Luís Alberto Henríquez Lorenzo •  Opinión •  09/10/2016

«Se llamaba Hans Urs von Balthasar»

Zas, Catholicvs (et alii):

En efecto, Georges Brassens, Premio Nacional de Poesía en Francia, fue anarquista y ateo, y más que anticristiano, yo diría que fue anticlerical, por más que, obviamente, vivió su vida al margen de la doctrina oficial de la Iglesia y vale que hasta no poco enfrentado a la misma. Empero, con todo el acumulo de errores, pecados, debilidades, insuficiencias, meteduras de pata, filias y fobias que fue acumulando a lo largo y ancho de su vida el genial Brassens, para bien o para mal de su humana existencia, acabó convirtiéndose en un poeta muy estimable, aun un clásico ya del anarquismo (movimiento que yo admiro, sin obviamente identificarme con todo el anarquismo, ni modo), esto es, de la trova anarquista, y uno de los grandes cantautores de Francia (de la llamada chanson francesa) y aun de Europa en los últimos 70 años hasta nuestros días. Por cierto, admirador suyo fue el alejandrino (nacido en Egipto) Georges Moustaki, quien, llegado a Francia como Youssef (su nombre en el Registro Civil egipcio), en 1951 (había nacido en 1934, en el seno de una familia judeo-griega), cambia su nombre de pila por el artístico de Georges justamente en homenaje al ya consagrado George Brassens y pronto comienza a abrirse camino en el mundillo de la chanson francesa. También admirador de la gran dama de la canción francesa Édith Piaf, escribe algunas canciones para ella y mantiene un romance con la llamada pequeño gorrión. Multiinstrumentista (guitarra, acordeón, piano) e intérprete políglota (francés, griego, inglés, español, italiano, portugués, catalán, alemán, árabe, yidis, hebreo), Georges Moustaki recorrerá el mundo cantando un repertorio musical que ya está en la memoria de varias generaciones en todo el orbe, sobre todo entre las personas con conciencia social desde claves marxistas, socialistas o anarquistas. Toda vez que si su admirado Georges Brassens y el gran Léo Ferré (otro de los grandes de la canción francesa) fueron anarquistas, Georges Moustaki fue más bien trosquista, que es la vía marxista acaso más próxima al pensamiento libertario.  

 

Lo anterior es lo que reivindico de Georges Brassens, sin entrar en ninguna clase de juicio escatológico-soteriológico pues ello no me compete, toda vez además que el ciudadano francés Georges Brassens ya se encontró con el juicio de Dios en quien manifestó de mil y una maneras que no creía. Como también ya han fallecido el genial Léo Ferré (poeta, cantautor, cantante, compositor de música de autor y de música clásica, director de orquesta, pianista, locutor de radio, escritor…) y hace tres años fallecía Georges Moustaki. Los tres citados, ateos, radicalmente anticlericales, pero aun así no me cabe en la cabeza que por su condición de ateos anticlericales quedaran completamente impedidos para hacer el bien, para practicar la justicia, la solidaridad y la honradez humana, y sobre todo, incapacitados para escribir hermosas canciones, piezas musicales magistrales, poesías y textos literarios imperecederos… Será que no soy lo suficientemente tomista, pero el caso es que, sea por esta insuficiencia o por lo que sea, me parecen injustísimas las condenas a la cultura laica y secular en bloque que es muy común encontrarse en mentalidades católicas radicalmente tradicionalistas, muy escoradas hacia lo que sociológica, ideológica y políticamente se considera la extrema derecha. Y además, ¿por qué he de despreciarlos por su condición de ateos, como se da generalmente a entender y hasta se pide que se haga en sitios de Internet frecuentados por católicos estricta y rigurosamente tradicionalistas? Si fueron ateos allá cada uno de ellos con su vida, con la vida que eligieron vivir, ya dieron cuenta a Dios de las razones o sinrazones que les llevaron al ateísmo; yo, por mi parte, me conformo con apreciar el legado artístico de cada uno de estos tres gigantes de la chanson francesa, sin desear que Dios los haya condenado al infierno, y ciertamente sin afirmar que por el hecho de que fueran ateos acabaron convirtiéndose en monstruos, en blasfemos, en impíos, en mala gente, ¡por Dios, hombre!  

