Edelberto Matus •  Opinión •  30/08/2021

Nicaragua: Y todo empezó con Sandino

Aquel 10 de abril de 1975 los periódicos fueron esparciendo la noticia alrededor del mundo acompañada de fotos inverosímiles: Tanques T-55 norvietnamitas derrumbando las cercas perimetrales e irrumpiendo en los predios del Palacio de la Independencia, hasta ese día sede del gobierno títere de Saigón, mientras cerca de ahí, sobre la azotea de la Embajada yanqui, una multitud aterrada formada por funcionarios y civiles sur-vietnamitas luchaban entre sí por tomar un lugar en los helicópteros yanquis.

 

A esa misma hora, no muy lejos de las costas del Mar de la China y el Golfo de Tailandia, los soldados de la marina y marineros de los portaviones echaban al mar los costosos helicóptero militares que iban llegando a la cubierta, para darle espacio al personal civil y soldados de las poderosísimas Fuerzas armadas yanquis en vergonzosa huida.

Casi veinte años de guerra, impuesta por el mayor Imperio militar de la historia de la humanidad, llegaban a su fin con una contundente derrota de los yanquis ante un pequeño, pero aguerrido pueblo que ya antes había vencido al militarismo nipón y al Imperio colonial francés.

La Guerra Fría en el sudoeste asiático se había convertido en candente, pero Vietnam no sólo sobrevivió, sino que venció contra todo pronóstico.

A un costo de más de dos millones de muertos, tres millones de heridos, 12 millones de desplazados, incalculable daño genético a sus próximas generaciones; con gran parte de su territorio envenenado por agroquímicos empleados como arma y habiendo soportado un inclemente bombardeo, cuatro veces mayor al que recibió el suelo europeo durante  toda la Segunda Guerra mundial en su teatro europeo, Vietnam venció y reunificó su territorio.

En cambio, el agresor yanqui pese a su colosal poderío económico y militar, gastó en balde alrededor de 950 mil millones de dólares al cambio actual solamente en costos directos de la guerra; perdió 3,720 aviones y 4,865 helicópteros, una gigantesca cantidad de equipos, vehículos, blindados y cañones, utilizó dos millones de toneladas de proyectiles y lo más importante: Sufrió casi sesenta mil muertos y 150 mil heridos en sus filas, trastornado la vida y sueños de toda una generación, además de daños permanentes a la salud de una gran parte de sus veteranos que tomaron parte de esa guerra de agresión.

Cuarenta y seis años después, los Estados Unidos (hoy en día una potencia mundial en declive), vuelve a sufrir otra vergonzosa derrota.

Esta vez propinada en Afganistán por su propia criatura: Las milicias talibanes, luego de otros veinte años de lucha y negociaciones secretas y después de haber tirado al cesto de la basura cerca de 2.26 billones de dólares en gastos directos y haber mandado inútilmente a la muerte a  3,384 efectivos gringos (entre soldados, civiles y mercenarios) y alrededor de 320 000 afganos civiles y combatientes.

Para nadie es un secreto que los yanquis -a la par de las acciones armadas- durante años han  llevado a cabo una constante negociación con los propios talibanes, quizá para acabar el conflicto de una manera “honorable”, pero sobre todo con la pretensión  de no perder el control geopolítico en una región altamente explosiva y de mucho valor geoestratégico por la cercanía geográfica e intereses de otros grandes jugadores de la política mundial y regional (algunos “amigos”, otros ya declarados adversarios) como son China, Rusia, Irán, Arabia Saudita, Turquía e Israel.

Pero si algo ahora está claro es que para el mundo y sobre todo para las distintas estamentos y tribus que conforman la población afgana, los Estados Unidos han huido (otra vez) irresponsable y vergonzosamente, provocando una estampida y caos en el país centroasiático y auto propinándose un durísimo golpe a su credibilidad política (por si todavía restaba algo de ella) y a su prestigio como antiguo hegemón económico y militar.

Como un terco e implacable “deja vu” han vuelto las imágenes de desesperados funcionarios, tratando de abordar los helicópteros que sobrevolaban la azotea de la embajada gringa (esta vez en Kabul), con el enemigo pisándoles los talones.

