Unión Proletaria •  Opinión •  19/11/2020

Las protestas populares contra la gestión de la pandemia

Las protestas populares contra la gestión de la pandemia

La población trabajadora está dividida en cuanto a su actitud hacia las medidas restrictivas que pretenden reducir los contagios. Unos consideran que van sobre todo dirigidas a callar al pueblo, mientras que otros las consideran justificadas desde el punto de vista sanitario.

No cabe duda que el gobierno del PSOE con Unidas Podemos ha tomado medidas parcialmente correctas frente a la pandemia y a la crisis económica: limitar el contacto físico, ayudar económicamente a los más precarios, etc. Sin embargo, se demuestran muy insuficientes, tanto en eficacia, como en hacer justicia con el gran capital y su burocracia (altos funcionarios del ejército, policía, judicatura y demás instituciones). Éstos son los primeros culpables de que no tengamos a mano los medios materiales y humanos de que puede disponer la sociedad a estas alturas de su desarrollo. El régimen económico capitalista recorta continuamente los servicios públicos para convertirlos en un negocio privado, al igual que sacrifica toda producción que no proporcione rentabilidad suficiente a sus propietarios. No contentos con esto, sabotean las mejores decisiones del gobierno, además de aprovechar la desgracia popular para enriquecerse a costa de las nuevas necesidades de la población. Al no tomar medidas contra estos especuladores, el gobierno se convierte en su cómplice. Es cierto que su margen de maniobra contra ellos es estrecho, debido a la escasa combatividad obrera y popular. Pero tampoco los partidos gobernantes se esfuerzan por desarrollar esta movilización, limitándose a legislar y a lanzar en el parlamento discursos altisonantes aunque poco clarificadores.

Frente a esta realidad, no sólo es justo que el pueblo se rebele, sino que los comunistas debemos participar en sus protestas, e incluso promoverlas, luchando -con la táctica apropiada- por dirigirlas hacia la República democrática y el socialismo.

Ahora bien, estas protestas, como todo en la vida, son contradictorias. Participan en ellas también los reaccionarios que, negando el peligro sanitario en sí y valiéndose de una demagogia «obrera», lo que persiguen realmente es promover gobiernos proclives a dejar que el virus se cebe con los más humildes para desviar todos los recursos a elevar las ganancias de la oligarquía. Infiltrándose entre las masas oprimidas y provocando acciones violentas minoritarias (a veces con la ayuda inconsciente de ciertos anarquistas y ultraizquierdistas más pendientes de la contundencia de las acciones que de su carácter de masas), buscan un doble objetivo: desestabilizar los gobiernos demasiado democráticos para ellos y empujar a los aparatos del Estado hacia medidas cada vez más represivas que aborten el desarrollo de la combatividad de las más amplias masas.

Ambos componentes contradictorios de la protesta están apenas unidos por la reivindicación de la libertad más abstracta. Pero la verdadera libertad no consiste en negar irracionalmente la peligrosidad de la Covid-19, ni tampoco en confundir los deseos con la realidad. Una «libertad» así sólo puede desembocar en una esclavitud aún mayor. La verdadera libertad radica en el conocimiento de lo que es necesario. En el pulso entre la rebeldía progresista y la rebeldía reaccionaria, ¿cuál es la que lleva las de ganar? Es la reaccionaria porque se apoya en la ideología dominante que emana de las relaciones sociales capitalistas y que además la burguesía promueve con sus enormes medios de difusión. Así es y seguirá siendo, mientras el proletariado siga debilitado; es decir, mientras siga careciendo de conciencia y organización adecuadas a sus intereses de clase.

Por esta razón, es un error fatal fiar las esperanzas de progreso en el desarrollo espontáneo de la protesta, si el elemento consciente no combate en ella precisamente al elemento espontáneo que la lleva por el camino de la reacción. Esto es tanto más cierto ahora, cuando las oligarquías financieras afrontan una profunda crisis internacional y nos encontramos en un país imperialista al que afluyen ingentes riquezas saqueadas a los pueblos oprimidas con las que los capitalistas logran corromper a una parte considerable de la población con el veneno del chovinismo (siguiendo el ejemplo del III Reich nazi).

Es erróneo el intento de fundamentar este espontaneísmo en una predicción de derrumbe próximo del capitalismo mundial como consecuencia del descenso de la cuota general de ganancia. Calcular así las cosas es cerrar los ojos a los medios de que dispone la burguesía para contrarrestar esta caída, y que viene empleando con mayor o menor intensidad.

Teóricamente, es retroceder a los errores de Rosa Luxemburgo, olvidando el Manifiesto del Partido Comunista y El Capital. En el libro II de éste, lejos de identificar las crisis del capitalismo con el fin de este régimen, Marx dice: “la crisis constituye siempre el punto de partida de una nueva gran inversión. Y también, por tanto -desde el punto de vista de la sociedad en conjunto- brinda siem­pre, más o menos, una nueva base material para el si­guiente ciclo de rotaciones”. En el libro III, afirma: “Las crisis son siempre soluciones violentas puramente momentáneas de las contradicciones existentes, erupciones violentas que restablecen pasajeramente el equilibrio roto”. En el Manifiesto, se explica: “¿Cómo se sobrepone a las crisis la burguesía?  De dos maneras: destruyendo violentamente una gran masa de fuerzas productivas y conquistándose nuevos mercados, a la par que procurando explotar más concienzudamente los mercados antiguos”.

