Daniel Espinosa •  Opinión •  21/07/2020

Encarnación del mal

“Matón, cobarde, víctima”, es el título del reciente documental que resume la obra y carácter de uno de los “power brokers” estadounidenses más importantes del siglo pasado, Roy Cohn. Aunque falleció a causa del VIH a mediados de la década del 80, producciones como la señalada y “¿Dónde está mi Roy Cohn?” (2019) han devuelto a este oscuro personaje a un presente que busca explicaciones para sus desgracias. No es para menos.

Cohn fue una figura decisiva en la formación de Donald Trump, además de un ducho manipulador de la prensa y un litigante sin escrúpulos. Él y el actual presidente de EE.UU. se conocieron en 1973, cuando el magnate de bienes raíces tenía 27 años y un problema legal (y de imagen) entre manos: su compañía inmobiliaria encaraba denuncias por discriminación racial. Cohn lo defendería a su manera, usando sus contactos en la prensa para llevar a cabo una escandalosa campaña mediática en su favor y exigiendo al demandante –el gobierno federal– una indemnización de $100 millones por daños.

Cohn pasó casi toda su vida en el ojo público. Mucho antes de conocer al joven Trump, el abogado ya se había hecho famoso por su rol como precoz consejero en jefe de Joseph McCarthy, el senador republicano que en la década del 50 destruyó docenas de vidas y carreras con su cacería de brujas anticomunista. Fue en esa calidad que Cohn protagonizó la persecución legal y posterior ejecución de Ethel y Julius Rosenberg, una pareja de comunistas estadounidenses acusados de transmitir información secreta sobre la bomba atómica a los soviéticos. Ambos terminaron en la silla eléctrica luego de un juicio que, como se sospechaba entonces y como se sabe hoy a ciencia cierta, estuvo lleno de trampas e irregularidades.

En “Matón, cobarde, víctima”, los descendientes de los Rosenberg dan cuenta de las maniobras de Conh para inculpar a sus padres, dirigiendo y coaccionando al testigo cuyas declaraciones los condenarían a muerte. Todo indica que Cohn sabía perfectamente lo que hacía.

Cohn, incapaz de separar su vida privada de su trabajo, llevaría a cabo un tour por Europa con la finalidad de retirar literatura “comunista” de todas las embajadas y consulados estadounidenses de la región (que solían tener sus propias bibliotecas abiertas al público). Libros como Moby Dick o El Halcón Maltés serían censurados y secuestrados por el cómplice de McCarthy y su compañero de viajes, un tal David Schine, de quien se decía que Cohn estaba enamorado. El posterior declive político de Joseph McCarthy –que, por cierto, también perseguía a homosexuales– estuvo relacionado con el intento del joven Cohn de eximir a Schine del servicio militar, un público y vergonzoso desliz que pondría al Ejército en contra del senador y su aparato de persecución política.

A pesar de que era un secreto a voces, Cohn jamás llegaría a admitir su propia homosexualidad.

Psicópatas americanos

Facilitador, chantajista, homofóbico. Cohn regresó de los corredores de Washington D.C. a su natal Nueva York para retomar su oficio de abogado, dedicándose a representar a una selecta élite: políticos encumbrados, titanes de varias industrias, capos de la Cosa Nostra y hasta al malvado Francis Spellman, Arzobispo de Nueva York hasta fines de la década del 60. En otras palabras, sus tentáculos se extendían hasta las cimas de los estamentos tradicionales. Su cercanía a la mafia neoyorquina le valdría la fama de “consiglieri” de algunas de sus cabezas, como Anthony “Fat Tony” Salerno o John Gotti, a quienes Cohn liberaría de cargos criminales en más de una ocasión.

El joven Donald Trump, beneficiario de una nada desdeñable fortuna familiar, aprovecharía los contactos de Cohn para conseguir que la mafia italoamericana, operadora de facto de los sindicatos de construcción de ese entonces, le permitiera edificar la famosa “Trump Tower” en un periodo marcado por huelgas y escasez de concreto (a inicios de la década del 80).

A Cohn se le atribuye el haber inculcado en Trump la costumbre de jamás disculparse y contraatacar ruidosamente con lo que tenga a mano, siempre atento a las cámaras de televisión ávidas de escándalo y noticias. Para Cohn no había prensa mala, como dice el refrán, pues la mera presencia mediática demostraba prominencia y poder. A eso había que sumar testarudamente una imagen, real o forzada, de éxito. Lo que dijeran sus detractores era completamente irrelevante; de hecho, mientras más hablaran de él, mejor.

Durante su vida, Cohn se sirvió de las mismas tácticas que Trump usaría luego en su carrera política. El miedo irracional al comunista, atizado por el abogado en su juventud al servicio de McCarthy, sería transformado por Trump en el odio al inmigrante o en su uso como chivo expiatorio para explicar los males norteamericanos. La amenaza “antiamericana” representada en la Unión Soviética tiene, a su vez, paralelos en el popular “Make America Great Again”.

