Bosa, Bogotá. Estratificar la diferencia, criminalizar la vida
A Julián Gil, a dos años de su injusto encarcelamiento.
Bogotá es “epicentro político, económico, administrativo, industrial, artístico, cultural, deportivo y turístico del país”. Con este osado centralismo se presenta la capital de Colombia en Wikipedia. Constituida por una veintena de localidades esta ciudad alberga ocho millones de habitantes según su censo, lo que implica que podemos, sin miedo, sumarle varios cientos de miles más.
Al llegar a la ciudad, llama la atención la población de calle, deambulando como zombis o tumbada en las medianas de las carreteras. Difícil no preguntarse quién podría conciliar el sueño en medio de dos carriles. Una especie de genio maligno nos invita a reflexionar: ¿será la manera de protegerse de otros peligros?
Limitada por la autopista sur en el suroccidente de la capital está Bosa. 24 kilómetros cuadrados de superficie y alrededor de 750 mil habitantes conforman, junto con Kennedy y Rafael Uribe Uribe, una de las localidades más densamente pobladas. Sin industrias ni fábricas, la población debe movilizarse para laburar, nos relata Johan Castillo, militante del movimiento Quinua y de la Fundación Creciendo Unidos. En los tiempos más duros de la cuarentena, muchos de los negocios de los barrios lucen cerrados. Estos barrios no acostumbraban a sumarse a las protestas. Sin embargo, respondieron al llamado del Paro Nacional del pasado 21 de noviembre de 2019. “Aquí se tomaron avenidas principales durante días consecutivos. Pero la cosa se fue aplacando en toda Colombia”. Meses después, en medio de la crisis del Covid-19, Los trapos rojos, señal de que las familias no tienen qué llevarse a la boca, comenzaron a proliferar en las calles de Bosa. De la misma forma, se retomaron las protestas por la vía de los cacerolazos.
Sus viviendas pertenecen a los estratos más vulnerables, la mayoría son de estrato uno y dos, las menos del tres. ¿Qué es eso de los estratos, se puede preguntar el lector, la lectora de estas líneas? No responderá la geología de un pasado sedimentado en la roca, sino la economía de un presente incrustado en las expresiones. “Lleva zapatos de estrato uno”, “¡se le notó el estrato!”. El ordenamiento social pasa por los seis primeros números naturales. Y aunque en realidad el estrato se le atribuye a la vivienda, tiene un poder de clasificación que toca carne y huesos. El posmoderno somos lo que comemos en Colombia se transforma en somos donde vivimos. Si en la factura de la luz y el agua tu casa es catalogada como estrato 4 considérate un privilegiado. Pero en Bosa, receptora de población migrante y desplazada, no hay estrato 4.
Johan describe cómo la primera semana de la cuarentena la población se cuidó y resguardó, la segunda y tercera semana comenzó a tener dificultades, y la cuarta ya estaba la gente de nuevo en la calle rebuscando y vendiendo para sobrevivir. “Aquí, las organizaciones que venimos trabajando en el barrio, entregamos algunos mercados, pero no damos abasto”. El objetivo es la solidaridad, la organización, la conciencia, no el asistencialismo. La campaña “Pueblo organizado vale por dos”, del Congreso de los Pueblos, organización de carácter nacional a la que pertenece Quinua, pretende ir más allá, estrechando el tejido entre el campo y la ciudad, articulándose con productores campesinos y comprándoles directamente a ellos. “La cuarentena nos obliga a repensar nuestros procesos comunitarios”, afirma Johan. “Hace poco llegaron 150 kilos de tilapia que entregamos a las familias acá en Bosa”.
De la colonia, Bosa conserva un centro arquitectónico neocolonial. Sin embargo, la iglesia nunca logró acabarse por el conflicto entre invasores y pueblo indígena. De la época precolombina, la localidad conserva las raíces originarias del pueblo muisca. Por sus calles caminan los neuta y los chiguasuque, apellidos muisca que representan una resistencia de tierras fértiles y vida rural. Hasta hace 8 años, esta localidad no fue formalizada como urbana. Era normal ver fincas de cebollas, repollo, espinacas,… Hoy Bosa se asienta en una tierra seca, maltratada por la desertización, transmutada en margen de uno de los países más desiguales del mundo. Donde crecían los repollos hoy crecen los edificios. En medio de ellos, todavía se realiza el reclutamiento irregular de jóvenes por parte de las fuerzas militares. Cuando los pobladores ven parado un camión militar, alertan de que se está haciendo una batida. Una práctica muy común en el pasado que todavía hoy realiza un Estado en guerra y guerrerista. “A veces se llevan a los chicos sin tener cumplidos los 18”, nos cuenta Camila, psicóloga comunitaria de un territorio con fuerte presencia paramilitar. Cuando le preguntamos qué significa eso, añade, “son grupos armados al margen de la ley, conocidos pero no regulados, cuya función principal es controlar el territorio”. Además, realizan lo que se conoce como limpieza social: el asesinato de drogodependientes, pero también de diversidades sexuales y liderazgos sociales. “Desde el proceso popular hemos denunciado estos hechos e iniciado procesos de reapropiación territorial, y hemos articulado foros de antimilitarismo para jóvenes”.