Washington no puede con la economía china
Desde hace unos años Estados Unidos ha hecho lo indecible por tratar de detener el empuje de China pues ha visto cómo el gigante asiático se abre paso para convertirse en la primera economía del planeta.
Resulta que ni las innumerables extorsiones y difamaciones lanzadas por Washington contra Beijing ni los grandes desastres mundiales ocasionados por la Covid-19, han podido detener el avance de ese país asiático cuyo Producto Interno Bruto (PIB) creció 18,3 % en el primer trimestre de 2021.
La Oficina Nacional de Estadística de la nación señaló que el PIB en ese período fue de 24,93 billones de yuanes (3,8 billones de dólares).
El esfuerzo por controlar la pandemia ha sido extraordinario pues le ha permitido remontar los malos momentos económicos del año 2020 cuando el PIB se situó en 2,3 %, el mínimo de los últimos 40 años.
Por su parte, Washington a lo largo de su historia como potencia hegemónica, ha utilizado diversos métodos para hacer valer sus intereses como han sido amenazas o lanzamiento de guerras militares o económicas.
Recordemos que las extorsiones contra China se incrementaron desde marzo de 2018 cuando el expresidente Donald Trump firmó los documentos que imponían aranceles del 25 % sobre las importaciones estadounidenses de acero y del 10 % a las de aluminio, perjudicando no solo al gigante asiático sino también a otros socios comerciales.
En esa declarada guerra comercial Washington aplicó gravámenes de nuevas tarifas a productos importados desde China por valor de más de 200 000 millones y después continuó extorsionando a varias compañías y funcionarios de la nación asiática.
Las agresivas medidas de Estados Unidos han estado dirigidas, mayormente, hacia Beijing y Moscú, sus dos principales potencias enemigas desde los ámbitos económicos políticos y militares, las que han limitado la hegemonía universal que mantuvo Washington desde principios de la década de 1990 cuando desapareció la Unión Soviética y se desintegró el campo socialista de Europa Oriental.
Trump bajo su política de “América primero” atacó con todas sus artimañas a China y ahora su sucesor en la Casa Blanca, Joe Biden al parecer seguirá en esa misma línea.
La recién nombrada representante de Comercio Exterior estadounidense, Catherine Tai, declaró que su país no está listo para levantar en el futuro próximo los aranceles que impuso Trump a las importaciones.
Con las ansias de competir con el gigante asiático que se le está yendo muy adelante en varios sectores, Biden presiona para alcanzar un plan de tres billones de dólares de inversiones en infraestructuras físicas y tecnológicas.
El mandatario estadounidense apuesta por la recuperación económica del país e impulsa una desenfrenada carrera para reunir en una alianza a socios estratégicos como Gran Bretaña, Japón, Australia y la Unión Europea en contra de Beijing.
Amenazas y lanzamiento de guerras militares o económicas han sido las principales armas de las administraciones estadounidenses para tratar de establecer o preservar su estatus de potencia unipolar.
Un ejemplo del uso de sus tenazas coercitivas mercantiles fue cuando en la década de 1980 Japón se había establecido como la segunda economía a nivel mundial con cerca del 60 % del PIB estadounidense. Ante la posibilidad de que el país del sol naciente pudiera sobrepasarlo, el gobierno de Ronald Reagan emprendió trabas comerciales y económicas para debilitarlo.
Las acciones de la Casa Blanca fueron drásticas: limitó el acceso a su mercado de productos como automóviles, telecomunicación, equipamientos médicos, semiconductores y prohibió una serie de exportaciones de alta tecnología hacia ese país. El resultado fue la detención durante dos décadas del crecimiento acelerado que llevaba Tokio.
Claro que el Japón de 1980 no era el mismo contrincante que la China en 2021, pues Beijing mantiene relaciones comerciales con la mayoría de los países del orbe y muchas de ellas son dependientes de los productos y equipos provenientes de esa nación.
A esto se suma que el gigante asiático también avanza en el programa de desarrollo e inversión conocido como la Nueva Ruta de la Seda la cual se extiende desde el este de Asia, para pasar por Europa, África y América Latina.
Aunque el proyecto se ha estancado en el último año por motivo de la pandemia, en muchos de los 138 países acogidos al programa se han rehabilitado o construido plantas eléctricas, gasoductos, puertos, aeropuertos, carreteras y vías ferroviarias.
Para esos efectos, Beijing ha otorgado préstamos a los participantes por más de 461 000 millones de dólares. Aunque Washington ha criticado y tratado de boicotear esa iniciativa lanzada en 2013, la realidad es que todos los países involucrados se están beneficiando.
La rápida recuperación de los efectos pandémicos, en contraposición al descalabro sufrido por Estados Unidos por la mala gestión en la contención del virus, ha llevado al grupo de expertos británicos del Centro de Investigación Económica y Empresarial (CEBR) a destacar en un reciente informe, que China se convertirá en la mayor economía del mundo en 2028.
La realidad es que Beijing le está ocasionando grandes dolores de cabeza a los gobernantes estadounidense que no han podido detener al gigante asiático y ven como, poco a poco, su hegemonismo mundial va en picada.