Alastair Crooke •  Opinión •  26/11/2020

¿Tendrá éxito en occidente el golpe tecnocrático-oligárquico?

«No vamos a volver a la misma economía», dijo recientemente el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell: «Nos estamos recuperando, pero con una economía diferente, y está estará apalancada por la tecnología – y me preocupa que esto lo haga aún más difícil para muchos trabajadores.»

Klaus Schwab, el presidente del Foro de Davos, fue más tajante: «Nada volverá a la normalidad que prevalecía anteriormente. Nos sorprenderá la rapidez inesperada de los cambios, ya que – al combinarse entre sí – provocarán efectos en cascada y resultados imprevistos». Schwab dejó en claro que la élite occidental no permitirá que la vida vuelva a la normalidad, sugiriendo que los confinamientos y otras restricciones pueden convertirse en permanentes.

¿Recuperación con una economía diferente? Bueno, en realidad se trata de un sigiloso “golpe” que ha estado medio dormitando durante bastante tiempo. Los cambios han sido poco notorios, en parte porque las élites occidentales se han aferrado a la narrativa del libre mercado, mientras que en las últimas décadas han ido cambiando a una economía oligárquica que prospera junto a la economía del llamado “libre mercado”.

Sin embargo, estamos viviendo una metamorfosis importante, un cambio que sienta su base en una fusión de los intereses de la oligarquía empresarial con los intereses de los gobiernos capitalistas. Esta fusión suele llamarse «estado administrativo», y fue ampliamente ejercido en la Europa del siglo XIX.

Si queremos entender las raíces de este «golpe silencioso», necesitamos volver al espíritu que surgió de la Segunda Guerra Mundial. El «nunca más» de ese terrible derramamiento de sangre desarrolló la concepción que la sangre derramada debería ser «redimida» por sociedades más justas y equitativas. Culminando los años 60 estos sentimientos se convirtieron un movimiento político que aterrorizó a las élites empresariales de los Estados Unidos.

Las élites revolvieron hacer su «contrarrevolución». Hicieron lobby; mucho lobby, y convirtieron el lobby en empresas a «escala industrial», empleando «ejércitos» de abogados pagados por el gran capital. Y ahora, estas empresas deciden el destino de billones de dólares: la calle K (la sede de los grupos de presión en Washington) es donde la agenda legislativa se resuelve. Al Congreso sólo se «vende» las iniciativas del lobby empresarial, en un intercambio que les resulta mutuamente beneficioso.

Gradualmente, un segmento de los antiguos “boomers” aparentemente radicales se empaparon con el espíritu de las grandes corporaciones, mientras que otra parte entró directamente en la política, para finalmente convertirse en los líderes políticos de la nación. No es difícil ver cómo entre ambos grupos surgió un espíritu común, una perspectiva de la gran empresa comprometida con un gobierno de élite «científicamente administrado».

El punto es que nunca hubo nada inevitable en esta toma de posesión oligárquica «silenciosa». Nunca fue inmutable. Ocurrió en Estados Unidos, tal como había ocurrido a principios del siglo XIX en Europa. Los boomers radicales nunca fueron verdaderos «revolucionarios» – y la oligarquía inteligentemente se aprovecharon de sus pretextos “reformistas”.

El influjo de los “boomers” (ayer hippies”) en el mundo corporativo y de negocios está jugando un cambio decisivo en la fusión de las grandes empresas con el aparato del estado.

En estos precisos momentos – producto de la pandemia- esta fusión se está consolidando mediante los programas de alivio monetario para el sector empresarial. Además, con la guerra tecnológica entre Estados Unidos y China se ha afianzando aún más la alianza entre los millonarios de Sillicon Valley y la vieja oligarquía corporativa.

Ahora se abre la perspectiva de una toma del poder que pretende afianzar a una pequeña tecno-élite a la cabeza de la administración global. Su aspiración es manejar el dinero y los activos digitales del mundo. Este “reset” (reinicio) – tiene como objetivo forjar el nuevo orden global en su beneficio.

Entonces, volviendo a la advertencia de J. Powell Federal una «recuperación con una economía diferente» tiene un aire de inevitabilidad; es decir, Powell cree que la Reserva Federal está «arrinconada», mientras tanto la hipótesis de Schwab del Foro de Davos es que un «cambio de paradigma es bienvenido».

No hay que confundir las dos posiciones. Pero, le guste o no a Powell, con la «nueva normalidad» del Coronavirus, el libre mercado de la economía occidental está siendo destruido sistemáticamente, al mismo tiempo que la mayor parte de los “estímulos fiscales” se canalizan a las grandes empresas multinacionales y a los bancos de “jerarquía sistémica”.

En efecto, será una economía diferente. Esta fusión de los gobiernos con las grandes empresas se ha visto reforzada durante la pandemia, y esto ha ayudado a facilitar la tarea de aquellos que esperan un reajuste del orden mundial. La guerra tecnológica es la cereza del pastel, si Sillicon Valley tiene éxito en su apuesta por la hegemonía tecnológica, estos gigantes tecnológicos serán actores políticos globales. Y ya están cerca de eso ahora.

¿Tendrá éxito el golpe tecnocrático? O, ¿la ideología oligárquica – detrás de los tecnócratas, simplemente caerá en un juego de suma cero como ocurrió a fines del siglo 19?

Recordemos que esas rivalidades no terminaron bien. Tal y como están las cosas la competencia tecnológica entre Estados Unidos y China hace que el choque sea muy posible (hay una importante diferencia entre una rivalidad comercial y una tecnológica).

¿Cuál es entonces la condición de la tecnología que la diferencia del comercio ordinario, y exacerba el riesgo de una guerra al estilo del siglo XIX?

