Eduardo Montagut Contreras •  Memoria Histórica •  13/10/2016

Colonialismo y Socialismo

La discusión sobre el colonialismo en la Segunda Internacional refleja claramente la división en el seno del socialismo a principios del siglo XX entre las dos grandes posturas del mismo: la reformista y la revolucionaria.

La cuestión colonial apareció en el Congreso de París del año 1900 con la ponencia del socialista holandés Van Kol, bien conocedor de las colonias holandesas, donde defendió una política colonial positiva. En esta línea estarían tres grandes socialistas reformistas o revisionistas, el alemán Bernstein, el francés Jaurès y el belga Vandervelde. Pero la mayoría votó en contra del colonialismo de forma contundente. Tenemos que tener en cuenta que se acababan de vivir los acontecimientos del 98, de Fachoda, la revuelta de los Boxers y la durísima y sangrienta guerra de los Boers.

La postura más favorable al colonialismo se basaba, como se puede comprobar en la moción de Van Kol en el Congreso de 1904 de Ámsterdam, en cuestiones económicas, en que era inevitable en una sociedad en expansión. La postura anticolonial fue defendida por el británico Hyndman.

Los conflictos en el norte de África, en Marruecos, en los años 1905 y 1906, así como en el Congo y en África central, y los levantamientos en el Sureste Asiático convirtieron la cuestión colonial en un tema de intenso debate en la opinión pública y en el seno de la Internacional, especialmente en el Congreso de Stuttgart de 1907. En esta reunión aparecieron tres posturas. En el extremo más favorable al colonialismo destacó David, miembro de lo que se conoce como la corriente imperialista del SPD. Europa tenía necesidad de las colonias; es más, necesitaría seguir aumentándolas, ya que sin ellas el continente sería como China desde el punto de vista económico. En este sentido, el francés Rouanet defendió que era falso considerar la colonización como un fenómeno puramente capitalista, ya que era también un hecho histórico. Había que obtener en las colonias mejoras considerables. Ante inmensos territorios, los países civilizados europeos y norteamericanos debían utilizar esos espacios para mejorar sus propias existencias.

Una visión más moderada, menos extremista, era la defendida por Van Kol, en la misma línea que venía planteando en los últimos Congresos, es decir, la inevitabilidad del hecho colonial y cómo la política colonial se podría reconducir en un sistema socialista en un sentido civilizador y no explotador.  Esta postura se basaría en el carácter humanista del socialismo. Se criticaba la brutalidad seguida por las potencias coloniales pero no la existencia de colonias en sí. El sistema colonial, sin esa explotación y brutalidad, podría ser positivo para otros pueblos. Bernstein y Vandervelde seguían defendiendo esta postura. Bernstein no quería que los socialistas mantuvieran un criterio puramente negativo ante esta materia. Había que rechazar por utópica la idea de abandonar las colonias. Como existían había que ocuparse de ellas. Una cierta tutela de los pueblos civilizados sobre el resto de los pueblos era una necesidad. Sin lugar a dudas, había una evidente carga paternalista en esta postura.

Kautsky reaccionó con dureza ante la moción de Van Kol. Por una estrecha mayoría se aprobó la condena a todo tipo de colonialismo. La misión civilizadora que se asignaba a la sociedad capitalista no era más que un pretexto para encubrir la sed de explotación y de conquista. Solamente la sociedad socialista podría ofrecer a todos los pueblos la posibilidad de desarrollar plenamente su civilización.

 


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