Oto Higuita •  Opinión •  28/09/2016

El miedo extremo a la derecha colombiana

La derecha colombiana, la más extrema, tiene un miedo horrendo, el mismo que impuso durante décadas de conflicto y violencia, de que en Colombia lleguemos al fin del conflicto armado; por eso se opone con falsas afirmaciones y haciendo de su miedo como clase a perder el monopolio del poder, el miedo de una gran parte del pueblo colombiano, a través de mensajes subliminales afirmando que los Acuerdos son un regalo a las FARC, la entrega del país al Castrochavismo, un pacto de impunidad y otras mentiras más, buscando que el No gane el plebiscito del 2 de octubre.

En los años gloriosos del conservadurismo más sectario, los 40s, tras el magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán que lanzó al país a una ola de violencia política que causó 300.000 muertos, con la llegada al poder de los principales exponentes del ideario conservador radical, Mariano Ospina y Laureano Gómez, se impuso un modelo político que anquilosó y retrotrajo la república a una especie de convento y acuartelamiento donde había que depurar y exterminar lo que pensara liberal, progresista y comunista. Sus ideales eran tradición, orden, familia, patria, dios, propiedad privada, anticomunismo y “libertad”; y su ejemplo la España franquista. Bajo esas premisas el Estado y sus instituciones quedaron secuestrados bajo la custodia de aquellos “amos” y profetas de la patria.

Con el plebiscito del año 57, que dio origen al Frente Nacional, se selló el acuerdo entre las facciones de la oligarquía (liberal-conservadora) enfrentadas por arriba por el poder del Estado, desde la muerte de Gaitán, cuya lucha facciosa asumieron principalmente sus bases campesinas. El plebiscito del 57, puso fin al período de violencia causado por la alianza extremo-conservadora (Laureano Gómez-Mariano Ospina) y en adelante se alternaron en el poder 16 años, repartiendo los cargos y burocracia exclusivamente entre ambos partidos. Sin embargo, el Frente Nacional tuvo un carácter excluyente ya que dejó por fuera todo aquel pensamiento que no fuese liberal o conservador, considerándolo no apto política y jurídicamente para hacer parte del pacto que aprobó el plebiscito. ¿Y qué pasó con las bases liberales que habían resistido (guerrillas liberales) el Estado confesionalista, despótico y autoritario de los restauradores conservadores que las perseguía para exterminarlos? Fueron abandonados a su suerte por la facción liberal, luego que ésta concilió con sus hermanos conservadores, a través del modelo de dominio y gobierno frentenacionalista. Las guerrillas liberales, como las más poderosas del Llano, habían sido desmovilizadas en la amnistía y acuerdo de paz que les ofreció el general Gustavo Rojas Pinilla en 1953, luego del golpe de Estado que dio contra Laureano Gómez.

Hoy esa idea de restauración neoconservadora vuelve a estar en la palestra, camuflada en un camaleónico nombre, Centro Democrático. Una fuerza política que reúne lo más reaccionario y sectario del escenario político colombiano. Su ideario es similar al de los años 40s: Dios, tradición, familia, anticomunismo, seguridad democrática, poder terrateniente, propiedad privada, grandes empresarios, trasnacionales, iglesia católica, anticomunismo; apoyado por un grupo de pequeños propietarios e intelectuales que siguen como a un mesías a Alvaro Uribe Vélez, quien ha ejercido de presidente por dos mandatos, incapaz de acabar el conflicto, exterminar el enemigo, o terminar la guerra, consiguiendo, eso sí, agrandar con creces la tragedia humanitaria.

Con base en el miedo extremo que tienen de que el país cambie, que Colombia entre en una verdadera era de apertura democrática, ante la deuda histórica de grandes y profunda reformas sociales y políticas que reclama con urgencia la sociedad, los millones de excluidos y reclamantes de vida digna; están atrincherados en mentiras y tergiversaciones sobre el contenido y significado de unos acuerdos que por más deficitarios e imperfectos que estén, permitirán sacar al país no solo de la prolongada guerra en que estamos, sino de empezar a construir un país que transite de la confrontación entre ejércitos conformados por hijos del pueblo, hacia una sociedad que se reconcilie y de los primeros pasos hacia la construcción de justicia social, que será la paz.

El No se empecina en oponerse y amenaza con volver al poder del Estado en las presidenciales del 2018 para “restaurar” y restablecer el orden y la “democracia”, como la ha entendido a lo largo de la historia esa idea tradicional, retrógrada y conservadora que sigue pensando que el poder y la política son de uso y ejercicio exclusivo de un reducido sector de clase.

La tendencia hacia el día del plebiscito del 2 de octubre, ¿Apoya usted el acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera?, señala el triunfo del Sí. Será la primera mayor derrota en este temprano siglo, de una tesis política que busca a través de la exclusión política (la no elegibilidad de quienes se reconcilien y dejen las armas, transitando de la lucha armada a la participación política legal) y la defensa férrea del poder del Estado el usufructo de la riquezas de la nación y la preservación de privilegios para los más pudientes y politiqueros. Esa idea obcecada que peregrina a través de los tiempos, tendrá su primera sepultura este domingo dos de octubre, cuando el pueblo decidirá como constituyente primario su apoyo al Acuerdo, abriendo el camino hacia una sociedad justa y democrática. Esa gran tarea vendrá en el largo tiempo de la implementación de los acuerdos. ¿Estamos preparados para ella? El miedo no nos vencerá.

Oto Higuita es ensayista  colombiano. Licenciado en Historia Económica de la Universidad de Estocolmo.
Fuente: Rebelión


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