Pedro Antonio Curto •  Cultura •  19/09/2021

De la huida, ¿imposible?, a la disidencia del Gato

  • Pedro Antonio Curto analiza el impacto del libro de autor venezolano Edgar Borges Ser Gato.
De la huida, ¿imposible?, a la disidencia del Gato

En una de las primeras novelas que el escritor venezolano Edgar Borges publicó en España, “¿Quién mató a mi madre?”,  nos encontramos con una curiosa escena, miembros de una misma familia que viven juntos en un piso, se comunican a través de correos electrónicos desde sus habitaciones. “Nos embriagamos hoy con el medio digital, sin que podamos valorar por completo los mecanismos de esa embriaguez. (…) El enjambre digital consta de individuos aislados”, señala el filosofo coreano-alemán Byung-Chul Han. Creo que para Borges la escena de su libro se engloba en una particular dialéctica presente a lo largo de su obra; lo micro como el lugar  de la narrativa, frente a lo macro, la visión de la que habla esa narración.

Con un cierto ritmo y cadencia, no muy separados unos de otros, escarbados a piedra, han ido apareciendo los libros del escritor venezolano Edgar Borges, en los que es fácil identificar tanto la escritura como un vehículo de exploración, de lo emotivo  en el sentido al que se refiriese Virginia Woolf, asó como el necesario intelectual y el de la literatura dentro de la literatura. Borges pica piedra como un escultor situándose a medio camino entre ficción y realidad para crear un espacio narrativo propio que vaya más allá de ambos conceptos.  Para ello construye un espacio propio con una textura que mezcla tradición y experimentación.  Esto se muestra en sus  dos últimas publicaciones, la novela Enjambres y el libro de aforismos “Ser gato”, que acaba de publicarse.

“Oportunidad única para escapar del caos global”, así plantean en un anuncio los padres que solicitan a cuatro jóvenes para huir con su hijo a una cabaña en un  bosque, donde refugiarse de la violencia de las bandas, pero también de una sibilina violencia estructural. Y es que la “huída” es una de las características del mundo actual, ante una colmena social que asume y mimetiza los dictados de los poderes, a veces llevándolo al extremo, en otras ejecutándolo de una forma absurda. En su última obra Borges huye de convencionalismos, para plantear las cosas en su radicalidad, “cuando el sentido del orden se altera, la mirada inventa la composición de los lugares”, nos dice el gato, animal literario por excelencia y que puede definir una de las cuestiones que se repite en la obra borgiana: frente a la realidad asfixiante, la realidad de la imaginación, de la fantasía liberadora(La niña del salto, La ciclista de las soluciones imaginarias, otras dos novelas impregnadas de ese huída). Es quizás lo micro, crear pequeños espacios de caos, para no ser asimilados por el caos global. En ambas obras se plantea un cuestionamiento de orden institucional y jerárquico, incluida la familia. Así los jóvenes de Enjambres discuten esa idea simbólica, la de “matar al padre”, si se quiere liberar de ciertas cadenas paralizantes de algunas tradiciones. “De niño Eduardo soñó con asesinar a su padre, de adolescente llegó a preguntar si acaso alguna vez todo niño llegaba a desear la muerte de sus progenitores.” Y por supuesto el gato, animal callejero y poco complaciente, radicaliza su mirada al mundo institucional.  “Ya el colegio me parecía una institución sospechosa; la institución inicial para limitar espacios. Luego aprendí que la casa de mis padres fue el primer centro de entrenamiento.” Y el mundo del trabajo se impregna del filosófico espíritu de Paul Lafargue del Derecho a ser un vago. “La doctrina definitiva llegó con el trabajo. El camino era la puesta en práctica de todo lo que me enseñaron.”

Pero la creación de una contrarrealidad, demanda, por pura necesidad existencial, de otra realidad alternativa,  así los jóvenes que huyen de la violencia de las bandas, se plantean: “Creo que nuestra mirada  solo admite dos opciones: nuestro grupo o los otros grupos.” Y el animal felino lo expone  con toda su crudeza: “Estoy a un salto de la muerte y de la liberación. Pero, ¿cómo saltan los que no pueden pasear?” Porque el gato borgiano no es un revolucionario o un disidente político al uso, pues como decía antes, eso necesita de  la construcción de una alternativa, es un disidente  global y radical de la colmena social. Así Edgar Borges cede su voz narrativa al gato, lo cual es una cierta ruptura con su anterior obra y algo particularmente interesante. Así señala Roland Barthes en La muerte del autor: “Hoy en día sabemos que un texto no está constituido por una fila de palabras, de las que se desprende su único sentido, teológicos, en cierto modo (pues sería el mensaje del AutoDios), sino por un espacio de múltiples dimensiones en el que se concuerdan  y se contrastan diversas escrituras, ninguna de las cuales es el original: el texto es un tejido de citas provenientes de los mil focos de la cultura.” Y también señala: “Una vez alejado el Autor, se vuelve inútil la pretensión de descifrar un texto.” Lo cual se estrella con el mundo literario dominante, libros explícitos de contenidos cerrados  y marcados, y un autor convertido  en aquello que Augusto Roa Bastos rechazaba cuando en una entrevista le preguntaban por su fama limitada: Yo no soy una vedette.

“Ser gato”, es en este sentido un texto a contracorriente, no eleva al autor, sino que el autor se diluye en el texto hasta ponerse la piel del gato, y desde ahí hablar, construir la escritura de palabras solas, sin gramática, de la que habla Marguerite Duras. Si el escritor venezolano tiene una obra que ya citamos titulada ¿Quién mató a mi madre?, podríamos parafraseándola, preguntarnos: ¿Quién mató a Edgar Borges?, y tendríamos que responder: el gato, el gato mató a Edgar Borges.


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