Puño en Alto •  Opinión •  23/03/2022

Unidos por amistades peligrosas

De nuevo se postula Alberto Núñez Feijoo, a la sazón Presidente de la Xunta de Galicia, como el mirlo blanco para sacar al PP del lío monumental creado por la disputa encarnizada por el poder con graves cruces de acusaciones entre la presidenta madrileña, Díaz Ayuso, y el Presidente nacional del PP, Pablo Casado, y que pueda evitar la sangría de votos que este desencuentro pueda originar, según pronostican ya algunas encuestas.

Aunque muy alejados en distancia física y en importancia de su responsabilidad política, Núñez Feijoo y el alcalde de la Sanlúcar del Santo Régimen tienen algunas similitudes. Ambos llevan más de 12 años en sus respectivos gobierno, que han servido, más que nada, para privatizar o externalizar todo lo susceptible de privatizar o externalizar y para extender una red clientelar desde la que fundamenta su persistencia en el cargo.

Pero lo que más sorprende en el hilo invisible de la similitud, son sus amistades peligrosas documentadas gráficamente y, que ello, no solo no les han servido para obtener reprobación social alguna siendo sus territorios lugares muy castigados por las actividades nada recomendables de esas amistades peligrosas, sino que consiguen repetir victorias electorales, con más suficiencia en el caso de Feijoo. Las imágenes que prueban las amistades peligrosas pululan por las redes sociales, siendo la que ilustra esta reflexión una de ellas.

Salvando las distancias, ambos casos, deberían ser objeto, no de análisis de politólogos, sino más bien de sociólogos. Un electorado o parte de él que vote en contra de sus intereses o que acudan a concentraciones en las que se jalea y vitoree a quien, sin complejo ni sonrojo, ha reconocido que ha beneficiado por acción u omisión a familiares desde su responsabilidad de gobierno, es digno de estudio.

Un electorado o gran parte de él que elecciones tras elecciones no es capaz de quitarse el yugo que propicia el estancamiento como sociedad en el que prima el clientelismo y favorecer directa o indirectamente a las amistades peligrosas, como es el caso del alcalde de la Sanlúcar del Santo Régimen, no es menos digno de ser estudiado como fenómeno sociológico.

En definitiva, estamos ante dos sociedades enfermadas deliberadamente cuyas patologías no son fruto del azar ni de la mala suerte ni consecuencia de un mal divino, sino de un plan intencionado para que cualquier comportamiento, ya sea delictivo o moralmente reprochable, no obtenga socialmente el más mínimo de los reproches.

Ver a un Núñez Feijoo, desde una atalaya moral ética que no le corresponde, exigir orden y sentido común a su partido y ver como muchos le jalean para ello, produce tanto desasosiego y estupor como ver al alcalde de la Sanlúcar del Santo Régimen manifestarse por las calles de la capital gaditana exigiendo una sanidad pública y de calidad para los andaluces, conociendo la utilización clientelar que practica en el hospital privado concertado de la ciudad.

 

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