José Haro Hernández •  Opinión •  01/10/2021

El fiasco afgano y la utilidad de la OTAN

Cuando Joe Biden intentó justificar la humillante y caótica retirada de las tropas occidentales de Afganistán, se deslizó levemente hacia la sinceridad cuando afirmó que EEUU había iniciado la intervención en la tierra de los pastunes únicamente buscando la seguridad de la superpotencia. Pero no cruzó la frontera de la honestidad, ya que aunque implícitamente admitió que no se llevó a cabo la invasión con el objetivo esencial de acabar con una tiranía y dignificar la vida de las mujeres(como desde hace años se reiteraba para justificar tan dilatada presencia en el país), ocultó dos cuestiones. Primera, que si de vincular a alguna nación con los atentados del 11S se trata, a estas alturas de la película todo el mundo sabe(y hay papeles a desclasificar de por medio) que algunos de los príncipes saudíes están más cerca de la tragedia de las Torres Gemelas que los talibanes. Por no hablar de Pakistán a través de sus servicios secretos.

 Y esto nos lleva al segundo de los aspectos eludidos: lo que EEUU entiende por su seguridad no es sino la capacidad para garantizarse una posición que le permita el control de las rutas de materias primas esenciales y la contención, cuando no el cerco, de sus rivales globales. Así, Afganistán es un cruce de caminos entre Occidente y Oriente por donde potencialmente pueden discurrir gaseoductos y oleoductos que minorarían la actual influencia rusa en la distribución de gas y petróleo. Además, posee litio y cobalto, dos joyas imprescindibles de las tecnologías actuales. Y constituye una plataforma excelente para controlar a China e Irán.

Cuando se oye decir a algunos responsables políticos que ‘Occidente ha fracasado en Afganistán porque no ha sabido trasladar los valores de la democracia liberal a una sociedad tribal y atrasada’, lo primero que se nos viene a la cabeza es la imagen de la CIA, perfectamente ilustrada en la película La Guerra de Charlie Wilson, financiando y armando a los fundamentalistas islámicos, allá por los 80, que combatían al gobierno laico y prosoviético de entonces. Estos reaccionarios medievales, a los que Reagan calificó de ‘luchadores por la libertad’, son los antecesores de los guerreros que hace casi dos meses irrumpieron en Kabul. Así pues, la OTAN, a la que pertenece España, no tenía como misión levantar una democracia en el corazón de Asia Central, sino afianzar una ocupación que garantizara el dominio occidental de región tan apetitosa desde una perspectiva estratégica. Aunque para ello hubiera que corromper al gobierno y ejército títeres, que se han desplomado abruptamente, carentes de una mínima consistencia, ante el empuje arrollador de la ofensiva talibán.

102 vidas. Ése es el terrible precio que ha pagado España por esta insensata aventura. Por lo que no ha sido otra cosa que un fiasco, no sólo político y militar, sino en lo fundamental de carácter moral: no se ha fracasado en la doble tarea de combatir el terrorismo y ayudar a la gente a construirse un futuro decente. Se estaba allí por motivos espurios, no muy alejados de los que históricamente han propiciado la vieja diplomacia colonial y neocolonial de las cañoneras.

Precisamente es este proceder prepotente y militarizado, que pretende resolver los conflictos que atenazan al mundo con el recurso a la guerra a fin de mantener la jerarquía mundial establecida, lo que ha colapsado. Y puesto en tela de juicio alianzas militares de carácter ofensivo como la OTAN, que sufre una crisis de legitimidad irreversible. En primer lugar, porque no protege al mundo occidental de un enemigo compacto e identificable que amenace su seguridad. Sencillamente porque ese enemigo no existe: nadie concibe a Rusia o China invadiendo o bombardeando EEUU o la UE. Segundo, porque los clubs militares están unidos por el pegamento de intereses crematísticos compartidos. Y si algo está muy claro a estas alturas es que los yanquis van a su bola y plantean las relaciones con China, por ejemplo, de modo muy distinto a cómo los europeos están implementando sus tratos con el gigante asiático. Por ello no resulta en absoluto extraño lo que acaba de hacer Biden: ha tejido una acuerdo con Reino Unido y Australia para militarizar el Pacífico, en un reto explícito a Xi Jinping, que ha provocado la cólera de Francia(pilar militar de Europa) al perder, en beneficio de los americanos, un contrato multimillonario de suministro de submarinos al país de los canguros. Paradigma del vínculo que existe siempre entre las ambiciones económicas y militares. Y ejemplo también del foso creciente que en estos ámbitos existe entre ambas orillas del Atlántico Norte.

Precisamente ello explica que las voces que claman por una defensa estrictamente europea se han intensificado en los últimos tiempos. Concluyendo: la OTAN sobra, como las bases militares americanas. Europa ha de construir su propio sistema defensivo. Aunque, aprendiendo del tema que nos ocupa, su política militar no puede inspirarse en el recurso, anacrónico y contraproducente, a la guerra, sino a la cooperación con la ONU para estabilizar misiones de paz allá donde se precise. Ésa sería la manera práctica de llevar los valores europeos al resto del mundo, acabando para siempre con aventuras erráticas e inmorales como la afgana.          

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