Ramón Utrera •  Opinión •  26/05/2024

Los apoyos de Israel y el chantaje emocional de los judíos

Los apoyos de Israel y el chantaje emocional de los judíos

Cualquiera que haya ido a Auschwitz sentirá que le ha dejado una cicatriz imborrable en su conciencia. Los que no han ido y no quieren hacerlo, utilizan a menudo la excusa de que para entender lo que significa no necesitan hacerlo; pero lo cierto es que la certeza racional de saber lo que allí sucedió no deja la misma huella que lo que se siente caminando por donde se respira tanto horror y sufrimiento. Siempre he pensado que esa experiencia ayudaría a que hubiera menos violencia en el mundo. Aunque últimamente yo mismo me he vuelto un tanto escéptico, dado que he visto que hay muchas maneras de entenderla, empezando por la de los propios judíos. ¿A qué reflexión sobre la violencia han llegado los judíos que han visitado algún campo de exterminio, incluso los que perdieron algún familiar en él? ¿Qué efecto concienciador del Holocausto podemos esperar entre generaciones y pueblos que no tuvieron un contacto directo con el drama, si los propios judíos no parecen ser capaces de mirar ese tipo de experiencia más que desde su perspectiva como víctimas? La historia demuestra que tarde o temprano todos los pueblos acabarán pasando por el papel de victima o por el de agresor; pero ellos se obstinen sólo en el primero.

Cada vez que se produce un episodio de violencia en Palestina, los medios con su habitual obsesión por la primicia y el reportaje en vivo enfocan el suceso como si se tratara de algo repentino y fruto de la maldad terrorista de alguien inadaptado a la realidad de una sociedad pacífica, y occidentalizada para más señas. Pero lo cierto es que la realidad cotidiana de Palestina es la de un pueblo desplazado a la fuerza de sus casas, tierras y medios de vida por una serie de guerras o por la presión de colonias “legales” o ilegales en épocas de “paz”, y en la que el status reinante es el de un apartheid puro y duro. El problema es que esta situación tiene raíces, y estas se remontan a los años cuarenta del siglo pasado, e incluso a hechos anteriores, a pesar de que la prensa pase por ellas a vuelapluma.

El 29 de noviembre de 1947 se aprobó la Resolución 181 de la Asamblea General de las Naciones Unidas por la que se acordaba la partición de Palestina en dos estados de tamaño similar entonces, uno judío y otro árabe, dejando a Jerusalén bajo la administración de las NU. Lo curioso es que aquella asamblea la formaban en ese momento 57 países, la inmensa mayoría occidentales o del bloque soviético. De estos, 33 votaron a favor de la partición, EEUU y los países occidentales que pertenecían a la organización -faltaban todavía Alemania, Austria, Suiza, Italia, España, etc. – la URSS y los del Este, la mayoría de los latinoamericanos, y los países de la Commonwealth gobernados por blancos; pero no lo hizo el propio Reino Unido, la potencia administradora, que se abstuvo. Votaron en contra 13, todos los árabes, los pocos del 3º Mundo que había en ese momento, excepto los latinoamericanos, la India, Pakistán e Irán. Y se abstuvieron 10, entre otros y aparte de Reino Unido, lo hicieron China, Yugoslavia, México y Argentina. En ese momento Israel todavía se apoyaba en la legalidad internacional y asumía las decisiones de las Naciones Unidas.

A medida que gracias a los procesos de descolonización el número de miembros se ha ampliado hasta los 193 actuales, y sus resoluciones y votaciones se le han vuelto adversas, sus decisiones ya no le incumben, y la legalidad internacional no le afecta cuando estima que su seguridad, o sus objetivos, están en riesgo. Concepto que sólo evalúa el propio Israel. Con el paso de los años y el aumento de las tropelías humanitarias que realiza bajo la protección estadounidense y los gobiernos europeos aliados, a pesar de la indignación de los países de casi todo el mundo y algunos occidentales, las votaciones en su contra suelen ser masivas, habitualmente en torno a dos tercios, y algunas de ellas con mayorías en contra sonrojantes. Por ejemplo, la Resolución 478 del 20 de agosto del 1980 del Consejo de Seguridad, en la que se condenaba el intento de anexión de Jerusalén Este, se aprobó con 14 votos a favor, la abstención de EE.UU. y ningún voto en contra. Como consecuencia de ello la legalidad y la institución mundial que en otro tiempo fueron la base de su creación moderna los ignora ahora cuando sus intereses expansionistas y su mentalidad supremacista lo requieren. A pesar incluso de que desde 1967, tras las Guerra de los Seis días, la ONU le reconoce las nuevas fronteras conseguidas en la guerra del 48. Ese mismo resultado se dio exactamente con la Resolución 2334 del mismo órgano de 23 de diciembre del 2016 negando la validez de los asentamientos sionistas en Cisjordania, a los que calificaba de “flagrante violación” del derecho internacional, y que provocó una reacción iracunda por parte del gobierno israelí, quién acusó a la ONU de conspiradora y a la administración de Obama de confabularse con ella.

