Antonio Pérez Collado •  Opinión •  14/07/2023

No es el futuro; es volver al pasado

Ante las incertidumbres y riesgos que representa un futuro que ya ha empezado, tanto en lo científico y tecnológico como en lo social, es entendible que buena parte de la población desee conservar, a cualquier precio, el máximo de las condiciones de vida, costumbres y recursos que han acompañado a las últimas generaciones. Ese conservadurismo puede ser comprendido, a pesar de su inutilidad efectiva, pero en modo alguno justifica que quienes aspiran a gobernar las diferentes instituciones estatales se aprovechen de esos miedos a los cambios como estratagema para introducir recortes a las libertades y derechos que han posibilitado el progreso social a lo largo de la historia reciente.

En ese caldo de cultivo, generado por el temor a las transformaciones que el sistema dominante pretende aplicar (y en muchos casos ya ha puesto en marcha) el mensaje simplón de las derechas (extremas y moderadas) es impulsar un mayor apego a los valores tradicionales y los símbolos identitarios, el cierre de fronteras a gentes e ideas que puedan venir de fuera y el fortalecimiento del modelo capitalista. El rechazo a la inmigración, a la libertad sexual, a la enseñanza laica, a la cultura libre, a los servicios sociales y a todo tipo de ayudas a las personas más necesitadas se ha convertido en el banderín de enganche de la nueva ideología ultra conservadora.

Sin embargo, frente a la subida de precios e hipotecas, la bajada de salarios y la precarización del empleo, la alternativa de estos partidos de la nueva-vieja derecha es un sálvese quien pueda, dejando que sea el propio mercado el que regule las desigualdades e injusticias por él mismo provocadas. Unas recetas poco novedosas y nada solidarias, que además son el origen del creciente abismo entre unos sectores sociales y otros: los ricos acumulan cada vez más riqueza y poder en menos manos y los pobres son cada día más y con menos recursos; incluso aquellos segmentos de población que tienen formación y empleo.

En realidad las propuestas de cambio que la derecha está ofreciendo en EE.UU. y Europa representan el retorno a un pasado con la democracia bajo mínimos, con un Estado fuerte, represivo y militarista que aplica -en perfecta armonía con el poder económico- recortes salariales y sociales a las clases populares, al tiempo que introduce la privatización paulatina de los servicios públicos que en el último siglo han permitido a la sociedad conquistar avances valiosos en todos los ámbitos.

También en España, con especial intensidad por la cercanía de las elecciones generales, la derecha muestra sin disimulo sus objetivos retrógrados para los próximos años, en el nada improbable supuesto de que las urnas les auparan al gobierno. En todo caso, y aun perdiendo las votaciones del 23-J, la derecha ya acumula suficiente poder en importantes instituciones (comunidades autónomas, ayuntamientos, bancos, medios de comunicación, empresariado, universidades, tribunales de justicia, etc.) y no dejará de arremeter contra las libertades y derechos que más incomodan a sus líderes.

Frente a esta ola recuperadora del oscurantismo y la represión que el franquismo aplicó durante cuarenta años y sus sucesores pretenden importar al siglo XXI, al pueblo trabajador en particular corresponde organizarse y defender todo lo que la derecha más rancia quiere arrebatarnos. De nuevo las calles -y también las aulas, los medios de comunicación, los escenarios y los centros de trabajo- han de llenarse, una y otra vez, de voces a favor de la libertad, la solidaridad y la justicia social. Porque un cambio que se base en menos derechos, mayor desigualdad económica, el retorno de la censura y la represión de las ideas significa, pura y llanamente, el regreso al pasado.


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