Manuel López Oliva •  Opinión •  23/09/2016

Una opción ministerial para la cultura en Cuba

Uno de los hitos más sobresalientes y efectivos de la historia institucional de la cultura cubana, es la fundación en 1976 de un Ministerio encargado de esa esfera de la realidad del país. Con él  se integraron en haz polifuncional no sólo los diversos cauces por donde fluía la vida espiritual e intelectual de la Nación, sino igualmente entidades del Estado que durante algo más 15 años de proceso revolucionario transcurrido, venían ocupándose de las modalidades profesionales y populares de expresión y reproducción artística, literaria y tecnológica existentes entre nosotros. Su aparición supuso sintetizar para el desarrollo, a manera de saeta, líneas del hacer cultural que habían actuado paralelamente, con lo que se esperaba responder al ordenamiento político y económico, que junto a  la nueva Constitución formulada, se reestructuró en esa segunda mitad de los setentas.

Pero el Ministerio de Cultura no fue únicamente resultado de una decisión de alto rango gobernante. Nació más bien como punto de llegada lógico de una evolución en la práctica y el diseño de la gestión sectorial correspondiente. Para que este surgiera tuvieron que tenerse en cuenta no sólo las estructuras tradicionales provenientes del universo culto heredado del período colonial y la República, sino también las que fueron creadas en la “década prodigiosa”, sobre todo a partir del legado proveniente de la Dirección de Cultura del Ejército Rebelde, el camino que había abierto la Sociedad Nuestro Tiempo, el quehacer valioso de publicaciones vanguardistas  y la proyección cultural de las universidades. De ahí que sea necesario decir que aparte de los organismos específicamente culturales establecidos por el Gobierno de la Revolución, dentro del proyecto fundacional del MINCULT se interiorizó de hecho (aunque no se dijera) el eco vivo de instituciones de investigación etnográfica , escuelas de Letras y de estudios históricos de arte, academias de música y teatro, museos y sociedades de carácter intelectual, así como las ideas acerca de la integración arquitectónica, que desempeñaron apreciable labor antes de los sesentas y durante los años iniciales de esa década.

Debe afirmarse con plena responsabilidad, que no obstante su misión unitaria y transformadora en pos de un sistema mayor para el quehacer cultural, el Ministerio que se estableció no se propuso hacer “tabula rasa”–lo que constituye desviación equívoca  frecuente entre nosotros- de las entidades que operaron en los 60s y 70s; sino que en ese momento significó un salto trascendental destinado a conformar el programa nacional de desarrollo cultural, acompañado por la renovación de estructuras y sub-campos encargados de las diversas manifestaciones y los géneros de la cultura espiritual y sus producciones específicas. Durante las reflexiones de cierre del III Coloquio Latinoamericano de Fotografía de 1984, realizado en el Palacio de Convenciones de La Habana, el propio Fidel, al referirse a la tendencia local a mantener  “feudos culturales”, indicaba una de las razones del papel unitario jugado por el Ministerio. El  criterio emitido ese día fue un juicio de carácter político que solicitaba consolidar  una perspectiva de articulación orgánica, que permitiera el equilibrio entre un movimiento centrífugo y otro centrípeto, capaz de armonizar y a la vez proyectar con autonomía a todas las variantes de la cultura profesional y del ambiente cultural de la sociedad.

Hay países con destacados aportes en las artes y el pensamiento que no poseen un Ministerio de Cultura, e igualmente existen otros provistos sólo de una oficina ministerial que coordina y valora el trabajo independiente de las instituciones y eventos públicos o privados que abordan el panorama patrimonial, de creación, tradición, reproducción y circulación de bienes y comportamientos cultos; e igual se cuenta en algunos sitios con amplias y ramificadas estructuras para la rectoría de la cultura, con jerarquía de Ministerio. En el  extinto Campo Socialista, sobre todo en la URSS, el rejuego de funciones y niveles engendró hasta Comités Estatales para la macro-dirección de la totalidad de los órganos y espacios culturales. Pero fue propósito de quienes tuvieron que pensar el diseño adecuado para nuestro Ministerio de Cultura, no repetir ninguna de las modalidades que acabamos de señalar, aunque se  aprovecharan parciales influencias de éstas. A partir de las reuniones de análisis anteriores y posteriores a la Tesis de la Cultura Artística y Literaria del Congreso partidista de 1975, se afirmó el reclamo que abrió las puertas a la idea de fundar un Ministerio de Cultura dispuesto para requerimientos en devenir.

