Pedro Pierre •  Opinión •  23/07/2020

El nuevo orden mundial

La pandemia del coronavirus está acelerando la puesta en marcha del nuevo orden mundial: ya no vamos a vivir como antes. La minoría de los super poderosos del 1% busca cómo fortalecer la dictadura mundial del dinero para que los siga beneficiando indefinidamente. Lo estamos padeciendo en nuestro país: no sólo la pandemia no se ha detenido, sino que la corrupción se ha disparado, revelándose como el cáncer de todas las instituciones. El gobierno de los empresarios, banqueros, exportadores e importadores, o sea de todos los traficantes a costa de la mayoría de la población, aprovecha este tiempo para hacer leyes que los van consolidando en su saqueo del país y en la explotación descarada de los trabajadores. Los medios de comunicación ya no pueden tapar las fechorías de los grupos organizados para robar y sacar su dinero a los paraísos, al amparo del mismo gobierno. La proximidad de las elecciones atiza las pugnas internas por el poder como lo henos visto con la elección de la cuarta funcionaria de la vicepresidencia, elegida como mal menor y con una hoja de vida bastante manchada por su paso tanto por las aduanas como en la defensa de los empresarios de la Cervecería nacional en tiempos de la gran huelga de sus empleados.

Estamos en el gran ensayo del nuevo orden mundial por parte de los más poderosos para que quedemos ‘bestias de carga’ al servicio de sus crecientes privilegios. Se empeñan a que la crisis mundial aumente su propio poder. La pandemia les cae de maravillas para sus propósitos. Tres son las causas de esta crisis global. Por una parte, los grandes capitalistas se dan cuenta que su sistema, desde su desplome en 2008, ya no da más, porque las desigualdades son cada vez más inmensas entre los más ricos y los más pobres: la situación mundial se les vuelve cada vez más difícil de controlar. Por otra parte, también se dan cuenta que su sistema perverso destruye irremediablemente la naturaleza y la vida humana y que no se puede seguir así sin fomentar su colapso a corto plazo. Al no poder explotar descaradamente los recursos naturales, buscan cómo explotar más a todos los seres humanos. El tercer problema que enfrentan es la toma de conciencia mundial de que su sistema es insostenible. El consumismo de una vida desenfrenada no trae la felicidad y la catástrofe de la vida en la tierra es cada vez más certera y cercana. Por eso las multitudinarias manifestaciones del año pasado contra el neoliberalismo y las de este año contra el racismo están desbordando a los detentores del poder mundial, una extrema minoría blanca y racista, decidida a utilizar todos los medios para conservar y aumentar su poder y su riqueza.

Ese es el cuadro en el que nos encontramos: se está repitiendo el viaje mortal del Titanic y su orquesta diabólica nos está tocando melodías románticas para distraernos de la tragedia que nos espera. La diferencia actual es que ya sabemos que vamos a chocar contra un mortal iceberg y que, si lo decidimos, podemos evitar parte del desastre al que corremos. Se trata por una parte de cambiar la tripulación que nos gobierna, hacer cambiar el rumbo del barco y reorganizar no sólo toda la convivencia de los pasajeros sino también su mentalidad individualista y pasiva.

Quién más trabaja por estos 3 objetivos es el papa Francisco que no se cansa de denunciar frontalmente la perversidad del sistema neoliberal, nos anima a organizarnos a todos los niveles para ser los protagonista de una nuevo orden mundial más humano y cuidadoso de la naturaleza. De mil maneras busca despertar a los cristianos para que dejemos la visión de un cristianismo adormecedor, espiritualista, clerical y patriarcal, para transformarlo en liberador, humanizante y custodio de la naturaleza, tal como lo quiso su fundador Jesús de Nazaret. Por todas partes, hombres y mujeres de buena voluntad, creyentes y humanistas de todos los países se están organizando en múltiples grupos y asociaciones para crear un gran movimiento de conciencia y de lucha que está abriendo caminos de esperanza, de vida, de fraternidad y de comunión con la utopía que nos habita: una armonía universal y cósmica. Eso es nuestro destino y nuestra felicidad. ¡Ojalá estemos y nos encaminemos en esta dinámica salvadora!

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