Del teólogo suizo Hans Urs von Balthasar (1905/1988; para muchos estudiosos de la historia de la Iglesia, uno de los grandes teólogos católicos del siglo XX), reivindico que no me parece justo calificar de hereje así sin más, con juicio sumarísimo, a una persona que escribió espléndidos tratados de teología que merecen un estudio y un juicio más equilibrados, capaz de discernir con esfuerzo de rigor y de objetividad lo bueno de lo no tan bueno, lo excelente de lo no conveniente, etcétera. Al fundador de la Revista Internacional Católica Communio (actualmente dirigida por el hiperfecundo polígrafo español Carlos Díaz Hernández, filósofo personalista comunitario, anarquista y conferencista por España y por Iberoamérica, pensador a cuyo magisterio tanto sigo debiendo yo mismo, sin ir más lejos), juntamente con Henry de Lubac y con Joseph Ratzinger, y nombrado cardenal por el santo papa Juan Pablo II, si bien murió el eminente teólogo suizo dos días antes solo del acto en que iba a ser investido como cardenal, me parece una grosería de muy mal gusto querer despachárselo con un simple «ese fue un hereje», como se permiten ustedes. Encima espetado este «ese fue un hereje» sin dar la cara, parapetado el forista de turno o de marras tras un alias; costumbre, por lo demás, muy difundida en los foros de Internet: insultar a troche y moche tras un alias, apodo o nick.  

Verbigracia: hace unos días leía en el muy erudito blog del argentino Wanderer (también un apodo; pocos deben conocer quién se esconde detrás de tal seudónimo), siempre contundentemente crítico con el pontificado de Jorge Mario Bergoglio, esta confesión del propietario del sitio: «Considero que Louis Bouyer, Ives Congar y Hans Urs von Balthasar son probablemente los tres mejores teólogos católicos del siglo XX». Desde luego, se trata de una opinión muy libre, muy personal, que se puede compartir o no (otros por su parte no podrán no citar a Romano Guardini, a Henry de Lubac, a Karl Rahner, incluso a Joseph Ratzinger…), no obstante bien fundamentada, porque Wanderer, quienquiera que sea, sabe teología en cantidad y calidad. Con todo, no tardó en aparecer en otro sitio de Internet el inevitable momento de gloria del «anónimo» de turno -que es que encima ni se molestan en buscarse un alias literario- con su «peor el Wanderer ese, que se permite citar como teólogo eminente, de los tres mejores del siglo XX, al hereje  Congar» (he adecentado bastante la opinión de ese anónimo, del todo torpe, escueta y hasta grosera).

Y en esto que nos ocupa, Zas y Catholivs, me he querido hacer eco de lo que he llegado a leer en sitios lefebvristas y sedevacantistas: insultos, desprecios, juicios, ataques personales y condenas sin remisión a teólogos como el que nos ocupa, o como Henry de Lubac, Congar, Chenu, Ratzinger, y no digamos ya a autores ciertamente más heterodoxos como Pierre Theilard de Chardin, Karl Rahner, Edward Schillebeeckx, Hans Küng… No es justo afirmar que todos estos teólogos (Ratzinger y Hans Küng también, cuando les toque comparecer ante Dios) se han condenado, se pudren en el infierno. 

De manera que justamente también esto que sigue es lo que he querido poner de manifiesto en mi comentario anterior a este: no aceptar la validez de Novus Ordo Missae acusando a la misa que celebra el 99% de los católicos en todo el orbe hoy día -que si herética, neoprotestante, medio inválida o inválida del todo, sacrílega, blasfema, filomasónica…- es oponerse al Magisterio de la Iglesia, que es vivo, y que hoy -nos guste más o menos: a mí el papa Francisco me desconcierta y hasta “escandaliza” un día sí y otro tal vez, pero yo no puedo saber con total certeza si es Papa legítimo, impostor, hereje, usurpador o qué es, o sea, mientras no se demuestre con total veracidad lo contrario, es el Papa- tiene como cabeza a Francisco.

