Unión Proletaria •  Opinión •  18/03/2020

Superemos la crisis del coronavirus

Superemos la crisis del coronavirus

Para frenar la propagación de la pandemia del coronavirus COVID19 que amenaza la vida de las personas más frágiles, es necesaria una correcta actuación individual y colectiva. Debemos seguir las recomendaciones de las autoridades políticas en la medida en que se basen en los criterios científicos. Por una parte, hay que evitar al máximo de lo posible el contacto físico entre individuos y, por otra, proveer al sistema de salud de los medios personales y materiales para atender a los enfermos. Es lo que debemos exigirnos y exigir a los poderes públicos. A fin de conseguirlo, debemos comprender cuáles son los obstáculos y suprimirlos.

Estos obstáculos consisten en la impronta del capitalismo sobre los individuos que viven en la sociedad, que se manifiesta como falta de civismo individual y falta de solidaridad social. Así, en esta sociedad, estamos en contacto unos con otros y dependemos unos de otros de una manera cada vez más estrecha. A pesar de esta interdependencia, el modo de vida capitalista provoca actitudes egoístas entre muchos miembros de nuestra sociedad: individuos que aprovechan la suspensión de actividades laborales y educativas para aumentar su “vida social” festiva; hospitales privados y hoteles que pretenden sacar tajada económica de sus servicios, ahora prestados por imperativo legal, a la Sanidad Pública, pues anteriormente o se habían negado o habían pasado de largo; Administraciones Públicas que no ponen en actividad los medios que necesitan los hospitales públicos y prefieren que los cubran el sector privado; Estados que bloquean la venta de material médico a los países que lo necesitan con más urgencia; etc.

Por tanto, hace falta una elevada disciplina cívica-social que subordine al interés general los intereses privados, empezando por los de los ricos y políticamente poderosos. Durante la presente crisis epidemiológica, los países que más rigurosamente han cumplido este requisito han sido China y Cuba.

En el país asiático, se confinaron inmediatamente en sus domicilios 50 millones de personas de la provincia de Hubei, foco de la epidemia, y se construyeron dos hospitales gigantescos en tiempo record, además de habilitar hoteles, polideportivos y otras instalaciones colectivas para atender a los enfermos. De este modo, en dos meses, ha quedado controlada la expansión del virus. La pequeña isla de Cuba ha podido ayudar a la gran potencia china con sus medicinas de alta tecnología, desarrolladas a pesar del criminal bloqueo internacional que ejerce contra su población el gobierno estadounidense en connivencia con los de Europa. Ahora, China y Cuba con esa impronta socialista y de colectividad, se aprestan a ayudar a Italia, España y a otros países necesitados con mascarillas, filtros, reactivos, respiradores y personal sanitario. Incluso las colectividades chinas residentes en España están repartiendo de forma altruista material de protección, como mascarillas y geles hidroalcohólicos a la población.

¿Por qué prevalece el sentido cívico de la población en China y en Cuba? Porque perciben que sus vidas mejoran individual y colectivamente. Porque allí la vida cada vez más social se organiza por todos y para todos, distribuyendo equitativamente beneficios y pérdidas. En cambio, No como en los países capitalistas, donde la vida transcurre bajo la dominación de los más ricos, los beneficios son para éstos y las pérdidas, para el pueblo trabajador. La vida de éste, no sólo no mejora, sino que empeora progresivamente. Por tanto, entre estos dos tipos de países –capitalistas y socialistas- se aprecia a simple vista una diferencia abismal, a pesar de que China y Cuba “sólo” son socialistas: esto significa que no han podido completar todavía la transformación comunista de sus sociedades, las cuales presentan todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña proceden [1].