Desde una perspectiva más reciente, alguien poco sospechoso de pro palestino como el Servicio Exterior de la UE reconocía unos meses antes de los recientes atentados de Hamás un aumento de la presión de Israel sobre la población árabe. Los representantes diplomáticos europeos en Jerusalén Este y Ramala subrayaban “la creciente fragilidad de la población palestina de Jerusalén, la exacerbación de sus condiciones económicas y la necesidad de protección”; denunciaban también un aumento significativo de arrestos y operaciones de seguridad, la erosión del statu quo de la Explanada de las Mezquitas o la presión sobre las escuelas musulmanas, e incluso crecientes ataques a los lugares sagrados del cristianismo. Asimismo, los representantes diplomáticos europeos señalaban el peligro de que se complete el anillo de asentamientos en torno a Jerusalén Este, lo que le aislaría del resto de Cisjordania. Este proceso en el que se señala tanto a las fuerzas de seguridad judías como a numerosos elementos ultraortodoxos que actúan con total impunidad, se ha agravado mucho con la vuelta al poder de Netanyahu al frente de una coalición con fuerzas de ultraderecha en diciembre del 2022, que al final ha sido el detonante de la crisis actual.

El discurso de Israel, Estados Unidos y los países occidentales que le apoyan reitera que su sistema democrático es el único en Oriente medio. Sin embargo, ese sistema democrático ha conformado un sistema de guetos en los territorios palestinos, ocupados sin autorización legal ni política de la ONU, y mantiene a la población árabe sin derechos o en situación de discriminación respecto a la población judía, a la que se ha permitido la creación de asentamientos no reconocidos por la ONU, ni siquiera por los EE.UU. para unas 600 mil personas. Los controles, registros y detenciones son continuos, y no remiten en periodos de calma; y las violaciones de los derechos humanos son generalizadas y denunciadas por las ONGs y por las instituciones humanitarias internacionales, sin resultado alguno. La población palestina no sólo no dispone de los derechos humanos reconocidos universalmente, sino que es frecuentemente expulsada de sus viviendas y propiedades, a veces simplemente por ser familiar de detenidos por actividades subversivas, a menudo no condenadas, o por necesidades de seguridad o de creación de nuevos asentamientos para colonos sionistas, entre otras causas. ¿Se puede hablar de democracia en un país que mantiene desde hace decenas de años a 5 millones y medio de personas en un sistema de guetos en su propio país y a otros 6 millones exiliados en la diáspora palestina, sin la más mínima cobertura legal o justificación moral?

El Tribunal Internacional de Justicia tiene dos causas abiertas a instancia de una mayoría abrumadora en las Naciones Unidas; una referente a si en Gaza se está cometiendo un delito de genocidio y otra a si en el conjunto de los territorios ocupados de Cisjordania se está cometiendo un crimen tipificado de apartheid. Aunque el Tribunal ha impuesto medidas cautelares para evitar que se cometa el primero de los delitos, que según todos los indicios ni se están cumpliendo ni hay intención de hacerlo, lo normal es que la resolución se demore meses o años. De momento, se dan abusos como el de que la gran mayoría de los palestinos residentes en Jerusalén Este necesitan un permiso de residencia renovable periódicamente por el Ministerio del Interior, o el de que tienen extremadamente obstaculizada la circulación por sus propios territorios.