Tales juicios y condenas los he leído en esos sitios, muy dados, sin duda, a insultar y despreciar a todo el que se sale del guión de ortodoxia católica establecida por la Tradición según la entienden ellos al margen de la Sede Apostólica. Esto es así, no me lo invento yo; los sectores más radicalizados del lefebvrismo y el sedevacantismo en bloque están en guerra contra todo lo que según ellos se aparta, ya sea una coma, un ápice, de la más estricta e íntegra ortodoxia católica. Y encima se te insulta, juzga y condena, aunque te llames Juan XXIII, Teresa de Calcuta o Juan Pablo II (ni fueron santos ni es probable que se hayan salvado, también suele leerse en esos sitios integristas). Siempre viendo en el otro lo negativo, lo malo, lo errado, lo débil y frágil, lo que nace del pecado, sin apreciar lo noble, lo justo, lo loable, lo plausible, lo positivo, lo humano, lo verdadero, lo cristiano y católico que hay en el otro…

Desde luego, ahondando en esta cuestión disputada, el juicio contundente y ulterior condena sumarísima sin remisión posible decretados por algunos contra un gigante de la teología católica como Hans Urs von Balthasar, me parecen tan injustos que… ¡Juzgar así en un pispás, de un sablazo y además parapetados en el anonimato de un alias, toda una vida dedicada a la reflexión teológica, a la búsqueda de Dios, a iluminar la fe de millones de personas…!

Los que así proceden, ¿es que se sienten capaces, y hasta puede que legitimados por Dios para ello, de conocer la conciencia de las personas así juzgadas y condenadas? ¿Cómo se atreven a manifestar que conocen la intención de tal o cual persona a la que sin duda se imaginan en el infierno, y es, desde luego por la forma como se expresan algunos, como si en verdad desearan que esas personas en efecto se hayan condenado?
 

No me refiero a ninguno de ustedes, Zas y Catholicvs (bien parapetados ustedes detrás de un alias), salta a la vista, ¿no?, me refiero a todos esos sitios a que vengo haciendo referencia. En los tales, no faltan quienes se atreven a expresarse así, pongamos: “El papa Montini, falso beato, hijo de la masonería, en su esfuerzo por hacer el mayor daño posible a la Iglesia, o sea, por destruirla a tope…” ¿Quién puede saber salvo Dios si el para mí sí beato Pablo VI -lo acepto como beato porque me fío de la autoridad de la Iglesia, que lo ha beatificado- tuvo esa nefasta y destructiva intención o no para con la Esposa de Cristo, a la que él consagró toda su vida? Una cosa es discrepar incluso de dichos, actitudes y hechos de un Papa -si bien, la permanente animadversión contra el sucesor de Pedro suele ser signo de desafección hacia Cristo y la Iglesia-, y otra son esos juicios temerarios que juzgan intenciones. 

Y nada más, hasta aquí, no sin coda o guinda.

