Isaac Enríquez Pérez •  Opinión •  01/03/2024

Los límites de la política: ¿por qué las crisis contemporáneas no se solucionan?

Las sociedades contemporáneas experimentan una crisis estructural porque las instituciones creadas para encauzar y darle forma a la vida social no son funcionales tras ser creadas para otro contexto histórico y orientadas a problemas públicos regidos por otras lógicas. Más todavía: esa crisis estructural tiene como trasfondo la misma crisis terminal del capitalismo y del proceso civilizatorio que le es consustancial. En gran medida por ello los colapsos recurrentes (la crisis financiero/inmobiliaria del 2007-2009, los conflictos bélicos regionales, el incremento del calentamiento global, la crisis pandémica, etc.) que se suscitan son los síntomas o evidencias que constatan esta crisis de larga gestación y duración. Entonces, si las instituciones que se dota una sociedad están desfasadas de las magnitudes y alcances de los grandes problemas mundiales, nacionales y locales y fueron creadas para abordar problemas concretos e inmediatos, las crisis recurrentes no se resuelven a fondo, sino que solo se alcanza a trazar una gestión paliativa de las mismas para conservar un estado de cosas. 

Esa gestión paliativa de los problemas sociales no apuesta a transformaciones estructurales, sino, a lo sumo, a conservar los equilibrios del pasado. Los fundamentos mismos del patrón de producción y consumo, causa última de esas crisis recurrentes, no son trastocados en lo más mínimo. La vocación por el futuro y el cambio es suplantada por un generalizado social-conformismo y una resignación que de igual manera invaden a las élites políticas e intelectuales, que a los movimientos sociales y a las comunidades de base. Se asume y ejerce una actitud pasiva y, a lo sumo, adaptativa ante los escenarios emergentes y ante las lógicas y dinámicas estructurales amenzantes que tenden a salirse de control.

La estabilización macroeconómica, el rescate de las empresas privadas y la socialización de las deudas también privadas, se adoptan como paliativos de impactos esporádicos ante las crisis económicas, pero no es transformado el modelo económico rentista, neoextractivista, digital, excluyente y expoliador. Se procura el combate de la pobreza extrema, pero no son abatidas las desigualdades y las nuevas formas de exclusión social a través de políticas fiscales progresivas y redistributivas. Más que la previsión de las crisis, se recurre a una actitud reactiva “para salir del paso”. Para hacer frente a la pandemia del Covid-19 se apostó a una solución estrecha y unilateral como las vacunas, pero no fueron transformadas las instituciones y los estilos de vida que propiciaron esas crisis. Ni siquiera se alcanza una sistenatización de los aprendizajes para prever otras epidemias. Mientras que de cara al colapso climático los tomadores de decisiones solo hablan de mitigación y adaptación, y no de transformaciones profundas en la contradictoria relación sociedad/naturaleza/modelo de desarrollo. En todo ello predomina una carencia del ejercicio del pensamiento anticipatorio y del esfuerzo colectivo para prever y evitar esas crisis.

A la crisis de la sociedad contemporánea se suma la crisis de esperanza y del pensamiento utópico, ante el fatalismo de perpetuar el presente y lapidar el futuro como imaginación de una sociedad en constante transformación. A lo sumo, el futuro es visto como tragedia o como un tiempo catastrófico que urge evitar. La responsabilidad acotada sobre el futuro le es endilgada al individuo con la trampa de la meritocracia aderezada con rasgos de la psicología positiva, el couching y de la literatura motivacional y voluntarista. La movilidad social ascendente, la “happycracia”, el cambio tecnológico incesante, el Instagram como la nueva meca de la realización individual del homo digitalis, entre otras, trasladan el foco al individualismo y suplantan a la política como praxis transformadora de la vida humana en comunidad.

Entonces, si el problema es propio de la acción política resulta preciso reconocer que ante las crisis los Estados tienden a perder el control en torno a los factores causales, la dinámica y las contradicciones de esos colapsos. Los resortes de las crisis contemporáneas son globales y responden a lógicas que desbordan a los Estados. Pero las soluciones a las crisis tampoco atraviesan por un mero voluntarismo político que apueste a restablecer los equilibrios perdidos. Tampoco las soluciones atraviesan por el tamiz de lo individual y la modificación de hábitos también paliativos.

Se trata de comprender la magnitud y alcances de la constelación de crisis, así como las limitaciones y miopías de la racionalidad tecnocrática, adoptando una mirada de largo plazo. Reconocer que las crisis no son externas ni efímeras, sino que son un síntoma de las formas en que las sociedades se organizan y causan problemas estructurales. Son las mismas instituciones y las estructuras de poder, riqueza y dominación las que gestan los múltiples colapsos contemporáneos, y si no son repensandas y deconstruidas, difícilmente se escapará de los círculos viciosos que reproducen el colapso civilizatorio contemporáneo.

En suma, las crisis recurrentes que desestabilizan a las sociedades contemporáneas no son resueltas a cabalidad porque la política como praxis no apuesta más a la transformación de las formas de organización social, ni a estimular renovados arreglos sociales que permitan innovaciones institucionales acorden a la magnitud de los problemas públicos.

*Académico en la Universidad Autónoma de Zacatecas, escritor, y autor del libro La gran reclusión y los vericuetos sociohistóricos del coronavirus. Miedo, dispositivos de poder, tergiversación semántica y escenarios prospectivos.

Twitter: @isaacepunam


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