Sin embargo, esto ya había sucedido, aún antes de la memorable y cobarde estampida de aquella lejana mañana de abril del siglo pasado en el antiguo Saigón, hoy Ciudad Ho Chi Min.

Si. Sucedió en Nicaragua en 1933.

La invasión de las topas de la marina gringas al territorio nacional (prácticamente ininterrumpidas desde 1912), siempre a petición de las élites libero-conservadoras  vendepatrias, recrudeció ante la potente entrada en el escenario político y militar de un elemento disruptivo e inesperado:

El general Augusto C. Sandino  y su incipiente EDSNN que rápidamente se convertirían en una esperanza de verdaderos cambios sociopolíticos para el pueblo nicaragüense, erigiéndose además como única alternativa para la expulsión del yanqui invasor y la defensa del decoro y la soberanía nacional.

Daba comienzo la épica, cruel y encarnizada lucha asimétrica (la potencia global unipolar, ilimitada en recursos, contra un pequeño ejército guerrillero campesino e indígena precariamente armados) que en total duraría largos siete años y cuyos ecos e incidencia trascendería las fronteras patrias.

El Imperialismo yanqui usó en Nicaragua inusitados recursos para sofocar a un “bandidos común de una república bananera centroamericana” como ellos llamaban al inicio despectivamente a Sandino y sus leales.

Durante ese breve periodo histórico, pero enorme en términos de un conflicto bélico, los yanquis llegaron a tener sobre el terreno a 5, 673 hombres es decir, dos regimientos de soldados de infantería de la Marina de guerra de los Estados Unidos, además de tres escuadrillas de sus modernos aviones de combate e hidroaviones (cuyos pilotos y mandos aprendieron aquí las primeras tácticas del uso  de la aviación en el combate moderno, entre otras la de bombardeo y ametrallamiento en picada), comandados por oficiales de alta escuela, muchos de los cuales utilizarían su experiencia en combate en las Segovias para destacar en otras aventuras intervencionistas gringas alrededor del mundo.

Para las operaciones combinas del USMC (Cuerpo de Marina de los Estados Unidos) y de transporte, apoyo y avituallamiento de esas tropas en Nicaragua (en adición a las unidades ya existentes de la Flota del Caribe), la Armadas gringa utilizó  durante esos años de intervención una flota de más de 56 buques de guerra (entre cruceros de batalla, fragatas, cañoneras y barcos auxiliares, pero sobre todo, destructores, muchos de los cuales tomarían parte en la venidera II GM), incluyendo al USS “Saratoga”, uno de los primeros portaviones de ala fija del mundo.

Estos buques de guerra frecuentemente fondeaban en el Puerto de Corinto (la principal base militar de los marines en el país) y merodeaban Bluefields, Puerto Cabezas y Cabos Gracias a Dios, donde su presencia era frecuentemente requerida ante los ataques de las fuerzas sandinistas a los intereses yanquis en esas regiones, especialmente a las minas de oro, empresas madereras y bananeras transnacionales.

El norte de Nicaragua fue convertido por las fuerzas de ocupación en un polígono de pruebas de nuevas y aberrantes tácticas anti-insurgentes.

Se sacó de las montañas, campos y pequeñas poblaciones a la población campesina e indígena llevándola a localidades más grandes con el objetivo de segregarlas del apoyo al EDSNN  y tenerlos bajo vigilancia.

Se construyeron caminos para acercar sus tropas a los reductos guerrilleros, incendiaron, bombardearon y ametrallaron selvas y alturas. Tácticas que luego serían usadas en otras latitudes como Indochina, el Pacífico Sur, Asia Central, África y Latinoamérica.

No pocos recursos fueron “invertidos” por el gobierno yanqui en crear una verdadera fuerza de ocupación local, es decir a la Guardia Nacional que ya para entonces costaba anualmente al maltrecho erario público de Nicaragua cerca de un millón de dólares de la época, lo que obligó a cerrar escuelas públicas y cercenar el presupuesto para el gasto social.

