Sergio Rodríguez Gelfenstein •  Opinión •  13/09/2021

China: hacia la prosperidad común (I)

Muchos analistas occidentales exponen la incapacidad de comprender el modelo chino y recaen en la idea de considerar su validez bajo el tamiz de las leyes del mercado diseñadas en Occidente, que se pretenden vender como verdades universales.

China: hacia la prosperidad común (I)

El pasado martes 24 de agosto se realizó en Beijing una reunión del Comité Central del Partido Comunista para Asuntos Financieros y Económicos con el objetivo de debatir acerca de la “prosperidad común”, es decir cómo producir crecimiento con equidad. El centro de la discusión estuvo puesto en la necesidad de generar bienestar para todos los ciudadanos en la ruta dirigida a alcanzar el objetivo de que, en 2049, cuando se conmemore el centenario de la fundación de la República Popular China, el país cuente con una sociedad socialista moderna.

Durante el evento, las discusiones más candentes estuvieron dadas por el llamado del presidente Xi Jinping a aplicar medidas drásticas sin precedentes en varios sectores de la economía como la tecnología, la educación en línea y el sector inmobiliario, que habían crecido de forma exorbitante y sin control, aupando una creciente desigualdad de ingresos, aumento de los niveles de deuda y ralentización del consumo.

Xi opinó que una vez que el país ha sacado a todos los ciudadanos de la pobreza, debía orientarse hacia un sistema que se preocupe mucho más de los sectores que aún no alcanzan óptimas condiciones de vida. Esto es lo que llamó “prosperidad común”, que se definió como la posibilidad de que todos puedan compartir la riqueza, para lo cual se necesita una economía fuerte que permita una mejor distribución de la misma.

Aunque la idea no mencionó que el gobierno se propondría reducir los ingresos de los más ricos para entregárselo a los más pobres, sí abogó por una “mejor gobernanza y un mayor equilibrio en la economía”, centrándose en el consumo de base como multiplicador económico clave en lugar de las inversiones intensivas en capital que fueron la base de la economía de los últimos años.

En palabras del presidente: “Podemos permitir que algunos se enriquezcan primero y luego guiar y ayudar a otros a enriquecerse juntos”. A continuación quiso ser más explícito al afirmar que: “Podemos apoyar a los empresarios ricos que trabajan duro, operan legalmente y han asumido riesgos para crear empresas… pero también debemos hacer todo lo posible para establecer un sistema de políticas públicas ‘científico’ que permita una distribución más justa de los ingresos“, para finalizar agregó que el gobierno debe preocuparse por la protección y el mejoramiento de los medios de subsistencia que se proponen un desarrollo económico saludable que apunte a una perspectiva enfocada en fortalecer un sistema de seguridad universal e inclusivo.

Este debate que estuvo precedido de medidas jamás vistas con anterioridad y se había hecho muy tangencialmente en el pasado, ahora se produjo con toda la crudeza que la situación del país reclama. Entre las medidas planteadas para lograr los objetivos propuestos se destacan cambios en las políticas impositivas y los pagos a la seguridad social para las rentas medias. Así mismo, acciones orientadas al aumento de los beneficios financieros para los grupos de bajos ingresos y recias medidas contra la corrupción y la burocracia. De la misma manera, se expuso la necesidad de resguardar los derechos de propiedad y en particular de propiedad intelectual.

En su discurso, Xi alertó en el sentido de que la prosperidad común no sólo se debía aplicar a los mercados financieros, sino también a la vida espiritual y cultural de la sociedad y extenderse a las zonas rurales y urbanas, en particular, el gobierno tiene que abocarse a mejorar las infraestructuras y las condiciones de vida en el campo.

Esta magna tarea involucrará a todos los niveles de gobierno alineados en torno a la elaboración de planes que apunten al objetivo de lograr la prosperidad común. Intentando sistematizar la iniciativa, la prosperidad común se definió como un medio para “tratar adecuadamente la relación entre eficiencia y equidad”, lo cual pasa por una mayor y mejor supervisión financiera. En estos términos, el sistema planteado se propone estimular lo que se ha denominado como la “tercera distribución”, es decir, la creación de oportunidades para que los grupos y las empresas de altos ingresos devuelvan algo a la sociedad, entre otras cosas, mediante donaciones voluntarias y benéficas. También podría significar recortes de impuestos sobre la renta de las personas físicas y aumento de los tributos a los más ricos, “incluidos los impuestos sobre la propiedad, la herencia y las ganancias de capital, o introducir más políticas preferenciales para los fideicomisos de caridad y las donaciones de bienestar público” de acuerdo a la opinión de Xiong Yuan, analista jefe de macroeconomía de Guosheng Securities, una empresa china de servicios financieros ubicada en Shenzhen, citado por los periodistas Orange Wang y Su-Lin Tan del periódico South China Morning Post de Hong Kong.

La reacción de los analistas occidentales a estas medidas no se hizo esperar, de inmediato se expuso la preocupación por las posibles afectaciones que estas medidas pudieran significar para los dueños del capital, aunque se reconoce que al lograr un mayor reparto de los salarios, eso redundará en ayuda a las familias. Estas opiniones exponen la incapacidad de comprender el modelo chino de economía, recayendo -una vez más- en la idea de considerar su validez bajo el tamiz de las leyes del mercado diseñadas en Occidente, que se pretenden vender como verdades universales. Los analistas occidentales critican que China pretenda a través de estas medidas, que el Estado ejerza fuertes regulaciones en la economía a fin de equilibrar el crecimiento económico y prevenir riesgos financieros.

No obstante que estas medidas han tomado cuerpo en este momento de la historia, es menester recordar que en las propias bases de la política de reforma y apertura y en varios discursos de Deng Xiaoping quedó de manifiesto que la aparición de ricos y millonarios era necesario para que a través de su enriquecimiento personal se acelerara el crecimiento del país. De alguna manera, Deng expuso que en la etapa iniciada en 1978, los ricos eran un mal necesario que en algún momento del desarrollo se ajustaría a través de la aplicación de políticas y leyes, asumiendo que el logro de la prosperidad común sería una “tarea larga, ardua y complicada”.

Desde entonces, ningún presidente chino ha puesto la búsqueda de la prosperidad al margen de su quehacer político, pero nunca antes como ahora se ha hecho tanto énfasis en su concreción. Hay que decir que tampoco hubo nunca antes condiciones como ahora para poder emprender la tarea con éxito. El propio Xi reconoció que el ex presidente Hu Jintao y el ex primer ministro Wen Jiabao encararon la necesidad de solucionar el contraste entre las ricas provincias del este y las más atrasadas del oeste, así como la discrepancia entre los sectores agrícola e industrial.

A la vista se tiene esta etapa de transición al socialismo cuyo objetivo es el desarrollo de las fuerzas productivas y la creación de una base material, económica, y tecnológica que permita que en la primera etapa, una mayor cantidad de ciudadanos puedan acceder a los beneficios materiales y culturales que la sociedad va logrando.


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