Se trataba de armar un organismo que además de sus propósitos y tareas en territorio cubano, pudiera interactuar con sus homólogos de los Estados Socialistas, con la UNESCO y hasta dentro de una aún soñada comunidad de  naciones del Caribe y América Latina. Se propusieron varias alternativas de forma en vías de obtener un mejor ajuste entre la Política Cultural y una concepción administrativa lógica. Y de todas ellas se derivó un modelo de organismo abierto, que a la par que respondiera a la naturaleza ministerial típica del Estado Cubano, e integrara el conjunto de líneas de actividad cultural heredadas, evitara tanto el crecimiento burocrático excesivo en sus niveles altos de gestión, como la posición autocrática de sus funcionarios y esa errónea tendencia a reducir la dimensión de la cultura sólo a las manifestaciones y actividades que serían atendidas, organizadas  y promovidas por ese Ministerio.

La misma designación de Armando Hart al frente del Mincult, quien muy a comienzos del Poder Revolucionario había atendido a organismos culturales desde su condición de Ministro de Educación, implicó la búsqueda de la fidelidad a  principios esenciales enunciados en aquella etapa fundacional, la comprensión estatal de la importancia de la cultura, y el reconocimiento de los aciertos mantenidos por la Casa de las Américas y el ICAIC, ambas entidades presididas por Haydeé Santamaría y Alfredo Guevara. Desde el primer momento, en Hart y en sus principales colaboradores  estuvo  la certeza de que había que conservar  todo lo valioso de la historia de la cultura cubana,  elevar cualitativamente cuanto provenía de los aportes nacidos en los 6Os, y transformar con altura aquello que se había torcido a raíz de rígidos extremismos rectores que confundieron a las expresiones culturales con la ideología y la propaganda políticas. Quedó evidenciado que en aquellas circunstancias un Ministerio para la cultura era un avance en términos conceptuales y operativos; porque lo cierto es que también los organismos, las instituciones y las estructuras de mando requieren cambios, adecuaciones a nuevos tiempos, y una permanente dialéctica de autorregulación que los defienda de la oxidación, la inutilidad y la entropía. Los mismos cambios que tuvieron lugar desde finales de los ochentas, al instituirse los Institutos y Consejos (y en ínfima medida las Agencias) como “cuerpos” especializados en una variable sistémica que reordenaría la correspondiente totalidad, racionalizándola, evidenciaron lo positivo de semejante aserto.

Volver a mirar –aunque desde realidades con distinta complejidad- hacia las directrices de Política Cultural emanadas de reuniones y polémicas de la  primera mitad de los sesentas, fue guía de despegue para el Mincult.  Esa posición germinal del Ministerio se nutrió así mismo de verdades y enfoques adelantados provenientes del Congreso Cultural de La Habana del 68; y también, de las experiencias de trabajo y las realizaciones derivadas de entidades culturales como las ya nombradas ICAIC y CASA, además del  Instituto Cubano del Libro, la fecunda red de enseñanza artística, y otras áreas con logros que habían sido partes del Consejo Nacional de Cultura. El discurso de Hart en la clausura del Congreso de la UNEAC de 1978 sirvió para comunicar orientaciones matrices de la concepción sistémica, relacional y basada en la idoneidad  de los hombres que inspiraba a la etapa de génesis y ordenamiento de nuestro Ministerio de Cultura.

Asimilar simbólicamente campos diferentes de la personalidad cubana y darle voz al tejido antropológico que conformamos; aspirar al uso culto del llamado “tiempo libre” y al mejoramiento del diseño utilitario en su diversidad; apoyar a las artes visuales, sonoras y escénicas, e igualmente a la expresión fílmica y la poesía; preservar el patrimonio tangible e intangible, y establecer valladares de conciencia individual e institucional contra la tendencia mercantil a regirse sólo por la Ley del Valor; multiplicar  los nexos de intercambio cultural con el mundo y darles cabida en Cuba a las personalidades cimeras de la imaginación de todas las naciones, eran objetivos que exigían operar mediante “vasos comunicantes” que se apoyaran y completaran mutuamente. Así, la naciente estructura de gestión y promoción abogaba por acciones de calidad con carácter contemporáneo, por integrar lo estético a la vida misma, completar en lo espiritual y lo sensorial  la  misión de la educación, además de proyectar con justicia -dentro del país e internacionalmente-  el diverso “universo” de creación estética e intelectual que nos caracteriza.

Sería necesario un texto más abarcador y pormenorizado para recordar, detalle a detalle, el conjunto de tareas y métodos para concretarlas que se fundieron en la faena del Mincult, durante sus 10 años iniciales.  Fue aquel un tiempo donde la inventiva y la experiencia, el conocimiento esmerado y la mirada de largo alcance, conformaron una suerte de “Rosa de los vientos” para orientarse en la travesía emprendida. El Ministro Hart tuvo siempre por divisa la utilidad del pensamiento plural; por lo que consideró indispensable la formación de Consejos Asesores que alimentaran a sus propias definiciones y decisiones; e igual a las del resto de los cuadros y funcionarios, quienes debían comportarse de manera exigente y flexible, a la vez que tener la cualidad de saber articularse con los creadores y los especialistas del área donde figuraban. Las  sesiones de análisis y los debates interdisciplinarios sobre temas culturales orgánicos  y globales, convocados mediante la Dirección de Ciencia y Técnica de ese Ministerio, ensancharon los horizontes y búsquedas del organismo en cuestión, sumándose los estudios económicos y sociológicos sobre la cultura como medios esclarecedores e instrumentales.