Si bien es verdad que debido a su intransigencia política y su falta de humanidad Israel ha visto como los apoyos internacionales se han reducido, limitado o condicionado, lo cierto es que aún mantiene, cultiva y utiliza los de Estados Unidos y varias potencias europeas, sobre todo Reino Unido, Francia y Alemania. El apoyo de estas suele despacharse rápida y simplemente por los medios, pero es bastante más complejo de lo que desde estos se suele decir; y responde a diferentes factores, que además ponderan de manera distinta según el país del que se trate. Es público que en Occidente existe una comunidad de judíos sionistas poderosos que apoyan a Israel. Esto es especialmente cierto en el caso de EE.UU., donde desde las finanzas, y sobre todo desde los medios, ejercen una presión directa y a veces indirecta -los políticos norteamericanos dependen mucho de los medios en sus aspiraciones-. Tampoco es nada desdeñable el poder de los judíos en Hollywood -hay una coincidencia sospechosa entre momentos críticos en Palestina y la aparición de películas o series famosas sobre el Holocausto buscando reactivar la empatía con el victimismo histórico hebreo o con el sentimiento de culpa social según el caso-, lo que tiene un impacto electoral directo no sólo en los seis millones de votantes judíos americanos sino en el resto del electorado del país, así como en las opiniones públicas de las otras potencias que apoyan a Israel. Bien es cierto que últimamente esto está cambiando en EE.UU. dado el crecimiento de la comunidad musulmana estadounidense y los cambios sociopolíticos de las nuevas generaciones americanas.

En el Reino Unido el poder del lobby judío es también muy importante e influyente tanto política como económicamente, pero aquí la comunidad judía es poco relevante electoralmente (había 300 mil antes de la 2ª GM). Sin embargo, aunque el sionismo no nació en Gran Bretaña ni Herzl era británico, lo cierto es que el espaldarazo decisivo lo recibió de la doctrina Balfour en 1917, lo que se convirtió en fundamental cuando posteriormente el R. Unido recibió el mandato de la Sociedad de Naciones como potencia administradora. Posteriormente Palestina se convirtió en una patata caliente para Gran Bretaña, de la que se deshizo de mala manera en 1948, y que ha ido a más a medida que los países árabes han ganado peso en la política y en la economía internacional desde que controlan la producción de petróleo, y con los que no puede enfrentarse. Hay que recordar además que ya hay 4 millones de musulmanes en el país, el 6,5% de la población. El caso de Francia es parecido, y aunque no tiene una responsabilidad histórica en Palestina de la que avergonzarse, sí tiene un grupo de presión financiero y político judío muy importante, un pasado colaboracionista con la Alemania nazi que incluyó el confinamiento y deportación de 220.000 judíos que vivían en el país durante el Holocausto y, para complicar más las cosas, una comunidad musulmana de más de 5 millones de personas. El caso de Alemania es muy diferente, pues aquí el factor relevante no es la influencia política o económica de los pocos judíos que quedan en el país, ni tampoco el peso de los 5 millones y medio de musulmanes -más de la mitad turcos- en el otro lado de la balanza, es sobre todo su complejo de culpa sobre el Holocausto (550 mil judíos antes de la 2ª GM), que pasa de generación en generación y que afecta y condiciona su punto de vista enormemente, y con el que juega desde siempre Israel. Esa misma percepción es extrapolable en menor grado a otros países europeos como Austria (250 mil judíos antes 2ª GM), Hungría (450 mil antes 2ª GM) y sobre todo Rumanía (un millón antes 2ª GM), quienes reconocen ya su oscuro pasado durante la guerra. Pero no tanto a Polonia (3.3 millones antes 2ª GM), que no se da por aludida y también lo tiene; aunque dependiendo del momento alterna el papel de víctima y héroe con el de colaborador y flagelo. En general el mayor crimen que los judíos recriminan a las sociedades europeas es que, aunque no conocieran el alcance, la mayoría de la población sabía que algo muy grave estaba pasando y muchos hasta lo veían bien. Curiosa es la convivencia de dos sentimientos contrapuestos, uno “oficial” que pugna porque no se le acuse de antisemita, y otro latente en algunos sectores sociales, especialmente del Este, de antisemitismo ancestral, no reconocido.  

