La sociedad domesticada
“Cada ciudad recibe su forma del desierto al que se opone”
“Al llegar a cada nueva ciudad el viajero encuentra un pasado suyo que ya no sabía que tenía: la extrañeza de lo que no eres o no posees más te espera al paso en los lugares extraños y no poseídos.”
Italo Calvino
Comenzar este artículo con estas dos citas de Italo quizás solo sea una manera de intentar, por mi parte, explicarme ciertas sensaciones que percibo al llegar a una nueva ciudad, o quizás no sea nada más que la forma en que uno tiene de entenderlas, tanto a las ciudades como a esas sensaciones, que en mi caso no son de extrañeza en algunas ciudades, pero ¿a qué viene este pensamiento, o este tema, y de qué quiero escribir esta semana? ¿Somos el sueño de nuestra ficción o somos la realidad de un sueño?
Vayamos por partes, primero ¿de qué quiero escribir? ¿De la sicosis de pánico: fruto conjugado del paro, la recesión económica, la crisis y la inseguridad? ¿Estamos ante una sociedad domesticada por completo?
Todas las ciudades y pueblos se parecen, ¿hay diferencias, efectivamente, en su folclore, o sus tradiciones, aunque tanto el primero como las segundas sean hijas de la misma cosa? Sí, todas las ciudades y pueblos tienen su plaza, centro neurálgico, punto cero desde el que parten todas las cosas que la hacen posible, y todas sus plazas tienen su fuente, su reloj, su torre, sus paisanos y su loco. Sí, todas las plazas poseen su loco o sus locos, esos seres extraños, estrafalarios que parecen haberse quedado en un punto indeterminado de su tiempo, de su vida, de su existencia.
Vayamos a la domesticación del pueblo, vayamos al proyecto de asepsia, de limpieza, de presentarnos ciudades impolutas, limpias, sanas, transitables, ordenadas con regla y compás, donde las normas parecen no imponerse, sino que se convierten en algo voluntario, algo colaborativo, nadie se sale de la raya, nadie abandona la línea trazada, la calzada creada para la masa, las prohibiciones se ven como algo normal, algo que ya estaba ahí antes de que nosotros llegáramos, porque ya no las vemos como imposiciones, sino como algo lógico, algo que hace nuestra vida en la ciudad más humana, más fácil, más suave.
Ciudades que se convierten en grandes parques turísticos, en los que oculta y disfrazada se ofrece la cara del consumo. ¿Puedes pasear sin consumir? raramente, podrás hacerlo, porque en esos paseos o parques te bombardean con cientos de “atractivas ofertas”, que a la postre, tras el paseo, harán que nos sintamos bien, agasajados, alimentados, hidratados y satisfechos y seguros.
Nada parece, ni a primera, ni a simple vista que esas ciudades limpias y asépticas oculten algo, porque las miserias se esconden, se desplazan a las periferias, a los lugares que no saldrán en la guía turística, a ningún turista le interesa ver el lado oscuro de las ciudades, no, a ninguno, todos quieren ver lo maravilloso, lo bonito, lo inofensivo, lo que es posible adquirir a golpe de tarjeta o talón: la seguridad impostada.
Sí, cada ciudad tiene su plaza, su centro neurálgico, ese punto del que parten todas las cosas que la hacen posible, que la construyen desde el núcleo hasta la periferia, allí a donde se envía todo aquello que no reúne las condiciones de la asepsia, de lo inmaculado, de lo bello de esas magníficas fachadas, y estatuas, de esos coloridos jardines, de esas calles peatonales, de las grandes avenidas transitadas por automóviles híbridos y que ya no contaminan, que producen aire limpio, sí, eso es lo que vemos, lo que nos muestran todas la ciudades del siglo 21 en Occidente, pero ¿dónde ocultan esa otra ciudad marginal, excluida de la higiénica imagen que sevofrece para alegrar las visitas a los turistas?
Me gusta perderme por las calles de esa nueva ciudad que visito, busco las calles y barrios que no están en la guía y allí al inicio de la calle o el barrio, en una plaza, observo a sus habitantes, por regla general, negros, prostitutas, indigentes, seres que no cruzan esa frontera invisible que se levanta desde esa periferia hacia la zona transitada por turistas y gente de «bien», esa gente indiferente que suelta exclamaciones ante la asombrosa construcción de edificios cuyos ornamentos nos muestran no solo un pasado floreciente sino un presente impoluto, sin macas, esa fruta brillante tratada con cera en la que ningún gusano podrá aventurarse para llegar a su núcleo.
Veo policías de uniforme y percibo la presencia de esos otros agentes invisibles de la seguridad, y cámaras en todas las esquinas de las calles comerciales, de los museos, de las iglesias, de los parques, y me siento vigilado, observado y controlado…
Paso al lado de los peatones que pasean y escucho sus anodinas conversaciones sobre el tiempo, sobre lugares en los que se come y bebe bien por el módico precio de 20 pavos el menú. Comer y beber y hablar del tiempo y de paso esgrimir argumentos falaces sobre esos «negros», esos «moros», esas «putas», y pienso en la cara oculta de la luna, siempre ahí, pero invisible a nuestros ojos, aunque sepamos que existe, como los guetos en las asépticas ciudades, pero que no vemos, que no queremos ver o que simplemente como olvidamos que la luna tiene otra cara, olvidamos que esa ciudad impoluta, bella, habitada por gente «guapa» también tiene otra cara: paro, recesión económica, crisis e inseguridad, desechos humanos producto de una sociedad domesticada y enferma de asepsia, de indiferencia, de ignorancia, de pasividad y estulticia.
Toda ciudad tiene sus plazas y todas las plazas poseen su loco, sus locos, sus borregos, sus ovejas que transitan saciadas al matadero sin salirse de la raya, sin saltarse la norma, mirando con admiración al pastor, a los pastores que cambiaron el cayado y el zurrón por pistolas, esposas y porras…
La verdad es que no sé realmente de qué he escrito esta semana: ¿Realidades o ficciones?
¿Ovejas que se toman muy en serio el lugar en el que pastan, que se toman muy en serio el papel en ese guión que para ellas han escrito, ovejas que ven en el establo y en los prados aledaños una libertad vigilada, segura y a salvo del lobo de la psicosis del miedo?
SALV-A-E los que van a morir te saludan.
Alvaeno 24 de septiembre, Guadalajara, España.