Es esto: No hace mucho tiempo, se pensaba que la economía digital se elevaba por encima de la geopolítica convencional. La Internet global, que aspiraba a ser libre y abierta, se consideraba una tecnología de uso general, tan revolucionaria y fungible como el motor de combustión interna, y un bien similar a los «bienes públicos».

Esta quimera sobre la tecnología perdura todavía entre en la mayoría de la ciudadanía, incluso cuando elementos de la tecnología han asumido la función más oscura de vigilar y disciplinar a la sociedad en nombre del «gran hermano».

Avancemos rápidamente hasta el día de hoy: Los datos son el nuevo «petróleo», y se han convertido en el producto estratégico por el cual los gobiernos están luchando, defendiendo y también acaparar. Cada Estado se siente obligado a tener su «estrategia de inteligencia artificial» nacional para «refinar» este nuevo crudo y beneficiarse de él.

Si antes las grandes potencias se peleaban por el petróleo, hoy combaten (quizás más disimuladamente) por los datos. Taiwán puede ser simplemente un pretexto, tras el cual se esconden las ambiciones estadounidenses de dominar las normas y estándares de las próximas décadas.

El optimismo estimulado por la Internet original como un «bien» global ha retrocedido a favor de un choque por la hegemonía tecnológica – un choque que, un día, podría fácilmente volverse «caliente». Uno podría haber asumido que la próxima generación de tecnología digital continuaría el patrón de Internet como «ganar-ganar» para todos, pero no es así. El aprendizaje automático es diferente.

El aprendizaje automático se refiere en general a una «modelización» que no está pre-programada, es decir, que tiene instrucciones (código) que la computadora ejecuta, utilizando el conjunto de modelos de aprendizaje de la Inteligencia Artificial. Este “modelo” permite a las computadoras extraer patrones de grandes conjuntos de datos y desarrollar sus propios algoritmos (reglas de decisión). Estos nuevos algoritmos que la máquina desarrolla se ejecutan con nuevos datos, problemas y preguntas (que pueden ser altamente rentables – como los análisis de “la nube”).

Estos algoritmos son en efecto herramientas útiles y tienen aspectos positivos. No son específicamente nuevos, y las máquinas no son particularmente buenas para aprender. No se aproximan a la psique humana (ni pueden hacerlo) y los modelos que funcionan bien en el laboratorio a menudo fallan en la vida real. Pero en determinadas áreas, en las que existe un buen conjunto de datos, pueden ser muy importantes:medicina, física, exploración energética, defensa, etc.

Aquí es donde la dinámica de la rivalidad geopolítica se pone en primer plano. Los grandes datos y los sistemas avanzados de aprendizaje unidos constituyen un circuito de retroalimentación positiva, en el que los mejores datos alimentan un mejor análisis, que, a su vez, alimenta mayores rendimientos potenciales de otros conjuntos de datos.

En resumen, tiene una dinámica acumulativa: más beneficios, más peso político; más producción. Habitualmente los rezagados en esta «competencia» suelen ser los estados y sus gobernantes. Es precisamente esto – la búsqueda de un circuito de retroalimentación positiva, y el miedo a quedarse atrás – lo que puede separar y enfrentar al mundo.

Y esta característica de retroalimentación en “el análisis” es lo que hace que la rivalidad por la Gran Tecnología sea diferente a la competencia comercial normal. Los datos y los análisis rápidos determinarán -en última instancia- la primacía militar, así como el liderazgo en los estándares de la tecnología.

Por lo tanto, las compañías de la Gran Tecnología atraen un intenso interés de los gobiernos, no sólo como reguladores, sino como principales usuarios, financiadores y a veces propietarios de la tecnología. Consecuentemente, la fusión oligárquica tiene un intensificador incorporado, en la práctica la fusión de la oligarquía y los intereses de la gobernanza se acrecienta en beneficio de ambas partes.

Sin embargo, la rivalidad en caliente – sobre el análisis de datos y algoritmos – no está preestablecida. Una vez más, el punto es que los recursos de una guerra tecnológica reflejan precisamente una forma particular de pensar; una ideología.

Recientemente, el diario chino “Global Times” publicó un artículo de Xue Li (director de la Academia China de Ciencias Sociales) opinando sobre este tema crucial:

«Basándose en el monoteísmo cristiano, el espíritu de la ley romana y la lógica formal griega, la civilización occidental ve los problemas y el orden mundial desde la perspectiva de una oposición binaria. Por lo tanto, prefieren formar alianzas diplomáticas para sumar los aliados a través de mecanismos obligatorios. Esto les permite confrontar e incluso derrotar a los no aliados.

«Al mismo tiempo, creen firmemente que todos los países deben tener una filosofía diplomática similar, por lo que es necesario rodear e incluso desintegrar a las potencias emergentes. No sólo tratan de equiparar la historia de la expansión del cristianismo con la historia universal de la humanidad, sino que también consideran la civilización cristiana de los últimos 500 años como la filosofía universal del mundo. No se dan cuenta de que 500 años es un período relativamente corto en la historia de la civilización humana, y que las diferentes civilizaciones tienen diferentes puntos de vista sobre el orden mundial».

Xue tiene razón. La narrativa tecnológica se está armando para servir a la mentalidad binaria y antagonista de Occidente y para promover una noción de un Estado administrado científicamente. Esta idea representaría la esencia política de la modernidad, a la que Europa ha recurrido desde la época napoleónica. Es, como señala Xue, un punto de vista particularmente parroquial (y peligroso).

Fuente: https://observatoriocrisis.com/2020/11/24/tendra-exito-en-occidente-el-golpe-tecnocratico-oligarquico/

  • Alastair Crooke, ex diplomático británico

Opinión /