El capitalismo no se hunde con las crisis, por más que crezca el endeudamiento, sino que las supera aumentando la explotación y destruyendo las fuerzas productivas que exceden su capacidad de valorización (su capacidad de volverlas rentables). Lo primero nos resulta evidente porque lo sufrimos en nuestras propias carnes. De lo segundo, nos fijamos en la sucesión de cierres de empresas y de despidos, pero a veces perdemos de vista los bloqueos a otros países y las guerras imperialistas que son modos mucho más potentes de destruir las fuerzas productivas sobrantes, particularmente las del competidor o del enemigo de clase. Hay que alertar a la población sobre este inminente peligro, desechando de una vez por todas la tesis del revisionismo jruschovita soviético según la cual los imperialistas podrían corregir su propensión natural a la guerra por temor a la mutua destrucción con armas nucleares. En realidad, sólo la revolución socialista proletaria puede acabar con este peligro al acabar con el propio imperialismo. Aquella tesis fue uno de los principales factores de involución socialdemócrata del movimiento comunista, al sustituir la teoría de Lenin sobre el imperialismo por la teoría de Kautsky y Trotski sobre el “ultraimperialismo”.

No habrá superación automática y espontánea del capitalismo por medio de su hundimiento. Y tampoco lo conseguirán las acciones audaces de minorías desesperadas, sino únicamente la lucha de clase del proletariado por la conquista del poder político. Pero, para ello, los comunistas debemos convencer de ello a verdaderas masas de obreros, en un prolongado pulso en el que ganemos el apoyo de amplias capas medias de la sociedad burguesa. Por cierto que estas capas medias no son solamente los pequeños propietarios, sino también los estratos superiores de la población asalariada. Y tanto unas como las otras, están lejos de ser políticamente una hoja en blanco. No son unas meras espectadoras ajenas a la batalla que hoy se libra entre las fuerzas políticas con respaldo suficiente para acceder al parlamento.

Ciertamente, hay una proporción considerable de abstencionistas políticos en el pueblo, a los que tratamos de elevar a la política revolucionaria, aunque con poca fortuna a la vista de los hechos. Pero es mucho mayor la parte del pueblo que respalda a los partidos parlamentarios, y más de la mitad de la misma es la que sostiene a la socialdemocracia y a la democracia pequeñoburguesa frente a la reacción antidemocrática.

Los comunistas no podemos hacer la revolución sin estas masas y menos contra ellas. Tenemos que ir ganándolas. Pero, ¿cómo? Hacemos bien en informarles de que, en esencia, sus actuales representantes políticos “demócratas” también son reaccionarios; y que probablemente apoyen antes a la reacción descarada que a un pueblo revolucionario. Puesto que los hechos corroboran esta afirmación, tenemos el deber de seguir demostrándosela a cada paso. Dicho esto, las pequeñas y dispersas organizaciones comunistas llevamos años limitándonos a esta labor, pero las masas siguen dándonos políticamente la espalda.

No podemos seguir haciendo únicamente esto, ni de idéntica manera. Atacando a Podemos, IU, PCE, CCOO, UGT e incluso al PSOE como si fuera un enemigo igual o peor que el capital y la derecha franquista, no sólo atacamos a sus dirigentes oportunistas, sino también a los miles y millones que les votan y se afilian a sus organizaciones, a la vez que participan honestamente en toda suerte de movimientos progresistas. Debemos esforzarnos por abordar la labor con estas masas aplicando el punto de vista del materialismo dialéctico que es la concepción del mundo del marxismo-leninismo. Así, además de desenmascarar a aquellos malos representantes de la población obrera, también debemos apoyar activamente sus acciones beneficiosas para ésta, aunque sean pocas, superficiales y justificativas. Los revolucionarios necesitamos ser aceptados por las masas, hoy en posiciones defensivas y reformistas, para que nos dejen ayudarlas a convertirse en revolucionarias. Sólo los comunistas inseguros de sus convicciones pueden temer que sean ellas las que nos desvíen hacia el reformismo, en vez de ser nosotros quienes las convenzamos de luchar por la revolución socialista. Sólo existe un método infalible contra el peligro de ir demasiado lejos en la unidad de acción con el reformismo y es, una vez más, el método dialéctico: la unión del socialismo científico con el movimiento obrero; más concretamente, la lucha por el marxismo-leninismo genuino, a la vez que la lucha por acrecentar la composición obrera de todos los órganos del partido comunista y de los movimientos populares.

Sobre la base de importantes cambios materiales madurados con las dos Guerras Mundiales del siglo XX, después de la victoria de la Revolución Socialista en la URSS y de ésta sobre el nazi-fascismo, el ensanchamiento de la base social del movimiento comunista internacional dio lugar a errores dogmáticos y al aprovechamiento de éstos por parte de los revisionistas para hacerse con la dirección del PCUS y de la mayoría de los partidos marxistas-leninistas. Se intentó combatir este grave fenómeno, pero incurriendo demasiadas veces en exageraciones “izquierdistas”. Éstas condujeron a negar mecánicamente y no dialécticamente al revisionismo, lo que hizo imposible superarlo y vencerlo. Las masas obreras se vieron, desde entonces, huérfanas de dirección revolucionaria consecuente, y desgarradas entre ambas desviaciones, de derecha y de “izquierda”.

No podemos seguir repitiendo los malos métodos unilaterales de los últimos 60 años. Hay que aprender de nuestra historia y, mientras no la entendamos igual, entonces hay que debatirla hasta dejar meridianamente claras sus enseñanzas fundamentales. Sólo diciendo la verdad a las masas, mediante la crítica y también la autocrítica, será posible ir uniendo a los revolucionarios proletarios y, tras ellos, a las masas proletarias en un sistema de organizaciones que permita luchar eficazmente por la dictadura del proletariado.


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