Eran componentes de un credo ministerial proyectivo: deslindar los perfiles profesionales del creador, el investigador y el dirigente; considerar el valor cultural por encima del ancilar o comercial de los productos y servicios del sector; reelaborar el sedimento tradicional con sentido evolutivo y presencia de nuestra época; equilibrar el reconocimiento priorizado a los maestros verdaderos con la atención al desarrollo de los jóvenes en las distintas manifestaciones de la Literatura y las Artes; incidir culturalmente en los espacios públicos y en la producción industrial, para formar con ello la sensibilidad y la recepción de las personas; y estimular a la crítica profesional fundamentada, útil en el mejoramiento de la producción y la circulación de la cultura. Simultáneamente se quiso: construir cada sub-sistema institucional y empresarial según la concordancia de propósitos y la complementariedad de sus acciones; propiciarle destino  social y justo mercado interno y externo a las obras auténticas; mantener una estrategia promocional que usara las ganancias de unos en el empuje de otros; concebir mecanismos y eventos autóctonos para internacionalizar la cultura cubana; sustituir las expresiones populistas y pedestres de cualquier tipo por aquellas donde se conjuguen lo culto y lo popular avanzados; organizar centros para investigaciones que pudieran devenir claves en la gestión de todo el sistema; y erigir una coherente red cultural nacional, que respondiera a la nueva división político-administrativa  establecida en el país a partir del segundo lustro de los 70s.

Hubo en los comienzos del Ministerio de Cultura determinados idealismos y ciertos criterios modulares de expansión territorial equivocados, que fueron tanteos experimentales derivados de buenos propósitos y de ilusiones nobles. Entonces el afán por darle fisonomía rigurosa a cuanto proyecto o entidad emergía, chocaba en ocasiones con la inadecuada preparación de algunos cuadros y con mentalidades formalistas o dadas a improvisar en viejo “estilo guerrillero”. No siempre el interés personal y la subjetividad pudieron engramparse con el cargo, la responsabilidad y la capacidad de poner en movimiento a los colectivos de cada desempeño. A veces los vectores de renovación y los signos humanistas inherentes al camino cultural elegido, que debían convivir en constante maridaje, se bifurcaban y desataban desvíos circunstanciales que a la larga tuvieron efectos contrarios a lo deseado. Para otros organismos y organizaciones del Estado y la Sociedad no resultaba fácilmente comprensible que nuestro Ministerio tuviera la rectoría cultural de la Nación. El rechazo consciente del trabajo ministerial a los esquematismos anticulturales, predominantes en mandos y puntos de vista que hicieron mucho daño durante el lustro primero de la década del setenta, produjo asimismo exageraciones y extrañamientos en sentido opuesto. Una mayor apertura en lo semántico y sintáctico del hacer cultural  -que simultáneamente propiciaba la universalización de nuestras  expresiones-  también fue aprovechada para sus fines por el oportunismo foráneo y por determinadas posiciones desnaturalizadas. Sin embargo, cuanto resultó discordante en los años de “gateo y caminar zigzagueante” del Mincult,  no pudo afectar la ejecutoria y las sólidas perspectivas que trajo consigo esa opción ministerial de Cuba para las especificidades de la cultura.

El Ministerio de Cultura de Cuba vive.  También con posterioridad al período de inicios que acabamos de esbozar, ha tenido una diversa trayectoria marcada por resultados considerables y modificaciones particulares de estilo. La ampliación constante de sus ocupaciones y la dificultad de conservar conexiones sistémicas necesarias en realidades que han priorizado la recuperación de los costos y la rentabilidad económica de la cultura, fueron rediseñando facetas de su anatomía. Muchas de las señales originarias de ruta permanecen; otros paradigmas lo marcan; parte del material humano que actúa en su urdimbre refleja a veces las impurezas del contexto donde el Mincult funciona; su condición de organismo estatal espera por nuevos alientos y cambios; y si hoy las alternativas privadas adquieren fuerza independiente, la huella benefactora de su labor -con 40 años ya- pervive en el rico desenvolvimiento cultural de la patria.

 

Manuel López Oliva.  Artista Visual y Ensayista. Recibió el Premio Nacional de Crítica de Arte “Guy Pérez  Cisneros” por la Obra de la Vida. Es Profesor Consultante de la Universidad de Las Artes, y se ha desempeñado también como Asesor Cultural.

Fuente: Cubarte


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