Hay que dejar para el final el caso más complejo, el de la URSS/Rusia (2.5 millones de judíos antes de la 2ª GM en su parte europea). Stalin “apoyó” a Israel en el momento en que se dilucidaba su creación; aunque no estaba claro cuáles eran sus intenciones y motivaciones. Parece evidente que formaba parte de su geoestrategia para Oriente Medio. El hecho es que mientras Reino Unido intentaba impedir el éxodo de supervivientes del Holocausto a Palestina, la Unión Soviética permitió una emigración importante procedente de los países ocupados por el Ejército Rojo y de las tierras del oeste que se acababa de anexionar. Cuando quedó claro que Israel no iba a ser ni peón ni aliado en la zona, se giró inmediatamente para apoyar a los países árabes que se decantaban por procesos de cambio revolucionarios más o menos progresistas. Influyó también la percepción de que el referente de Israel estaba ejerciendo una influencia peligrosa en las comunidades judías que existían por toda la URSS, donde siempre ha habido un antisemitismo bastante importante, heredado de la época zarista. Sin embargo, el papel de Rusia ha tenido, en mi opinión, una importancia indirecta y no prevista mucho mayor a última hora. Con la desaparición de la URSS se permitió la salida del país a un millón de judíos, por razones éticas y de interés, que a lo largo de unos quince años se dirigió en su mayor parte a Israel. La llegada de un millón de personas a una comunidad de ocho, en el preciso momento en el que el asesinato de Rabin interrumpía lo que parecía un proceso hacia una solución definitiva del problema palestino en base a los “Dos estados”, produjo un cambio de sesgo conservador de la sociedad judía hacia posiciones más intransigentes con claras consecuencias electorales: bloqueo de proceso de paz, confinamiento de los palestinos en zonas cada vez más reducidas y con más restricciones, anexión de Jerusalén Este, aumento de asentamientos de colonos, presiones sobre la población árabe para que se marche a países vecinos, etc. -Según las encuestas actuales el 88% de la población apoya la intervención en Gaza-.

La propaganda judía y los medios se esmeran en subrayar el peligro que suponen para la supervivencia de Israel Hamás, Hezbolá e Irán. Pero lo cierto es que no tiene base real. Hamás dispone de unos 20.000 efectivos, aunque gran parte de su potencial ha sido eliminado con la invasión de Gaza; y a Hezbolá se le calculan como mucho 50.000, en Líbano en su mayor parte. El ejército iraní, a más de mil kms de distancia, y con dos países por medio, tiene 600.000 (350.000 en la reserva), frente a los 170.000 de Israel (450.000 en la reserva); pero con un potencial tecnológico y de medios muy superior -entre otras cosas unas 90 cabezas nucleares-, y un gasto militar israelí 3.5 veces superior. Sin contar los 3.800 millones de dólares anuales de la ayuda de EE.UU. -Israel es el primer beneficiario de la ayuda militar externa norteamericana-; a cuyo mantenimiento o incremento va dirigida en realidad la campaña de propaganda sionista. Es decir, Hamás y Hezbolá podrán hostigar y hacer ataques terroristas, pero no tienen capacidad para lanzarse a un enfrentamiento directo con el Tsahal -Es curioso que se han olvidado los atentados realizados por diferentes grupos terroristas sionistas en los años 40, como el del Hotel Rey David, defendiendo una causa con muchas similitudes con Hamás-. En otros tiempos esa propaganda incluía también el inventario de fuerzas militares de todos los países árabes, lo que producía un efecto de tremenda vulnerabilidad del rodeado y acosado pueblo judío. El apoyo gubernamental árabe, que no social, se ha resquebrajado tanto que el argumento se ha vuelto insostenible. Precisamente el objetivo del ataque de Hamás tenía que ver con la interrupción del inminente proceso de reconocimiento de Israel por parte de Arabía Saudí, y su posible extensión a otros países de la zona. Recientemente se habían normalizado las relaciones con Baréin, Marruecos y los E.A.U. Hay que recordar también que hay una oferta formal de la Liga Árabe de un reconocimiento de Israel con las fronteras de 1967.

Amparándose en su papel de pueblo victima -si hiciéramos una lista de pueblos víctima, por agravio comparativo sería bastante larga- los sionistas lograron que las potencias triunfadoras de la 2ª Guerra Mundial atendieran sus reclamaciones a costa de las vidas, bienes y raíces de otros desafortunados. Hoy en día ellos mantienen a cinco millones y medio de personas en un sistema de apartheid; y cuando los oprimidos se extralimitan rebelándose desesperados con un ataque terrorista de 1.200 víctimas, responden con una represión –venganza bíblica del pueblo elegido por Dios- que ha costado ya más de 35 mil, ha desplazado y acorralado a dos millones de personas, y ha arrasado la vida en Gaza. Está también ahí el posible triunfo de Trump en las elecciones presidenciales norteamericanas, lo que liberaría aún más las manos de Israel en los territorios ocupados; tema muy preocupante si continúa la crisis. Aunque los sionistas deberían saber por propia experiencia que un sentimiento de supervivencia como el palestino no se elimina así como así. Occidente por su parte intenta justificarlo como legítimo derecho de defensa, aunque la lista de crímenes y violaciones de derechos humanos sea escandalosa. Tal vez el problema sea que a los occidentales hasta cuando quieren hacer el bien se les descontrolan los genes supremacistas.

Publicado originalmente en Hormigas Rojas.


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