Antonio Santacruz Belmonte •  Opinión •  03/06/2020

Los dos guiñoles

Soy lo suficientemente viejo, para acordarme, ahora que ha muerto Anguita, de sus enfrentamientos dialecticos con Felipe González, allá por la década de los 90, El duelo era muy desigual, Felipe contaba con el apoyo incondicional del grupo PRISA y con el de todo el régimen del 78, Anguita, sólo con su inmensa capacidad pedagógica y su clara argumentación (no nos olvidemos tampoco, del entusiasmo y capacidad de, al menos, un grupo de militantes de su IU).

     Ambos se disputaban la representación de la izquierda. Julio acusaba a Felipe de ser derecha disfrazada de izquierda y Felipe a Julio de ser un visionario, un utópico (en el sentido peyorativo del término). Recordándolos a ambos me evoca el pensamiento de cómo, el lenguaje, puede utilizarse tanto para comunicarse, como para impedir la comunicación.

     En aquellos días, se estaba construyendo la UE actual, se hablaba mucho del tratado de Maastricht. La única voz contraria a este tratado, que tanto hemos padecido, era la suya. El avisaba del carácter, fundamentalmente mercantil de este tratado, «la Europa de los Mercados» y de la carencia de una «Europa de los Pueblos». Hoy sabemos que no se equivocaba ni el, ni sus colaboradores, y tenía la valentía para decirlo enfrentándose a fuerzas muy poderosas. González también lo sabía, claro, pero acordémonos lo que decía antes sobre la comunicación y el lenguaje. González hablaba para confundir, otro de mis referentes, el grandísimo Javier Krahe, ya lo había cantado, «rostro pálido hablar por lengua de serpiente». Fueron a por él, con toda la fuerza de sus creadores de opinión, le machacaron, pero siguió diciéndonos lo que pasaba y lo que iba a pasar.

     Recuerdo el guiñol que le intentaba ridiculizar en Canal Plus, como Don Quijote peleando contra molinos de viento. Ahora sabemos que eran gigantes como él decía.

     Felipe hablaba muy bien, pero si te fijabas te dabas cuenta de que manipulaba a las audiencias con el miedo, con el que especulaba. El núcleo del mensaje era «es que otra política de izquierdas no se puede hacer». En la práctica era que la única política posible era estar en la OTAN, desindustrializar España, recortar derechos laborales, etc. Jamás oí, ni a Felipe ni a ningún otro, contestar los argumentos de Julio con otros argumentos. En ese terreno nadie se atrevía a enfrentarse a él. Sólo agitaban el espantajo, el comunismo, Cuba, la pérdida del sentido de la realidad…Curioso, los mismos espantajos que agitan ahora las derechas.

     Julio era otra cosa, hablaba para comunicar, para pensar y hacer pensar, como el diría, para remover conciencias, para que nos sintiéramos incómodos en la sociedad actual. Como yo decía era el único político que le decía a su auditorio lo que, aparentemente, no quería oír. En las antípodas del populismo regañaba a la gente y esta se lo toleraba y reconocía. Era algo parecido a un mesías, traducía, como nadie, lo utópico a datos objetivos y elevaba los datos objetivos a una utopía realizable. Mi padre, un trabajador con el corazón a la izquierda, pero escasa formación política, se emocionaba con Anguita, pero siempre acababa votando PSOE. Por miedo.

     Era comunista, pero, además, era un gran estadista, el más grande que yo he conocido. Lo que más me gustaba de él era lo que más le distinguía de la mayoría de los otros políticos, Nada más alejado del marketing político, si se trata de cambiar la sociedad, también hay que cambiar al hombre, y hay que empezar por los que tienes delante. Enseñaba a pensar. Hacía pensar y sentir. Nos descubría que lo que habíamos renunciado a anhelar, porque nos decían que era imposible, no sólo era posible, sino que era lo justo, lo deseable, lo que lograría un mundo mejor; me impactó, profundamente, esta frase suya, «la gente sabe, pero no sabe que sabe». Luego hay que lograr que las personas tomemos conciencia de lo que sabemos inconscientemente.

     Como no podía ser de otra manera, perdió la batalla. La correlación de fuerzas era totalmente desfavorable, pero hizo que sudaran su victoria. Fue la primera vez en que ví la capacidad de los medios de comunicación para atacar a una persona, utilizando cualquier método por sucio y nauseabundo que fuera, y no eran entonces los medios fascistas de hoy, sino medios tan «respetables» como EL PAIS y algunas de sus mejores plumas. Aún visualizo una columna de opinión acusándole de aprovecharse del dinero público, ¡¡a Anguita!!

     Pero la vida y la historia siguió y todos pudimos ver como Julio seguía siendo fiel a sí mismo, seguía viviendo igual, seguía siendo coherente. Sin embargo, la figura de González se fue convirtiendo en una mala caricatura de lo que fue, o dijo ser, un abogado laboralista, dirigente de un partido que fue obrero, que termina siendo multimillonario, íntimo amigo de multimillonarios, defendiendo siempre los intereses de los más poderosos en contra de los intereses de todos los demás. Hoy descubrimos que el guiñol era Felipe. El guiñol de los poderosos que le manejaban en la sombra y que le han colmado de riquezas por los servicios prestados.

     Por eso, los hechos al fin demostraron que Julio era de carne y hueso, que la UE es un timo, que nos ha condenado a ser un país de servicios. Una Europa insolidaria, a mayor gloria de Alemania y los mercados, y las grandes corporaciones. El, y todo el equipo que tenía detrás, lo advirtieron, y pocos le hicimos caso. En este aspecto, resulta que la victoria fue para Julio; victoria pírrica dirán muchos. La victoria para González es muy probable que fuera llegar donde ha llegado. La victoria para Julio era seguir siendo fiel a lo que había elegido ser, un humilde, pero imprescindible, peón, de un enorme movimiento histórico que luchó, lucha y luchará para que el ser humano sea más feliz y la sociedad más humana. Para poner al hombre en su lugar.

     Victoria pírrica, sí, pero como todas las victorias del género humano, porque, al final, morimos todos, (incluso Felipe). Solo ese movimiento que tanto ayudó Julio a hacer crecer nos sobrevive. Ese movimiento al que, el guiñol disfrazado de socialista renunció hace tanto tiempo. Si en algún momento se lo tomó en serio. Algunas veces, la historia si pone a cada uno en su lugar.

     A mi padre se le siguen saltando las lágrimas cuando ve a Anguita y ya no se acuerda del Felipe que votaba.

     Hasta siempre Julio y gracias por ser como fuiste. Gracias por demostrarnos que la única lucha que vale la pena emprender es la lucha por la utopía.
 

* Trabajador social y aficionado a la política.


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