Armando B. Ginés •  Opinión •  09/10/2016

Coca-Cola y Catalunya

Estamos ante dos marcas de primera magnitud que desprenden un significado uniforme cada una de ellas por separado. Dos universos o estereotipos ideológicos que con solo nombrarlos evocan en el imaginario popular un mundo inmediato de sensaciones e interpretaciones cerradas. Es el poder omnímodo del logotipo.

 

Decir Coca-Cola es tanto como entrar en una comunidad joven y globalizada por sí misma, permanentemente moderna. Connota alegría, ganas de vivir, pero también arrastra en su contra una fama de derroche capitalista y depredación corporativa poco respetuosos con las tradiciones locales y el medio ambiente.

 

Por su parte, Catalunya nos remite a una singularidad recurrente de gente que aspira a un reconocimiento internacional de sus peculiaridades nacionales. Destilan aroma negativo a independentistas, secesionistas, rompedores de la unidad sagrada de España.

 

Son dos mitos intocables que se prestan a múltiples equívocos, la mayoría de las veces interesados e impuestos por una visión sesgada de sus respectivos contenidos comerciales y políticos.

 

Traemos a colación los dos, en apariencia conceptos tan distantes, porque sus casos explican muy bien los clichés informativos conque son tratados hechos y noticias que atañen a una y otra realidad.

 

Omnipotente Coca-Cola

Coca-Cola es uno de los emporios multinacionales que más invierten en publicidad. De ello cabe deducir que su marca es mimada cuidadosamente por los medios de comunicación dependientes de sus inserciones comerciales. Quien paga, manda. Algo similar a lo que acontece con El Corte Inglés en el espacio doméstico.

 

Cuando alguna noticia hace mención de forma no muy positiva a la corporación de origen estadounidense suele tocarse de refilón y en sueltos perdidos de páginas interiores entre mucha hojarasca prescindible o dándole espacios en televisión o radio como hechos grotescos o desfigurados a conveniencia para no mermar ni un ápice el prestigio de Coca-Cola.

 

Es reciente la noticia relacionada con la marca citada del pueblo mazahua en México, una vieja comunidad indígena adicta aal refresco más famoso del planeta. Al territorio mazahua, eminentemente rural, no llega el agua potable ni tampoco servicios básicos para la vida diaria, pero Coca-Cola ha sabido engancharse a la miseria económica de sus pobladores haciéndolos consumidores de su líquido de fórmula ultrasecreta.

 

Según estudios realizados en la zona, la diabetes ha aumentado entre los mazahuas de manera alarmante. De hecho, México es el país con más muertes causadas por el exceso letal de azúcar en la sangre de toda Latinoamérica y la segunda nación del mundo, tras EE.UU., con personas con sobrepeso.

 

Triste noticia que merecería titulares a lo grande. La invasión del capitalismo y del estilo de vida USA viene destruyendo los rincones más apartados de la geografía internacional sin reparar en los daños irreparables que causa en pueblos y culturas de todo signo y condición.

 

Tal es el presente en el que viven inmersos millones de personas en los lugares más depauperados de la Tierra: no tienen agua para calmar su sed pero sí pueden engancharse a la Coca-Cola para endulzar sus lánguidas existencias. El negocio es el negocio. De esta forma, alucinados por la efervescencia de la Coca-Cola van olvidando lentamente su pasado, no saben jamás a ciencia cierta donde moran y el futuro se asemeja a una quimera inalcanzable y fantasmal.

 

Una paradoja hecha metáfora mortal: para no morirse de sed la alternativa obligada del pueblo mazahua es matarse a sorbos de fresca y burbujeante dulzura para contraer una fulgurante diabetes que acortará sus existencias anónimas a un suspiro de nada.

 

Sin embargo, los mass media callan o miran para otro lado. Coca-Cola paga bien y compra silencios a golpe de talonario.

 

Rajoy y Puigdemont, aliados ideológicos

Lo de Catalunya va por idénticos derroteros. El poder establecido ha acuñado una segregación inamovible entre constitucionalistas e independentistas que distorsiona cualquier otra perspectiva más objetiva del acontecer social y político catalán.

 

Esa visión es artificial, obedeciendo a intereses de las elites instaladas en Madrid y Barcelona. Los nacionalismos españolista y catalanista se necesitan mutuamente. Sus rencillas son puro teatro. Son formas de gobernar una situación política histórica y puntual que gestiona el sistema capitalista solapando los conflictos sociales auténticos, los que afectan a la vida cotidiana de la inmensa mayoría.

 

Mientras se habla públicamente de inmersiones lingüísticas, desconexiones y ficticios referendos o consultas plebiscitarias, se toman a la par decisiones de profundo calado que quedan oscurecidas por los debates y discursos en torno a la cuestión independentista. Una manera muy inteligente de desviar la atención de la ciudadanía y ofrecer carnaza a las izquierdas nacionalistas de corte radical.

 

Ha sucedido hace nada en el Parlament de Catalunya. Junts pel Sí, PP y Ciudadanos han votado juntos en contra de subir el IRPF a las rentas más altas y no tocar los regresivos impuestos de Sucesiones y Patrimonio. Catalunya tiene una de las normativas fiscales más desiguales e injustas de España. La derecha coincide en sus planteamientos ideológicos y en la defensa de las castas elitistas que le ofrecen sustento y soporte financiero. La noticia hay que buscarla con lupa en los principales medios de comunicación. En contra se han postulado la CUP, Catalunya Sí que es Pot y el PSC.

 

No es la primera vez que los de Pujol, Mas y Puigdemont y el PP se encuentran políticamente en amistad y buena armonía. Ya lo hicieron para dotar a la policía autonómica de pistolas eléctricas vetadas por la ONU y el Consejo de Europa y también para continuar subvencionando con dineros de las arcas públicas a los colegios concertados que segregan a su alumnado por sexos. La derecha es derecha en la Ciudad Condal y en la Puerta del Sol. Hay más ejemplos, pero los tres mencionados son altamente significativos.

 

Las marcas invitan al reduccionismo, convirtiendo la compleja realidad en entidades manejables de fácil comprensión popular. Funcionan como entes sin ideología concreta, puros e indivisibles. De ese juego maniqueísta se alimentan disputas espurias y enconamientos viscerales que sirven al poder establecido para desviar la atención de los problemas más acuciantes y de verdadera enjundia.

 

Lo que entra por los ojos se consume más rápidamente y no deja espacio al pensamiento colectivo y crítico. Beber Coca-Cola parece un acto baladí, pero detrás de cada sorbo hay millones de matices de índole muy diversa: políticos, ideológicos, económicos, laborales y también ecológicos. Respecto a Catalunya sucede algo parecido: la división entre nacionalistas e independentistas y españolistas o unitarios no refleja más que una realidad secundaria. A la hora de votar asuntos que afectan al régimen capitalista, Pujol, Mas, Puigdemont, Rajoy, Aznar y Felipe González son caras de la misma moneda más allá de sus desavenencias coyunturales. La misma moneda dicha con acentos o idiomas diferentes. Sutilezas de poca monta, en definitiva.


Opinión /