Postdata: mientras doy las últimas revisiones a esta reflexión suena en la radio un especial sobre la música de Roger Syd Barret, uno de los fundadores de Pink Floyd y sin duda su primer gran cerebro. Casi todo el primer álbum de la banda emblemática del llamado rock espacial o místico es obra suya, música y letras (se trata de The Piper at the Gates of Dawn, publicado en el año 1967); un par de canciones no más son de Rogers Waters, otro de los fundadores del grupo. Un álbum genial, tal vez el mejor de todos los tiempos del llamado rock sicodélico, con letras surrealistas, oníricas y unos hallazgos de experimentación sónica deslumbrantes. En el segundo álbum, publicado al año siguiente (A Saucerful of Secrets), ya parecen menos canciones suyas. En este disco ya aparece David Gilmour, viejo amigo de la adolescencia, quien en principio entra en el grupo a intentar equilibrar la «mala onda» de un Syd Barret a quien el exceso de drogas alucinógenas (sobre todo de LSD, de ahí su apodo de Syd, ácido en inglés) está haciendo enloquecer. Bueno, la historia es bien conocida entre los aficionados: Roger Syd Barret por causa de su esquizofrenia es invitado a abandonar la banda, luego él publica un par de discos en solitario, muy buenos, y finalmente su esquizofrenia lo perturba hasta tal extremo que termina recluido en su mundo al margen de la sociedad, completamente alejado de sus compañeros de Pink Floyd: en Cambridge vive en casa de sus padres, sale en bicicleta y casi sin tener ni idea de ello durante todo ese tiempo su cuenta bancaria alcanza los dos millones de euros al momento de fallecer Barret pues su amigo David Gilmour, el mismo que había entrado en Pink Floyd para acompañarlo a él, en vista de su deterioro psíquico, y finalmente sustituirlo, se encargó de irle ingresando «religiosamente» la parte correspondiente de sus derechos de autor generados por Pink Floyd, banda que es todo un icono cultural del siglo XX, con alrededor de 300.000.000 de copias vendidas de todos sus discos en el mundo. Hasta que un día aparece sin avisar en la grabación del álbum de la banda Wish You Were Here, año 1975, en concreto durante la grabación de la pieza «Shine On You, Crazy Diamond» (todo  homenaje al genial y revolucionario músico que acabó loco por causa de la esquizofrenia y el trastorno bipolar); sus compañeros incialmente no lo reconocen, Syd está como ausente, supergordo, pelado al cero, parece depilado todo su cuerpo, casi sin dientes, él que había sido un tipo de irresistible atractivo físico para las mujeres… Y he aquí que cuando lo reconocen algunos de la banda no pueden evitar las lágrimas… ¿Adónde quiero llegar con estas viejas batallas? A esto: la belleza estética no siempre coincide con nuestras convicciones morales; esto es, el mundo del rock es un espacio para los excesos (drogas, sexo, alcohol, bohemia, ataques a los valores judeocristianos, cultura underground, neopaganismo…), pero no todo en el rock es perverso, para una perspectiva moral cristiana, y desde luego hay mucha belleza estética en la música rock. Pero más allá de los gustos particulares de cada uno o de preferir la música clásica al rock sinfónico, progresivo, espacial, místico o sicodélico (bandas como la citada Pink Floyd, Procol Harum, The Moody Blues, Emerson, Lake & Palmer, King Crimson, Yes, The Soft Machine, Genesis, The Doors, Camel, Supertramp pertenecen a tales estilos del rock, y no pocas más), predilección que también es la mía, a mi juicio y ni que aclarar que al menos desde mi muy subjetiva sensibilidad, con planteamientos morales y existenciales tan rigurosamente integrales como los que exhiben ciertas sensibilidades católicas habría que condenar irremisiblemente todo lo escrito en esta postdata: por herético, blasfemo, anticristiano, neopaganizante, hedonista, individualista, materialista, relativista, irenista… Calificativos todos estos que habría que aplicar también a la obra artística de Georges Brassens, Georges Moustaki, Léo Ferré, Jacques Brel -quien, como buen belga, llegó a veranear en Gran Canaria-, autor de  algunas de las más hermosas canciones de amor de todos los tiempos en la música popular escritas en cualquier lengua («Ne me quitte pas», «La chanson des vieux amants»…), con el permiso de Bob Dylan o de Leonardo Cohen o hasta de Silvio Rodríguez y de Pablo Milanés, pasando por Joan Manuel Serrat y por Luis Eduardo Aute e incluso llegando a Pedro Guerra, Fito Páez y Jorge Drexler, tras pasar por Chico Buarque de Holanda y Caetano Veloso y por el mismísimo Roberto Carlos (este sí es ortodoxamente católico y muy de derechas, parece ser, amén de multimillonario)… Todos los citados -y no pocos más que lamentablemente no pueden ser citados por no rellenar varias cuartillas con solo nombrarlos-, autores de magníficas canciones de amor, y todos salvo el brasileño Roberto Carlos, intelectuales de izquierdas, laicos, laicistas incluso, ateos algunos, o agnósticos, anticlericales, neomarxista alguno que otro… Y qué, ¿negarles a todos y a cada uno de ellos su valía personal y la importancia del legado artístico de cada uno por la condición de no rigurosamente católicos que alcanza a todos, con la tal vez excepción de Roberto Carlos? ¡Por Dios!        

 

 

 

 

 

7 de octubre, 2016. Luis Henríquez Lorenzo: profesor de Humanidades, educador, escritor, bloguero, militante social.

 

 

 

 

 

 

 

 

