Francisco González Tejera •  Opinión •  18/05/2020

Desierto canario de memoria

Presos en el Campo de concentración de El Lazareto (Gando) en Gran Canaria. Foto cortesía de Fernando Caballero Guimerá

Nos condenan a repetir la historia, que más de 3.000 asesinados por el fascismo en Canarias se pierdan para siempre sepultados por la desidia institucional, enterrar los nombres de la única patria digna que ha tenido esta tierra ensangrentada.

Olvidar es vencer para los asesinos en la mayor de las tramas, la que partió del momento exacto en que se planificó cada crimen fascista en los años 30 en cada rincón del estado español, cuando decidieron a quienes asesinar y desaparecer, a quienes fusilar, a quienes encerrar en un siniestro espacio para torturarlos hasta la muerte.

Parece mentira que en las Islas Canarias, en una supuesta democracia europea, se siga denegando la posibilidad de recordar, de contar en cada lugar del crimen y la tortura lo que allí sucedió hace apenas un segundo en la historia reciente, el terrorismo de estado en una tierra con miles de asesinatos, con espacios que se siguen nombrando en voz baja por la memoria colectiva popular, lugares terribles, con la presencia invisible de la energía del dolor ilimitado sin ni siquiera una tumba, una sencilla placa explicativa, un humilde monumento, un espacio pedagógico que refrende para las generaciones futuras que miles de personas de bien fueron asesinadas por defender la libertad, los derechos sociales de la clase trabajadora, la democracia verdadera, un futuro de esperanza y fraternidad para todo un pueblo.

Esto pasa en Canarias para vergüenza de la llamada «casta política», tristemente de todos los colores, desde la izquierda a la derecha neoliberal, todos siguen sembrando olvido como quien siembra semillas criminales, mientras espacios para el exterminio y el sufrimiento siguen como vertederos de la historia sin un mínimo recordatorio.

Solo en Gran Canaria, entre otros lugares de todo el Archipiélago, la Sima de Jinámar convertida en vertedero de residuos en sus alrededores, sin señalización para que cualquiera pueda visitarla, abandonada por el Cabildo, sin museo de la memoria, espacios de tortura como los campos de concentración de La Isleta o Gando, el Gabinete Literario o la antigua Comisaría de la calle Luis Antúnez (actual colegio La Salle), donde colgaban por los ojos con ganchos de hierro a quienes se resistían a delatar a sus compañeros, lugares oscuros, ocultados premeditadamente, tapados de forma intencionada, sin explicación alguna de que allí se maltrató hasta la muerte a decenas de luchadores por la libertad, espacios para el fusilamiento como el campo de tiro de La Isleta, dentro del actual cuartel del Regimiento de Artillería Antiaérea 94 del Ejército de Tierra, otro lugar «invisible», sin un texto que diga que en ese siniestro paredón fueron asesinados cientos de hombres tan solo por defender la democracia.

¿Cómo es posible que algo que pasó hace apenas 80 años se oculte por los políticos e instituciones canarias de forma tan vergonzosa? ¿A quién están protegiendo? ¿A los descendientes de los genocidas?

¿O acaso pretenden seguir tapando con mentiras lo que fueron miles de crímenes horrendos, miles de personas torturadas, miles que tuvieron que partir hacia el exilio, miles que fueron víctimas del hambre y la miseria, de los abusos de poder de una oligarquía canaria con las manos manchadas de sangre?

Tan solo invitar desde esta humilde reflexión a organizaciones políticas, sindicales, culturales y personas conscientes que no se consideren parte de este vergonzoso despropósito, que quieran tomar en sus manos esta estela de lucha, que exijan de forma contundente que ni un lugar del dolor de nuestro pueblo se quede en el olvido, que los nombres de las heroínas y héroes de esta tierra no queden sepultados para siempre, cercenados por el negacionismo y el encubrimiento premeditado presente en la forma de actuar de quienes dirigen las actuales instituciones canarias.

Será de justicia histórica que no todos callen, que se alce la voz y el puño en alto, tal como hicieron quienes fueron masacrados por luchar hasta el final contra las cadenas, la injusticia y la opresión.

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