Los marines entrenaron, armaron, apertrecharon y condujeron a la guerra a los reclutas y oficiales que después de su expulsión de los yanquis del territorio nacional, se convertirían en los feroces guardianes de la dictadura militar somocista.

Desde mediados de 1928 (el año más cruento de la guerra contra Sandino) hasta la expulsión del grueso de la fuerza invasora el 2 de enero de 1933 (recordemos que cerca de un batallón de marines se quedó en el país entrenando y conduciendo en el terreno a la GN, que asumió desde entonces el peso total de los combates) los historiadores norteamericanos calculan que la aventura intervencionista costó solamente al presupuesto yanqui veinte millones de dólares de la época (unos 130 millones de dólares actuales) en gastos directos.

Cifra que no es comparada con el gastó real, pues para entonces los Presidentes republicanos Calvin Coolidge y su sucesor, Herbert Hoover aprobaron por vía ejecutiva (ante las dificultades planteadas para la aprobación de partidas presupuestarias para las tropas interventoras yanquis en Nicaragua) o de manera secreta, varias veces esa cantidad tan exorbitante en esa época.

Oficialmente, un poco más   de doscientos marines yanquis mordieron el lodo de las montañas segovianas, otros cientos (cifra no publicada oficialmente) fueron heridos y deshabilitados.

Las bajas de la GN que creció rápidamente de 1229 oficiales y soldados en 1927, hasta rondar en 1933 un poco más de 4,000 elementos armados con 250 ametralladoras, 54 subametralladoras, 4,500 fusiles entre ellos algunos semi-automáticos;  además de algunos cañones de montaña, artillería corriente, vehículos de transporte de tropas y de usos múltiples. La cuadrilla de aviones heredada de los invasores, seguía siendo operada por pilotos gringos.

En esos años la GN se tragaba más del 18 por ciento del presupuesto nacional que sólo en 1931 fue de 1, 104, 834 córdobas con una paridad de 1 x 1 con respecto al dólar en ese tiempo. Ponderando cifras vertidas por varios autores, las bajas efectivas de la GN durante la guerra contra el EDSNN comandado por el General Sandino, podrían haber llegado a los 500 elementos.

Esta información está basada en la premisa de que fue hasta la salida del teatro de operaciones del yanqui invasor, que las tropas de la GN  asumieron el peso total de las operaciones ofensivas.

Las bajas del Ejercito defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua, se estima que llegaron a unos mil combatientes muertos, sin embargo, después de firmado los acuerdos de paz entre Sandino y el gobierno de Sacasa y desmovilizado el EDSNN según lo acordado, se desató un verdadero genocidio por parte de la GN en las Segovias y en todo el país para exterminar de raíz al movimiento revolucionario sandinista, sus jefes, oficiales, soldados y la población civil que daba apoyo a su “General de Hombres Libres”.

Nunca se sabrá la verdadera cifra, pero se ha llegado a calcular en más de veinte mil personas asesinadas por la incipiente dictadura militar somocista en esos años.

La derrota del ejército de ocupación yanqui en Nicaragua (primera en la historia del Imperialismo yanqui), a pesar de los múltiples intentos de la historiografía oficial y los medios tarifados enemigos de las luchas sociales y libertarias de los pueblos, solamente tiene una causa verdadera:

El arrojo, la valentía, la convicción y sacrificio de un pueblo combatiente, liderado por un hombre extraordinario llamado Augusto C. Sandino y su inclaudicable amor a la libertad, al decoro y la soberanía nacional de Nicaragua y otros pueblos en lucha.

La solidaridad y simpatía de los pueblos del mundo con la lucha libertaria del General Sandino, la presión de los sectores progresistas de la sociedad norteamericana y de la oposición parlamentaria en contra de la política intervencionista del gobierno yanqui; el arribo de un nuevo presidente norteamericano con una doctrina siempre imperialista pero menos militarista, la gran crisis sistémica del Capitalismo global, etc. fueron elementos importantes que coadyuvaron a la salida de los yanquis de Nicaragua, pero ninguno de ellos o en su conjunto, explican su derrota.

