Abel Ros •  Opinión •  02/10/2016

Pelotas de papel

Tras un mes de septiembre cargado de trabajo, ayer fui al Capri. Necesitaba cambiar de aires; salir del despacho; tomarme un café con leche y leer el periódico. Mientras estaba allí llegó Alberto, un viejo conocido de la infancia. Alberto trabaja en una fábrica del pueblo. Se casó con Aurora, la hija de Jacinto, y tiene un niño de diez años; dos más que mi Laura. La verdad sea dicha, me dio alegría verlo. Estaba sin saber de él desde que falleció su padre, el tío «Pepe», allá por primavera. Qué tal Alberto, ¿cómo estás? Bien – me contestó -. Bueno, no muy bien del todo. Y eso, ¿qué te pasa?, cuéntame. Malas noticias querido Abel. Me han diagnosticado un tumor en el cerebro, ubicado entre el ojo y la nariz. En ese momento se produjo un silencio entre los dos. Un silencio amargo, de esos que se sienten en la boca del estómago cuando sufres por los tuyos.

El oncólogo – me explicaba Alberto – dice que lo más probable es que pierda el ojo derecho. El tumor está muy localizado y, si no hay complicaciones en la operación – seguiré viniendo muchos años por el Capri. Sin un ojo – me decía – se puede vivir. Vale, no tendré la misma calidad de vida que si tuviera los dos. Tendré que llevar más cuidado a la hora de cruzar la calzada; tendré algún que otro tropiezo con alguna farola; pero, al fin y al cabo, veré a mi hijo crecer. Veré los detalles que nunca vi con los dos. Miraré a la vida con la lupa que algunos utilizan cuando deambulan por El Prado. Dentro de lo malo estoy contento. El tumor no me ha hecho metástasis, el dolor de cabeza es llevadero y, para postre, no se me han quitado las ganas de comer. Me río cada noche con el Gran Wyoming, tengo el apoyo de mi mujer, y sueño con el día en que mi hijo sea alguien en la vida. Disfruto comiendo jamón y respirando el aroma que desprenden los jazmines de la sierra.

Mientras Alberto me contaba su noticia, me venía a la mente aquellas tardes de hace treinta años cuando jugábamos en la calle con pelotas de papel. Recordaba el día que, tras un chute a lo Cruyff, la pelota impactó contra el Mercedes de Andrés. Alberto es un tío grande. De esos que te dicen las cosas a la cara; de esos que no se andan con rodeos cuando alguien le molesta o le pisa sus derechos. Sindicalista desde los tiempos de Anguita, nunca ha soportado que un senador cobrara dos mil euros por dietas, mientras un obrero ochocientos por trabajos duros y malolientes. La política, me dijo, sería un oficio «humilde» si los políticos comieran fideos, vivieran en bloques hacinados y viajaran en metro como la mayoría de la gente. A Alberto le repugna que se convoquen terceras elecciones. Si así sucediera, me dijo que votaría, pero que lo haría con una papeleta rota en trescientos cincuenta trocitos. Su papeleta iría a la papelera, como han ido millones de votos válidos durante dos legislaturas.

Fuente: http://elrincondelacritica.com/2016/09/26/pelotas-de-papel/


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