Santiago Molina •  Opinión •  17/08/2018

El deber de justicia

Para no repetir el error de los habitantes de Macondo de vivir en el olvido y que esta peste contamine la lectura de las generaciones futuras, debemos cumplir con el deber de que ningún crimen cometido después del 18 de abril, quede sin castigo.  La memoria de las víctimas no debe   perderse en el olvido, es la lección que García Márquez nos quiso expresar cuando escribió en Los funerales de la Mamá Grande: “es hora de contar lo que sucedió antes de que lleguen los historiadores”. Porque si no hay justicia es como si la barbarie de la derecha golpista nunca hubiera ocurrido, y sus historiadores pronto considerarán  que las 198 víctimas perecieron en una revuelta cualquiera, florcitas pisoteadas a la orilla del camino, acción borrosa que apenas guardarán las crónicas de la época.

Para ellos,   el fin para derrocar al gobierno justificó los medios  asesinando y arruinando la economía de un país en marcha hacia el futuro. Pero después del golpe blando fallido, ahora viene el golpe duro de la justicia. Hay que contar todo lo sucedido,  tanto en los tranques  como  en el interior de las iglesias, y hacer justicia para que nada se olvide. Las palabras de Monseñor Silvio Báez llamando a la guerra fratricida tampoco puede olvidarse: forma parte del documento de la barbarie. En este momento,  la derecha golpista está buscando  cómo privar  de significado sus crímenes, y ya lo está haciendo al llamar a los culpables “prisioneros políticos”.

Así que debemos de tomar en cuenta,  que las injusticias cometidas (secuestros, torturas, asesinatos) por los golpistas no concluyen con el crimen, sino  también  borrando las huellas de sus crímenes. De esta manera,  el olvido siempre ha sido  la vieja táctica  para  erigirse  como vencedores de la Historia, sino que lo cuenten  Los Buendía con la llegada de los cronistas españoles. Walter Benjamin afirma que esta “invisibilización” de los crímenes no es nada nuevo, “es una estrategia del vencedor, pues hay dos muertes: una muerte física, pero también una muerte hermenéutica. Es decir, el criminal no solo mata, sino que se esfuerza y monta toda   una estrategia para quitar importancia a lo que ha ocurrido, para que se vea como normal: es la muerte hermenéutica”. No de otra manera lo reafirma Manuel Reyes Mate, filósofo argentino estudioso de la obra de Benjamin: “resulta que el trabajo hermenéutico de invisibilización de las víctimas lo están llevando a cabo medios de comunicación y voceros políticos, con la ayuda de algún mitrado católico, que en principio deberían estar más cerca de las víctimas que de los verdugos” . Por consiguiente, en Nicaragua la muerte hermenéutica la están practicando los diferentes medios de prensa de la derecha   desarrollando  una campaña para que los criminales sean vistos  como blancas palomitas.  No es casualidad ver  a un cantor popular de antaño llorando por ellos fuera de una estación de policía.

El llanto del cantor de antaño es otra muestra representativa del manto de abstracción con que se quiere ocultar la verdad de los crímenes. Algunos han tomado la ruta del “exilio”,  sin que  la policía en realidad haya emitido órdenes de captura. El miedo les carcome las suelas de los zapatos  porque  el pueblo sandinista  desde la plaza pública está pidiendo justicia por sus crímenes, voz del pueblo que se escucha como “un trueno de voces juntas”,  escribe Jaime Gil de Biedma en su poema Piazza del popolo.  La derecha golpista no tiene recuerdos (el negacionismo histórico es su praxis ideológica) de los verdaderos exiliados políticos de las dictaduras que el imperialismo protegía en toda  Latinoamérica.

Miami es el centro de operaciones para divulgar estas falsas noticias de exiliados “heroicos”, partiendo de la histeria de los medios locales, como ese canal de ultraderecha que divulga las 24 horas del día cualquier ignominia para que se vea como “defensa propia”  la barbarie de los “opositores pacíficos”.  Esta es la lógica histórica que debe romperse haciendo   justicia a cada una de las víctimas. Un ejemplo elocuente es lo que narra el sobreviviente de Auschwitz  Primo Levi en su libro, Si esto es un hombre: “Sin justicia  las generaciones siguientes no tendrán, claro, ni idea de lo que ocurrió; más aún, sin memoria es como si la injusticia no hubiera ocurrido nunca y el mundo pudiera organizarse como si la barbarie no hubiera tenido lugar. Si el proyecto nazi sobre los judíos hubiera triunfado, hoy los jóvenes de Oswiecim jugarían tan felices al fútbol sobre los campos de Auschwitz, como si nada hubiera ocurrido”. El error  amnésico de Los Buendía es un ejemplo histórico de esencial importancia. Ninguna muerte debe perderse  en la totalidad absoluta, porque –como piensa  Benjamin-  “toda muerte y todo acontecimiento son dignos de ser absolutos”. Ningún crimen debe quedar oculto  y la muerte del Otro, nuestro hermano, al devolverle su  dignidad  como víctima  en el aquí/ahora interrumpe el continuum histórico construido por  el  imperio y la oligarquía, que han querido  imponer la injusticia como regla  de nuestra Historia.

Fuente: https://barricada.com.ni/el-deber-de-justicia/


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