El secreto de Cohn

Entre sus rasgos más resaltantes, el abogado alguna vez se atribuyó una total incapacidad para simpatizar con el “elemento emocional de la vida”, déficit que seguramente iba muy a tono con su vanidad. Tal como Jeffrey Epstein más recientemente, Roy Cohn solía dar constantes y glamorosas fiestas en su residencia de Manhattan. A ellas acudían la crema y nata de la sociedad local y su cuestionable clientela.

Pero los recientes documentales y artículos periodísticos sobre Roy Cohn, traído al presente por su influencia en el actual presidente de Estados Unidos, no cubren el aspecto más nefasto de su notoria carrera (criminal). Cohn, que también había tenido su propio mentor y amigo en la figura del magnate de las bebidas alcohólicas Lewis Rosenstiel –a su vez íntimamente relacionado con el famoso gánster de la era de la Prohibición, Meyer Lansky– operó una red de chantaje cuyo objetivo eran personas muy influyentes de la política y los negocios.

El asunto iba incluso más allá: sus fiestas en Manhattan incluían la presencia de adolescentes con los que, en muchos casos, sus narcotizados e ilustres invitados tenían relaciones sexuales. Las filmaciones y fotografías tomadas para registrar esos crímenes constituían la esencia del poder de Cohn.

Los contactos que el abogado neoyorquino hiciera durante su juventud en lo alto del poder político norteamericano le valieron amistades cercanas y duraderas con personajes como Edgar Hoover, director del FBI durante buena parte de la Guerra Fría, o el mismo Ronald Reagan. Como se sabe bien hoy, Hoover no solo ocultaba su homosexualidad –en una época en la que tal cosa era intolerable–, sino que la mafia tenía pruebas sólidas de ella y las usaba para extorsionarlo.

Un periodista de la BBC, Anthony Summers, resumiría así la relación entre la mafia y el FBI durante Hoover: “Para Costello (otro capo cliente de Cohn) y Lansky, la habilidad para corromper políticos, policías y jueces era fundamental para las operaciones de la mafia. La forma que encontraron para tratar con Hoover, de acuerdo con varias fuentes de la mafia, involucraba su homosexualidad” (Whitney Webb, Mintpress, 18/08/19).

Un artículo periodístico del New York Times de 1972 da cuenta de una acusación de chantaje hecha contra Roy Cohn y el FBI por un congresista norteamericano llamado Cornelius Gallagher, quien denunció a Cohn por “servir de conducto” a la agencia de investigación federal con la finalidad de hacerle llegar una amenaza. Si no colaboraba con Hoover, un oscuro secreto familiar sería revelado a la opinión pública. La denuncia puso en relieve la participación de Cohn en la red de chantaje, así como la realidad del uso indiscriminado de la extorsión tanto por “malos” como por “buenos”.

Como se sabe hoy sin lugar a dudas, el gobierno de Estados Unidos empleó a las mafias neoyorquinas –italoamericana y judía– en más de una ocasión. Durante la Segunda Guerra Mundial, Meyer Lansky y Benjamin “Bugsy” Siegel fueron reclutados por el gobierno, en el marco de la operación oficialmente bautizada como “Underworld”, para mantener vigiladas ciertas zonas portuarias de Nueva York y a los simpatizantes nazis locales. Otro famoso gánster, Charles “Lucky” Luciano, serviría de nexo entre el gobierno estadounidense y la mafia siciliana, que colaboraría con los planes de los aliados durante la guerra. A cambio, Luciano vería conmutada la sentencia de cárcel que entonces encaraba.

Luego se revelaría también que la CIA había intentado usar a la Cosa Nostra para asesinar a Fidel Castro. La agencia también hizo uso de “love traps” (trampas amorosas) para involucrar a diplomáticos extranjeros con prostitutas y luego extorsionarlos para que se conviertan en informantes.

Mucho de lo mencionado debería recordarnos al recientemente fallecido Jeffrey Epstein, cuya mansión en el corazón de Manhattan (cedida a él por el magnate de Victoria’s Secret, Leslie Wexner, hace muchos años) estaba llena de cámaras y micrófonos ocultos. Como se sabe, Epstein y Ghislaine Maxwell –recientemente capturada por el FBI en EE.UU.– cultivaron una red de poderosos sobre los que, se alega, guardaron importantes secretos. Hoy se sabe que esos secretos eran las fechorías pederastas que realizaban con Epstein, quien en 2008 ya se había salvado de la cárcel por “pertenecer a inteligencia”, como confesó el entonces fiscal Alex Acosta.

De acuerdo con la periodista norteamericana Whitney Webb, Epstein habría heredado la misma red de pedofilia y chantaje controlada antaño por el mentor de Trump, Roy Cohn.

-Publicado en Hildebrandt en sus trece (Perú) el 17 de julio de 2020

Fuente: https://www.alainet.org/es/articulo/207967

 


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