Jesús Valencia •  Opinión •  05/01/2021

Muchas gracias, Sr. Assange

El nombre de Julián Assange nos retrotrae al año 2003. La agresión imperialista a Irak era inminente y millones de personas nos lanzamos a las calles para denunciar la barbarie que se avecinaba; fue el mayor movimiento anti guerra que la humanidad haya conocido. Lamentablemente, nuestros temores se cumplieron. La invasión comenzó y las noticias que generaba se fueron incorporando a nuestra rutina diaria; otras preocupaciones y tareas absorbieron nuestra atención.

No la de todos. Julián Assange y un reducido grupo de activistas decidieron hacer un minucioso seguimiento del atropello desde la cara oculta del mismo. En 2006 crearon el espacio informativo Wikileaks y comenzaron a recoger las informaciones que buscaban. Recopilaron testimonios de soldados invasores que revelaban desde el anonimato los atropellos en los que habían participado; siguiendo otros senderos, consiguieron claves secretas y se adentraron en las entrañas del monstruo para conocer de primera mano los registros de sus escondidas canalladas. Trabajo meticuloso que conoció la luz cuatro años más tarde.

El 22 de octubre de 2010, Wikileaks ofreció al mundo el resultado de sus investigaciones: más de setecientos mil documentos clasificados. Informes de las barbaridades cometidas por el ejército de los EEUU en Afganistán e Irak entre 2004 y 2009. Gracias a este servicio conocimos miles de mensajes que el Departamento de Estado remitía a sus embajadas del mundo como si de agencias coloniales se tratara. Wikileaks nos descubrió las refinadas torturas aplicadas a las poblaciones resistentes; los suicidios de mujeres iraquíes inducidos por violaciones sistemáticas; el interminable listado de muertes, muchas de ellas complemente encubiertas hasta entonces; el asesinato impune de civiles desarmados a los que los invasores calificaban de insurgentes para eludir responsabilidades. Así pudimos contemplar aquel espeluznante vídeo que recogía la masacre provocada en un barrio de Bagdad: los copilotos de dos helicópteros masacraron a tranquilos viandantes previa autorización de su base de operaciones.

Aquellas revelaciones provocaron un intenso escalofrío en la población mundial y un vendaval de ira en los desenmascarados. Los primeros pudieron constatar que sus temores del 2003 eran fundados. Los imperialistas, pretendidos líderes democráticos, rezumaban fingimiento, crueldad e ira. Una vez desnudados y sin ninguna intención de rectificar sus hábitos, decidieron acabar con el mensajero: “si ha descubierto nuestros métodos, que los sufra en carne propia”. De esa forma se proponían dos objetivos: liquidar Wikileaks y advertir a los potenciales continuadores que quien juega con fuego, se puede quemar.

EEUU movió hilos para activar serviles alianzas y machacar a Assange. Al Reino Unido le solicitó la extradición de este; al Presidente ecuatoriano Moreno le envió una nota haciéndole saber que colaboraría económicamente con Quito, si su Gobierno “resolvía satisfactoriamente” el caso del australiano asilado en su Embajada de Londres. A Suecia le pidió que mantuviera abierta una denuncia contra Assange dando tiempo a formalizar las denuncias que estaban preparando contra él; una vez acumuladas 18 imputaciones, Suecia retiró la acusación contra el periodista acosado.

Son muchas las voces que se han levantado en todo el mundo a favor del promotor de Wikileaks: están en peligro su vida y la libertad de expresión. Somos muchas las personas que lo consideramos un héroe. Aunque la valoración más consistente de su trabajo es la que hace el propio Julián: “En esta historia he invertido toda mi vida adulta; es la historia que ha sido suprimida, ocultada para evitar que sea conocida. Esta historia no existiría si no se hace un gran esfuerzo para exponerla. Al revelar los hechos ocultos se ha podido reconstruir la historia de esos países y de esos pueblos. Al recolectar estos documentos hemos construido una gran biblioteca de la rebeldía”

Hace unos minutos, un tribunal del Reino Unido ha rechazado la extradición de Assange que Washington exigía. El puede respirar con cierta tranquilidad. La libertad de expresión, también.


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