A su regreso a de su segundo y último viaje a México, el General Sandino estaba mas claro que nunca de la importancia de expulsar al yanqui invasor para poder buscar caminos de paz entre los nicaragüenses.

Lanza al ataque a sus tropas, aunque menos apertrechadas, más motivadas y leales a su misión histórica,  en una campaña planificada que alcanza la parte norte de la Costa Caribe, los departamentos de Chontales, Chinandega, León y Managua, multiplicando las bajas enemigas, cada una de las cuales aviva la ira del pueblo norteamericano contra su gobierno, desangra las arcas públicas y fortalece la certeza de que el poderoso ejército yanqui se hunde cada vez en un conflicto que no sería capaz de ganar.

La victoria del pueblo y ejercito vietnamita, del Partido Comunista de Vietnam (comandados por el gran Ho Chi Min), sobre las fuerzas interventoras yanquis y de otras naciones, abrió las puertas para la construcción pacifica del Socialismo en ese país.

A sí mismo, la reciente y caótica “retirada” de las tropas invasoras yanquis y el desmantelamiento de un gobierno cipayo en Afganistán, también puede ser el inicio de una nueva era de paz, jamás experimentada por los pueblos que habitan esa sufrida tierra, siempre y cuando que los talibanes hayan aprendido también de la historia y se alejen de su sangriento y cruel pasado en contra de su propio pueblo y sobre todo, dejando a un lado los intereses gringos y de otras potencias extranjeras.

La derrota y expulsión de las tropas yanquis de Nicaragua en 1933, no sólo fue una victoria histórica, contundente y merecida de un ejército guerrillero de patriotas, sino la victoria de todo nuestro pueblo, que sería rubricada con la victoria de la Revolución Popular Sandinista en 1979 y que a la vez mostró al mundo que cuando se lucha por la libertad, por la autodeterminación y el derecho de los pueblos a construir su propio camino de desarrollo en paz y armonía, no existe destino manifiesto ni enemigo invencible.

Cabe mencionar acá la enorme importancia que representó para los Estados Unidos (una potencia belicosa e intervencionista) la valiosa experiencia que sus tropas y su aviación lograron acumular en las selvas segovianas, enfrentando a un maestro en el arte de la guerrilla como llegó a ser el General Sandino.

De las tropas interventoras que  lucharon contra el EDSNN saldrían Generales de 4 estrellas y ases del aire gringos en la II Guerra mundial, condecorados «por sus servicios» en Nicaragua con dos  Medallas de Honor y mas de 100 Cruces de la Marina de su pais.

En los cielos sobre las selvas del  norte y Caribe de Nicaragua volaron desde los viejos biplanos JN-4B, los hidroaviones Curtis HS-2L de la IGM hasta los modernos  biplanos De Havilland DH-4, DH-4 y el Vought O2U Corsair, además del poderoso Fokker Trimotor en sus ultimas versiones, que cuando no estaba transportando tropas y avituallamiento dejaba caer sus bombas de 17, 25 y 50 libras o ametrallaba desde sus temibles 7 ametralladoras a los combatientes sandinistas.

De no ser por el apoyo oportuno de estas maquinas del aire, batallas como las de Ocotal o Quilalí hubieran sido ampliamente ganadas por las fuerzas guerrilleras sandinistas, pues fueron tan duras las condiciones impuestas por los guerrilleros y el terreno que el gobierno gringo tuvo que crear mas tarde una medalla especial para premiar el esfuerzo interventor de sus soldados: La medalla USMC de la segunda campaña de Nicaragua.

Pero precisamente por el enfrentamiento en inferioridad técnica y material es que se agranda el legado de la lucha del general Sandino contra la potencia unipolar de su tiempo.

Él y sus combatientes supieron usar el entorno y el conocimiento de su tierra a su favor, la superioridad moral del que lucha por patria, su familia y su pueblo. Hombres que vencieron en aterradora desventaja.

Antes Vietnam y ahora Afganistán, pueblos guerreros,  han humillado al Imperialismo yanqui y sus supuestas todopoderosas Fuerzas Armadas…

Y todo comenzó con Sandino.


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