Ismael Francisco •  Opinión •  13/08/2020

Fe

Fe

Cada persona tiene su Dios, su ser superior, su creencia. De las tradiciones heredamos la fe en vírgenes, santos, orishas. De la historia aprendemos que esos seres de otro mundo, pasaron antes por el mundo nuestro.

Fueron humanos que hicieron cosas extraordinarias. Heroísmo, martirologio o milagros llaman a sus obras terrenales y todas costaron cuando menos un dolor, un sacrificio personal, una renuncia a lo propio en favor del resto.

Derrotaron al egoísmo con el que inapropiadamente se dice que nacemos. Amaron al prójimo como a sí mismos, segundo mandato del cristianismo que no todos los cristianos practican, de ahí lo trascendente.

Los veneramos porque hicieron algo que pocos están dispuestos a hacer: consagrarse al servicio de los demás, sin esperar otro beneficio que la utilidad de su virtud, fe martiana que siguieron hasta el heroísmo o el martirologio, los muchachos de la Generación del centenario, santificados por nuestra memoria y por su primer milagro: Cuba libre a metros del imperio.

Otros se verificaron en los días de fundación y combate, inundado el país de creatividad y pasión colectiva por un líder que siempre escogió la vanguardia a la hora del riesgo y una tropa de leales tan fascinantes como él.

Mañana, como ayer o como ahora mismo, podrán levantarse las peores calumnias. Pero lo que pasó y ya no habrá quien pueda borrar el impacto heroico de los últimos 60 años en el alma nacional. Mientras quede memoria de la epopeya cotidiana, las nuevas generaciones crecerán amando la gloria de sus antepasados, como los griegos aman las leyendas homéricas.

Quién que los vivió podrá olvidar los años de larga oscuridad, a través de un túnel sin salida visible, colgados todos del insólito optimismo de un único vidente que apostó lo que ni siquiera teníamos, a las ciencias puras, a las tecnologías de punta y, por supuesto, a la formación profesional de jóvenes en los que nadie más confiaba, porque ya era elevado el precio que el mercado le había puesto a la inteligencia humana.

Treinta años después de aquellas apuestas, la nación, aún bloqueada y sin dineros, controla la letalidad de una pandemia global y se pone a la cabeza de los pioneros en la búsqueda de una cura definitiva al virus y de los sanadores de enfermos. Cumplió su sueño el que quiso que fuéramos un país de gente de ciencia.

Pero en los años 90 del pasado siglo llamaron loco a aquel profeta. Y unos políticos que ya nadie recuerda presumían de convidarlo a que abandonara Cuba, la plaza sitiada, la que sufrió sin límites cuando la economía tocó fondo, martirizada por la pérdida de todos los mercados y el doble bloqueo de los adversarios históricos y los antiguos aliados, peores que aquellos.

No es un supuesto. Debe constar en los anales de la cumbre iberoamericana de Bariloche en 1995, si es que los diálogos a puerta cerrada quedaban en algún papel. Un ex presidente de una pequeña nación centroamericana confesó una vez en una reunión de amigos, su profunda impresión por la reacción del líder de los cubanos a la invitación que le hicieran sus colegas del resto de Iberoamérica, con España a la cabeza, para que dejara el pueblo a su suerte y se fuera a vivir con su familia en un exilio dorado que ellos le garantizarían sin problemas.

La respuesta contenía dos palabras que cambian de significado según quien las emplee: honor y dignidad. La historia posterior ha dejado al descubierto a quién le sobraban ambos méritos y quiénes ni siquiera entendieron el rechazo a la propuesta.

Algunos de aquellos negociantes de la política ahora huyen por acusaciones de presunta delincuencia, mientras la Revolución cubana celebra  el legado de su líder, por muchos años defensor solitario del socialismo como sistema y del valor de las ideas, gestor de los programas de formación masiva de médicos para Cuba y para el mundo, impulsor apasionado de la investigación científica en todas las áreas del conocimiento; padre de la colaboración cubana en la Salud que hace 57 años desafía a la muerte en tres continentes y de la misión Milagro que le devolvió la visión a millones de latinoamericanos, con la indispensable cooperación de Venezuela.

Toda fe tiene Dios, santos y profetas. Un revolucionario que anunció el tiempo nuevo y cambió la historia con obras que sólo explica un milagro, puede ser venerado hasta por los ateos. Es lo que suele ocurrir cada 13 de agosto, en el cumpleaños (94) de Fidel Castro, profeta de la Revolución cubana y de cada descubrimiento de la Ciencia que él impulsó como nadie, luego de sus sorprendentes viajes al futuro, de donde volvía para contarnos y sugerirnos qué hacer.

Cumpleaños 94 de Fidel. Foto: Ismael Francisco/Cubadebate.

Fuente: Cubadebate


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