por etapas. Rechazó posponer los procesos revolucionarios y objetó la estrategia de coexistencia con el imperialismo que propugnaban los dirigentes de la URSS.

Durante toda su vida apostó a una acción revolucionaria convergente del proletariado metropolitano con diversos sujetos populares de la periferia. Imaginó una estrecha asociación entre el anticapitalismo y el antiimperialismo.

Su modelo económico cuestionaba la planificación coactiva vigente en la URSS y promovía su reemplazo por mecanismos democráticos. Postuló combinar el mercado con el plan durante la transición socialista. Mandel simpatizó con las fuerzas de la izquierda radical y exhibió gran flexibilidad política para buscar convergencias con pensadores afines.

Al igual que Baran, Sweezy y Amin ejerció una gran influencia sobre los marxistas de posguerra y sobre los autores latinoamericanos que en los años 60 comenzaron a desenvolver la teoría de la dependencia. En nuestro próximo texto evaluaremos esa concepción.

RESUMEN

Cuatro economistas aportaron novedosas explicaciones del subdesarrollo. Baran resaltó el drenaje del excedente y corrigió las viejas ideas de obstrucción total de la industrialización. Sweezy esclareció los mecanismos de apropiación y anticipó el nuevo rol de Estados Unidos. Ambos refutaron las fantasías liberales del despegue.

Amin explicó el carácter intrínseco de la polarización, como consecuencia de la inmovilidad del  trabajo ante la movilidad del capital y las mercancías. Analizó las tasas de explotación superiores y las transferencias de plusvalía padecidas por la periferia, bajo la acción de la ley del valor a escala mundial.

Distinguió, además, el intercambio desigual del deterioro de los términos de intercambio y diferenció la polarización económica de la dependencia política. Analizó también el imperialismo colectivo gestionado por la Tríada bajo la protección norteamericana. Los críticos de este concepto no comprenden el escenario contemporáneo.

Mandel indagó el conflicto entre acumulación primitiva y prioridades del capital metropolitano. Estudió tipos de plus-ganancia diferenciados a escala regional, nacional y sectorial y describió los márgenes históricos cambiantes para emerger del subdesarrollo.

También registró las bifurcaciones entre las periferias agro-mineras y semiindustrializadas. Evaluó contrapesos a las tendencias polarizadoras y remarcó las turbulencias y no el estancamiento del capitalismo. Además, estudió la dinámica fluctuante del intercambio desigual y concibió estrategias socialistas de convergencia entre los trabajadores del centro y la periferia.

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[1] Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz

[2]En dos textos previos analizamos el enfoque de Marx y de los marxistas clásicos sobre el mismo tema (Katz, 2016a, Katz, 2016b).

 

Fuente: http://contrahegemoniaweb.com.ar/centro-y-periferia-en-el-marxismo-de-posguerra/


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