José Haro Hernández •  Opinión •  07/12/2021

100 años de comunismo español

Casi invariablemente, cada vez que tiene lugar una sesión plenaria del Congreso de los Diputados de control del ejecutivo, algún portavoz de la ultraderecha se dirige a la Ministra de Trabajo llamándola comunista en un tono que busca ridiculizar, herir y humillar a la interpelada, a partir de la consideración de que ser portadora de esa ideología resulta, a la vez, patético, equivocado y criminal. Este odio furibundo de las derechas extremas al Partido Comunista de España tiene dos causas. Una incumbe al pasado de este partido en su permanente defensa de los más débiles; la otra, actual y global, nos remite a la internacional trumpista, cuya intención de desviar el inexorable rumbo de la humanidad hacia lo público y la descontaminación se expresa de forma crecientemente virulenta. 

Hagamos, pues, un poco de historia. El PCE se funda en 1921 bajo la inspiración de la revolución soviética contra la autocracia zarista. La vía insurreccional que adopta la nueva organización, inspirándose en el modelo leninista, encuentra un acomodo aparente en el sistema socioeconómico de una España que no había hecho en su día la revolución burguesa y donde imperaban, en el campo y buena parte del aparato productivo, unas relaciones semifeudales en cuya cúspide se situaban los caciques y señoritos que obstruían la adopción de medidas modernizadoras que acercaran nuestra sociedad a las europeas del entorno. Pero lo cierto es que durante los años 20 y hasta el estallido de la guerra civil, el PCE es un partido marginal, resultado tanto de la represión que sufre por parte de las fuerzas de seguridad como de su propia inmadurez, que le empujaba a rehuir pactos y acuerdos con otras fuerzas progresistas, empeñado como estaba en organizar al proletariado para desencadenar una revolución socialista que pusiera fin al orden burgués en su conjunto, y no sólo a la sociedad caciquil de entonces. No obstante, comienza ya en esa época a integrar en su seno a aquellas partes del movimiento obrero y de la intelectualidad más comprometidas, lúcidas y sacrificadas, germen de los éxitos posteriores.

Los cuales llegan a mediados de los años 30, cuando la República sufre las arremetidas del golpismo monárquico y el PCE impulsa la unidad de las fuerzas republicanas y de izquierda para contener la amenaza fascista y proseguir, a través del Frente Popular, con las reformas sociales de la democracia nacida el 14 de Abril de 1931. Ya en la guerra civil, refuerza exponencialmente su influencia por la capacidad organizativa que despliega, sobre todo en el campo militar, así como por la abnegación y entrega a la causa republicana que exhiben sus cuadros y militantes. Es el partido que impone el orden en la retaguardia y confiere al ejército la estructura y disciplina que permiten a la República aguantar tres años de guerra impuesta. Ello sin obviar su responsabilidad en los excesos que se cometieron en el campo democrático del conflicto, inherentes a todas las guerras, pues en éstas quienes están en el lado bueno de la historia, los agredidos, difícilmente pueden sustraerse a la dinámica extremadamente violenta de los enfrentamientos bélicos, donde se desatan las más bajas pasiones. El bombardeo de Dresde por la aviación aliada en la Segunda Guerra Mundial, que causó decenas de miles de muertos civiles, no resta un ápice de legitimidad a la causa de quienes se enfrentaron a la barbarie fascista ni rebaja en lo más mínimo la perversión criminal de ésta.

Consolidada la dictadura, los comunistas monopolizan de manera casi absoluta la oposición a la misma. Primero con una resistencia armada asimilable a las que sostienen los y las antifascistas de los países ocupados por los nazis. Después, con un trabajo político entre la clase trabajadora y los estudiantes que precipita la crisis del Régimen ya en los 70. Pagan por ello un altísimo precio en términos de asesinados, torturados, encarcelados y exiliados. Son, sin duda, los héroes y heroínas de la lucha contra el franquismo, comprometidos como nadie con la consecución de las libertades democráticas en España. A lo largo de la transición, la controversia en el seno de esta corriente de la izquierda respecto de qué actitud adoptar ante el sistema democrático que se conformaba, queda zanjada con el acceso de Julio Anguita a la cúpula de la organización, que establece que el consenso constitucional se ha roto por cuanto la parte conservadora no aplica la dimensión socioeconómica fijada en la Carta Magna. Ello libera al PCE del compromiso, asumido por Carrillo en el 78, de sostener el andamiaje institucional, sustanciado en la monarquía y en unos aparatos de Estado que se heredan intactos de la dictadura, lo cual acarrea unas consecuencias, en términos de salud democrática, que se extienden hasta nuestros días. 

Así pues, a lo largo de su vida este partido ha sido el muro, en no pocas ocasiones derribado, contra el que han chocado los proyectos de la parte más reaccionaria de nuestra sociedad.  Y en este crucial momento para España y la civilización, en el que la supervivencia de ésta pasa por un cambio de rumbo drástico hacia mayores cotas de igualdad y restauración ambiental, el comunismo se erige como sujeto imprescindible, dentro de un amplio bloque histórico, capaz de plantar cara a quienes están dispuestos a hacernos retroceder muchas décadas, incluso siglos, con tal de poner palos en la ruedas del progreso. Y es que su mundo siniestro e injusto ya no cuela. Y lo saben. De ahí su furia anticomunista.

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