Clara Esquena i Freixas •  Opinión •  28/06/2016

Paremos los discursos del odio

Después de haber sobrevivido a un maltrato, algunas personas manifiestan que, al cabo de los años, lo más doloroso que guardan en la memoria no son tanto las imágenes de los golpes recibidos -los moratones desaparecieron al cabo de unos días- sino las palabras soportadas, en el contexto de la vejación. Aquellas expresiones corrosivas aún se escuchan por dentro, como en una caja de resonancia, una tarde cualquiera. En el momento más impensado, cuando alguien hace un gesto o suelta una frase determinada, el desprecio regresa.
 
Como una mancha resistente y pegajosa, las palabras venenosas persisten. Puede llegar a suceder que en la actualidad no se soporte ningún insulto, por leve que pueda parecer, que evoque la insidia del agresor. La palabrería preñada de rencor les llegó hasta el tuétano y por ello no la toleran. El distanciamiento no fue inmediato porque, una vez escaparon de las garras del maltratador, la huella de la relación todavía condicionó sus vidas. La desconfianza y el terror reaparecieron. Y la eterna disculpa hacia lo que no se debería transigir. Hasta que un buen día dijeron basta. Y ya no hubo marcha atrás.
 
Este es el tipo de historia individual de supervivencia, que los psicólogos escuchamos una y otra vez, en el ejercicio de nuestra profesión. Quizás es arriesgado establecer una analogía a nivel colectivo pero me pregunto dónde se encuentra nuestro límite de aceptación como sociedad, a la hora de afrontar los discursos del odio. Durante los últimos días, tras el asesinato de la diputada laborista Jo Cox y la matanza de Orlando, en los medios se ha hablado del clima de hostilidad presente en platós, tribunas políticas y púlpitos eclesiásticos.El caldeado debate del Brexit, en el que ha existido un fuerte contenido de rechazo a la inmigración o los posicionamientos homófobos de personajes dantescos como el arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, y el candidato republicano a la Casa Blanca, Donald Trump, han estado en el punto de mira.
 
Recordemos que, de acuerdo con la «pirámide del odio» difundida por la Liga Antidifamación estadounidense, la retórica incendiaria no es en absoluto inocua sino que se encuentra en la base de las respuestas de aversión a la diferencia, que van de las manifestaciones más aparentemente inocentes, como una broma de mal gusto, hasta el exterminio masivo de todo un pueblo. Es importante tener presente que, desde los potentes altavoces de que disponen, estos «predicadores» pueden ser responsables de poner la primera piedra, en una escalada de violencia que ignoramos hasta dónde puede llegar. No debemos confundirlo con la libertad de expresión, aunque en determinadas cadenas interese tergiversar estos conceptos.

 

Afortunadamente, la sociedad no suele permanecer impasible ante el «hate speech» sino que la repulsa hacia el mismo también se hace escuchar. En el caso de la homofobia, en una homilía pronunciada recientemente en el municipio madrileño de Collado Villalba, después de que el cura cargara contra la transexualidad y el «imperio gay», decenas de feligreses reaccionaron ostensiblemente, primero abucheándole y después abandonando la iglesia. Y al indescriptible cardenal Cañizares le ha llovido una denuncia por delitos de odio por parte del colectivo LGBTI. En cuanto a Trump, su verborrea lapidaria hacia todos los ciudadanos que no sean hombres blancos, ricos y heterosexuales, también ha motivado manifestaciones de reprensión en diferentes puntos de los Estados Unidos. Por más insignificante que pueda parecer un gesto cotidiano de apoyo, seguro que contribuye a sofocar el clima de tensión sufrido por nuestros convecinos, amigos, familiares o compañeros de trabajo, que pueden sentirse acosados ​​en estos momentos tan difíciles. No les demos la espalda. Existen múltiples maneras de resolver los conflictos de forma pacífica y civilizada, sin recurrir a la aniquilación simbólica del otro. Nadie es inmune. En cualquier momento, podemos sorprendernos a nosotros mismos en la adopción de actitudes intolerantes. Liberémonos para siempre de la seductora red verbal de la ultraderecha. Ante los sanguinarios discursos del odio, ¡digamos basta!
 
 

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