Postdata: mientras doy las últimas revisiones a esta reflexión suena en la radio un especial sobre la música de Roger Syd Barret, uno de los fundadores de Pink Floyd y sin duda su primer gran cerebro. Casi todo el primer álbum de la banda emblemática del llamado rock espacial o místico es obra suya, música y letras (se trata de The Piper at the Gates of Dawn, publicado en el año 1967); un par de canciones no más son de Rogers Waters, otro de los fundadores del grupo. Un álbum genial, tal vez el mejor de todos los tiempos del llamado rock sicodélico, con letras surrealistas, oníricas y unos hallazgos de experimentación sónica deslumbrantes. En el segundo álbum, publicado al año siguiente (A Saucerful of Secrets), ya parecen menos canciones suyas. En este disco ya aparece David Gilmour, viejo amigo de la adolescencia, quien en principio entra en el grupo a intentar equilibrar la «mala onda» de un Syd Barret a quien el exceso de drogas alucinógenas (sobre todo de LSD, de ahí su apodo de Syd, ácido en inglés) está haciendo enloquecer. Bueno, la historia es bien conocida entre los aficionados: Roger Syd Barret por causa de su esquizofrenia es invitado a abandonar la banda, luego él publica un par de discos en solitario, muy buenos, y finalmente su esquizofrenia lo perturba hasta tal extremo que termina recluido en su mundo al margen de la sociedad, completamente alejado de sus compañeros de Pink Floyd: en Cambridge vive en casa de sus padres, sale en bicicleta y casi sin tener ni idea de ello su cuenta bancaria alcanza los dos millones de euros al momento de fallecer Barret pues su amigo David Gilmour, el mismo que había entrado en Pink Floyd para acompañarlo a él y finalmente sustituirlo, se encargó de irle ingresando «religiosamente» la parte correspondiente de sus derechos de autor generados por Pink Floyd, banda que es todo un icono cultural del siglo XX, con alrededor de 300.000.000 de copias vendidas de todos sus discos en el mundo. Hasta que un día aparece sin avisar en la grabación del álbum de la banda Wish You Were Here, año 1975, en concreto durante la grabación de la pieza «Shine On You, Crazy Diamond» (un homenaje al genial y revolucionario músico que acabó loco por causa de la esquizofrenia y el trastorno bipolar); sus compañeros incialmente no lo reconocen, Syd está como ausente, supergordo, pelado al cero, parece depilado todo su cuerpo, casi sin dientes, él que había sido un tipo de irresistible atractivo físico para las mujeres… Y he aquí que cuando lo reconocen algunos de la banda no pueden evitar las lágrimas… ¿Adónde quiero llegar con estas viejas batallas? A esto: la belleza estética no siempre coincide con nuestras convicciones morales; esto es, el mundo del rock es un espacio para los excesos (drogas, sexo, alcohol, bohemia, ataques a los valores judeocristianos, cultura underground, neopaganismo…), pero no todo en el rock es perverso, para una perspectiva moral cristiana, y desde luego hay mucha belleza estética en la música rock. Pero más allá de los gustos particulares de cada uno o de preferir la música clásica al rock sinfónico, progresivo, espacial, místico o sicodélico (bandas como la citada Pink Floyd, Procol Harum, The Moody Blues, Emerson, Lake & Palmer, King Crimson, Yes, The Soft Machine, Genesis, The Doors, Camel, Supertramp pertenecen a tales estilos del rock, y no pocas más), predilección que también es la mía, a mi juicio y ni que aclarar que al menos desde mi muy subjetiva sensibilidad, con planteamientos morales y existenciales tan rigurosamente integrales como los que exhiben ciertas sensibilidades católicas habría que condenar irremisiblemente todo lo escrito en esta postdata: por herético, blasfemo, anticristiano, neopaganizante, hedonista, individualista, materialista, relativista, irenista… Calificativos todos estos que habría que aplicar también a la obra artística de Georges Brassens, Georges Moustaki, Léo Ferré, Jacques Brel -quien, como buen belga, llegó a veranear en Gran Canaria-, autor de  algunas de las más hermosas canciones de amor de todos los tiempos en la música popular escritas en cualquier lengua («Ne me quitte pas», «La chanson des vieux amants»…), con el permiso de Bob Dylan o de Leonardo Cohen o hasta de Silvio Rodríguez y de Pablo Milanés, pasando por Joan Manuel Serrat y por Luis Eduardo Aute e incluso llegando a Pedro Guerra, Fito Páez y Jorge Drexler, tras pasar por Chico Buarque de Holanda y Caetano Veloso y por el mismísimo Roberto Carlos (este sí es ortodoxamente católico y muy de derechas, parece ser, amén de multimillonario)… Todos los citados -y no pocos más que lamentablemente no pueden ser citados por no rellenar varias cuartillas con solo nombrarlos-, autores de magníficas canciones de amor, y todos salvo el brasileño Roberto Carlos, intelectuales de izquierdas, laicos, laicistas incluso, ateos algunos, o agnósticos, anticlericales, neomarxista alguno que otro… Y qué, ¿negarles a todos y a cada uno de ellos su valía personal y la importancia del legado artístico de cada uno por la condición de no rigurosamente católicos que alcanza a todos, con la tal vez excepción de Roberto Carlos? ¡Por Dios!        

 

 

 

7 de octubre, 2016. Luis Henríquez Lorenzo: profesor de Humanidades, educador, escritor, bloguero, militante social.


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