Al extenderse la epidemia a los países capitalistas como el nuestro, la actividad laboral se suspende demasiado tarde o simplemente no se suspende como en Reino Unido, donde se da prioridad a la economía. Esto es así porque las empresas son propiedad privada de unos pocos y el objetivo de las mismas no es el beneficio general sino el beneficio particular de sus accionistas, el cual se reduce a cero cuando sus empleados no trabajan. Por su parte, los poderes públicos no tienen capacidad para imponerles el interés social de la mayoría porque carecen de medios de producción propios, alternativos a las empresas privadas, y dependen de éstas. Con las políticas neoliberales de privatizaciones y recortes sociales, se han convertido en rehenes del gran capital. Claro que los dirigentes del Estado podrían nacionalizar las empresas privadas a la fuerza, pero 1º) aunque son elegidos por sufragio universal, dependen de la financiación y de los medios de comunicación capitalistas para darse a conocer al electorado; y 2º) aunque se mostraran firmes en la defensa del interés mayoritario, carecerían de la fuerza suficiente para imponerse al entramado de leyes promulgadas a lo largo de decenios, al alto funcionariado y finalmente a la fuerza armada y a la Casa Real, los cuales están estrechamente unidos a los capitalistas.

A regañadientes, la patronal acepta las medidas de emergencia sanitaria y adelantará recursos para hacer frente a la fase aguda de la misma. No obstante, tendremos que estar vigilantes para que se cumplan y no permitir que el miedo paralice nuestro sentido crítico. Porque, cuando pase la etapa de los contagios, ¿quién va a pagar la factura de los gastos de salud y de la merma de la producción? Teóricamente, están las compañías de seguros, pero éstas alegarán que sus pólizas no incluyen este tipo de contingencias y muchas quebrarán sin devolver un céntimo porque ya están endeudadas hasta las cejas por operaciones especulativas previas. Asimismo, el Estado debería obligar a contribuir en proporción a la capacidad económica de cada cual. Pero muchas empresas pequeñas se habrán arruinado quedándose las mayores con su cuota de mercado y, no obstante, éstas eludirán su responsabilidad alegando pérdidas y chantajeando a la sociedad con que los trabajadores asalariados no pueden tener empleo si el capital no funciona. Efectivamente, el capital sólo lo sigue siendo si se valoriza, si crece, si extrae plusvalía del trabajo vivo. Y los trabajadores asalariados necesitan capitalistas que los contraten. En realidad, los trabajadores sólo podemos mejorar nuestras condiciones de vida si rompemos las cadenas que nos obligan a vendernos como asalariados, convirtiendo la propiedad privada capitalista en propiedad social.

De momento, se multiplican los despidos de trabajadores y la situación de muchos se está volviendo desesperada. Si las medidas del estado de alarma no los protegen ni tampoco ponen los recursos económicos de los más ricos al servicio de la sociedad y de su parte más damnificada, entonces, ¿para qué el despliegue policial y militar en las calles?: ¿Para reprimir los legítimos estallidos sociales de los sectores más pobres y desamparados? ¿Para imponer a la clase obrera un brusco empeoramiento de sus condiciones de vida en beneficio de los más adinerados?

Los capitalistas están culpando a esta emergencia sanitaria de una nueva crisis económica que, en realidad, ya manifestaba numerosos síntomas mucho antes de que apareciera el coronavirus. En todo caso, la epidemia ha precipitado los acontecimientos y los capitalistas la van a usar como pretexto para eludir la responsabilidad de su régimen económico anárquico que, cada pocos años, hunde en la miseria a unas sociedades con sobrados medios materiales para evitarla. Desde la última crisis de 2008, la mayoría de los trabajadores no se han recuperado económicamente, mientras que los capitalistas han aumentado su riqueza, sobre todo los más grandes y particularmente los bancos a los que rescatamos con más de 60.000 millones de euros [2]. ¡Ellos son los que deben pagar la crisis del coronavirus y la nueva crisis económica!

¿Cómo conseguir que los capitalistas paguen esta crisis y, más allá, que nos liberemos de su yugo? Para esto, no hay atajos: sólo la fuerza de la clase obrera es capaz de vencer la resistencia de la burguesía. Urge que los comunistas resolvamos nuestras discrepancias y nos reunifiquemos en un mismo partido con la única misión de “formar la conciencia de clase del proletariado, derrocar el régimen de la burguesía, llevar al proletariado a la conquista del Poder” [3]. Sólo a partir de entonces, podremos superar unidos los retos que nos plantee la naturaleza. Entretanto, todos los problemas sociales y su solución dependerán de la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía, entre el progreso de la sociedad hacia el comunismo y su estancamiento en el capitalismo.


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