Carlos Martín •  Opinión •  30/04/2017

Un país de terroristas en la mochila

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¿Qué gen poseemos que haga inclinar la balanza hacia el sentir del terrorismo?
 
Viendo como ajustician a unos y otros por enaltecimiento del terrorismo, da la sensación de que nuestro país es sumamente terrorista, más incluso, que nuestros vecinos los países del bien saber estar. Si quisiéramos nuestro estudio serio siempre queda compararnos con un país como Suecia, donde atan los perros con longaniza y la solvencia institucional disipa el interés por atentar, bueno y de paso de cualquier interés. Para colofón indicar a huevo en la estadística de países hiperterroristas que ocupamos el puesto 123 junto a países como Sudan y Kazajistán. Pues bien, ya tendríamos la espléndida descripción que explique la tendencia de los españoles hacia el terrorismo y poder justificar el impulso corrector sin ahondar en la histeria social. 
 
¿Qué gen poseemos que haga inclinar la balanza hacia el sentir del terrorismo por encima de la media? La explicación cabría hallarla en el comportamiento de todo tipo de condiciones sociales. Desde las clases bajas a las más pudientes se incurre de la misma manera de inconciencia delictiva de opinar con mal gusto por las redes sociales que molesta e irrita sobremanera a interlocutores de la decencia. De igual modo, se podría aplicar la misma constante en todo tipo de ideologías, a grosso modo de izquierdas y de derechas. El test de los comentarios inconvenientes que salpican la cotidianidad de la redes toca todos los aspectos sociopolíticos: temas de interés general como “el tiro en la nuca al político infame o al sátrapa maltratador” se ha convertido en el desahogo más viral, en contraposición están los detractores de las malas formas usando similares dialécticas que apelan a sobrarse ante los primeros; en temas de calado histórico los trending topics #conFrancosevivíamejor y #yaestamosconlosmuertospárribaypábajo, se topa con su antítesis #estonoesdemocraciaesunafalacia, etcY en la semántica impartida por todo tipo de representantes de dios en la tierra, también se encuentran resquicios donde menospreciar al prójimo sobre todo a los raros y más desvalidos con comentarios de paz y amor.
 
Luego queda explicar nuestra irremediable predilección por los chistes de mal gusto, sumamente violentos y de escasa ética. El estudio recoge que más del 90 % de la sociedad española ha estado expuesta a chistes macabros que tenían finalidad paralizante.  La mayoría de los viandantes llegan a conocer personalidades como a Irene Villa y a Carrero Blanco a través de los chistes y hasta las personas más concienciadas de inquebrantables valores sufren la paradoja de reírse de los chistes políticamente incorrectos al mismo tiempo que sienten escalofríos. Desatamos nuestras iras con los chistes nacionalistas, que nos ayudan a poner alguna localidad en el mapa al mismo tiempo que avalamos el cruce de civilizaciones y desatamos nuestros instintos más primarios en los chistes y comentarios futbolísticos donde rompemos piernas y matamos al rival sin piedad, aunque con menos tiros en la nuca.   
 
En este país el macarrismo lleva decenas de años implantado sin que se pueda hacer nada, pero gracias a las nuevas tecnologías, con Twitter y Facebook a la cabeza, están dejando el rastro que se necesita para buscar con lupa las interpretaciones en los tribunales, donde antes no existía maldad ahora sí. Por fin el golpe definitivo al terrorismo que tanto anhelamos. En los momentos de menor terrorismo en España, sin ninguna organización terrorista en boga, ni aclamación popular que pida la cabeza de nadie, y mira que algunas cabezas bien pensantes sobran, todo un aparato estatal se resiente en el síndrome de Estocolmo por continuar una labor inacabable como si se tratase del motor de nuestra economía. 
 
En el juicio indiscriminado de las palabras prohibidas y sin necesidad de intencionalidad, se cuestionará a quienes las empleen. Si fuera necesario se inhibirá del diccionario las definiciones inadecuadas. Así mismo, se consideraran organizaciones criminales aquellos movimientos académicos que sigan manteniendo las definiciones prohibidas y vulneren la ley del significado. Los tribunales en potestad del fallo se guardan de entender el sarcasmo, la libertad de expresión, y esas posturas aberrantes y bizarras que por su posición vetusta e institucional difícilmente llegan a comprender. Por extensión, en pro de hallar cualquier atisbo de enaltecimiento del terrorismo, se pondrá en cuestión cualquier tendencia y discurso que vulnere el honor institucional y monárquico por encima de todas las cosas.

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