Isaac Enríquez Pérez •  Opinión •  27/07/2020

La crisis de la política como crisis civilizatoria

La carencia o ausencia de respuestas y eventuales soluciones ante el látigo inclemente e incierto de los problemas públicos y la reproducción de sus contradicciones, no tiene su génesis en una incapacidad o retraso mental de las élites políticas y, en lo particular, de sus líderes y apologistas. Es un fenómeno que hunde sus raíces en una crisis civilizatoria que constriñe e inhibe a la clase intelectual, a los policy makers y a los tomadores de decisiones en los esfuerzos orientados a imaginar, pensar y repensar escenarios y modelos alternativos de sociedad. Se trata de una crisis de sentido que remite –por un lado– a una especie de miedo al futuro, una misantropía, que se cierne sobre las sociedades occidentales contemporáneas. Y –por otro– a una falta de imaginación creadora para representar formas de organización social, estilos de vida, patrones de producción y consumo a contracorriente del pensamiento y las prácticas hegemónicas y convencionales.

Este nihilismo, que configura la devaluación y vaciamiento del pensamiento utópico, es el trasfondo de la crisis política como praxis ideada para la transformación de la sociedad y la resolución de los problemas públicos. Ello marcha a la par de una pérdida de fe en el Estado como macroestructura institucional detonadora y dinamizadora del cambio social. El ideal absoluto y liberal del progreso –siglos XVIII y XIX– y del desarrollo –como su secuela a partir de la segunda mitad del siglo XX– también fueron erosionados y diezmados en las últimas décadas ante el fundamentalismo de mercado y la entronización del individualismo hedonista. Privilegiando con ello no la resolución o erradicación de los problemas públicos, sino su gestión y contención focalizada y paliativa («lucha contra la pobreza», «combate a la corrupción», «guerra contra el narcotráfico»).

Esto último, aunado a la frustración social derivada de las promesas incumplidas del liberalismo y el fracaso de la democratización en la resolución de los problemas sustantivos y cotidianos de la vida social, abrió el foso de una era del desencanto e incubó el malestar en la política y con la política. No menos importante es el fenómeno de trivialización de lo público donde la praxis política se asume como espectáculo degradante y sus élites se muestran teatralmente como parodias de sí mismas (el «¿Y yo por qué?»; Berlusconi, Trump y Bolsonaro, como síntomas visibles de un síndrome más amplio). La carencia de brújula y referentes en la (re)construcción de un proyecto de nación, es el signo de las sociedades contemporáneas, donde las élites políticas suplantan la razón y la utopía con el dogma y el mensaje instintivo que funciona como anzuelo de las emociones de los ciudadanos (la “tribuna” de las redes sociodigitales es evidencia de ello).

Esta nebulosidad da paso al vértigo de la desconfianza que surca a los ciudadanos entre sí y entre éstos y el Estado.

Lo anterior se posiciona como un telón de fondo que condiciona los renovados vientos que corren con los cambios políticos suscitados en México desde el primero de julio de 2018. De ahí que nos preguntamos: ¿Cuáles son las posibilidades reales de transformación de la vida pública de cara a la herencia de un Estado sitiado y fragmentado, socavado desde afuera y desde adentro, desde arriba y desde abajo? La ventana de oportunidad está abierta. Y a ello contribuirá el escrutinio público que no sea gobernado por la emoción y las entrañas que agravan la división –la “grieta”– de la población. Aunque está por verse hasta qué punto la ansiedad, pulsión y voracidad de los poderes fácticos permiten ampliar (o involucionar) los escenarios que resplandecen al abrirse dicha ventana. Esto último de cara a un horizonte nebuloso que entroniza lo privado en detrimento de lo público, y que se caracteriza por el desanclaje o dislocamiento entre el poder y la política, de tal forma que –con la intensificación de los procesos de globalización– las decisiones públicas no son tomadas exclusivamente en los contornos del Estado-nación; ni el poder se construye únicamente desde las élites políticas locales/nacionales.

Académico en la Universidad Nacional Autónoma de México.

Twitter: @isaacepunam


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