Coordinación de Núcleos Comunistas (CNC) •  Opinión •  02/06/2023

El tiempo apremia… y nada tiene que ver con las próximas elecciones

El balance que le corresponde hacer a la clase obrera de las pasadas elecciones municipales, y autonómicas en algunos territorios, así como de la convocatoria anticipada de elecciones generales, nada tiene que ver con los histéricos análisis de quienes se rasgan las vestiduras por la debacle de “la izquierda”.

¿Qué esperaban? ¿Que mientras los gobiernos “progres” ejecutan disciplinadamente el programa del gran capital, y se hunden literalmente en la miseria las condiciones y, sobre todo, las expectativas de vida de la clase obrera y de amplios sectores del pueblo, esa misma gente les apoyara haciendo caso a su única propuesta: “votadnos, que si no viene VOX”?

Lo que ha sucedido ha sido lo previsible, si acaso de forma más rápida y más rotunda de lo que cabría esperar: la enésima sustitución del PSOE por el PP, el discreto avance de VOX y la liquidación del experimento Podemos. La efímera existencia de los “morados” ha durado el tiempo necesario para que la burguesía lo usara como canalización electoral de las movilizaciones populares que volcaban en la calle, en 2014, su indignación por los ataques con que los poderes fácticos pretendían “salir” de la crisis.

Es hora de constatar que, salvo diferencias en aspectos menores, todos los partidos institucionales obedecen disciplinadamente los mandatos de la gran burguesía, cuyos intereses representan la UE y la OTAN. Todas y cada una de sus políticas responden a las necesidades de un capitalismo en crisis agónica que intenta sobrevivir elevando insaciable la explotación de la clase obrera y apropiándose, como nunca antes, de los recursos públicos. Sus instrumentos son la concentración y centralización de capital en cada vez menos manos, la destrucción masiva de empleo, la aniquilación de pequeños y medianos agricultores y ganaderos a beneficio de las grandes multinacionales y la destrucción y privatización de los servicios públicos. Para justificarlo, no paran de crear “relatos” con diversos guiones como el cambio climático, el capitalismo verde, las pandemias o los gastos militares, que además les permiten seguir chupando como hienas de los fondos públicos.

La miseria, la inseguridad, la falta de futuro se extiendencomo un tsunami entre la clase obrera.

En la otra cara de la moneda, la de la realidad asfixiante de la inmensa mayoría de la población trabajadora, al paro y la precariedad se une la insoportable carestía de bienes de primera necesidad: los alimentos, la vivienda, la luz, el gas, la gasolina, es decir, de todo lo que es imprescindible para sobrevivir.

Unos pocos datos oficiales reflejan la punta del iceberg del desastre cotidiano que vive la clase obrera. Y la clase obrera somos todos, jóvenes, mayores, mujeres, inmigrantes, precarios o con “empleo estable”. Somos la enorme masa informe, que a veces toma conciencia de su inmenso poder; somos aquellos que, nacidos aquí o en cualquier otro sitio, dependemos totalmente de la venta de nuestra fuerza de trabajo, de forma que, si no logramos que nos la compren, nos espera la caída en la misma miseria de quienes ahogan su desesperación en el alcohol, los estupefacientes varios o los medicamentos. Ese es el drama cotidiano que se oculta detrás de todas estas cifras, que estalla en el silencio de los más de 4.000 suicidios anuales o que arraiga en los cerebros anestesiados por ansiolíticos y antidepresivos, intentando así calmar el sufrimiento insoportable de una vida sin sentido:

  • La mitad de la población, entre ellos dos millones y medio de trabajadores empleados no llega a fin de mes.
  • Medio millón de empleadas de hogar cobra menos del salario mínimo.
  • Las cifras oficiales de paro juvenil superan el 40%
  • De los dos millones doscientos mil trabajadores con empleo temporal, el 75% son mujeres.
  • Las pensiones no contributivas, de quienes no han llegado a cumplir los requisitos, 445.000 personas, son en promedio, de 412 euros. Las pensiones de las mujeres son un 22,3% inferior a las de los hombres.
  • La proporción de fijos discontinuos, que van a la calle cuando la empresa lo necesita, aumentó un 1000%.
  • Se incrementaron en un 400% los contratados “fijos” que no superaron el periodo de prueba.
  • La mayor parte de los trabajadores y trabajadoras de empresas subcontratadas en la supuesta sanidad pública cobra el salario mínimo, que según el INE no alcanza para cubrir el coste de la vida. Por ejemplo, el coste medio del alquiler de una vivienda en Madrid es de 780 euros mensuales.
  • Los salarios por convenio, que son la minoría, han aumentado un 2,8%, mientras el precio de los alimentos subió un 15,7% y el de alquileres e hipotecas, cerca del 20%.

¿Cuáles son las causas inmediatas del desastre que nos asola?

Una buena parte de las causas ha sido creada directamente por sus propias políticas. La inflación es el resultado del endeudamiento masivo y de la creación ficticia de dinero (12 billones de dólares/euros en los últimos 5 años), el alza de los precios de la energía como resultado de las sanciones a Rusia, o la destrucción de empresas causada por la paralización de la economía, sin justificación sanitaria alguna, con el pretexto del Covid.

Mención especial merece el espectacular incremento de los gastos militares. El gobierno “progresista” con el apoyo de todas las fuerzas políticas aprobó un aumento sin precedentes del presupuesto militar en un 25% para 2023, que ya se prevé aumentar de nuevo tras la Cumbre de la OTAN del próximo mes de julio. Todo ello para alimentar a los fascistas de Ucrania, en una guerra no declarada – todavía – de la OTAN contra Rusia. El resultado, ya anunciado por Borrell, será más recortes en los ya exangües servicios públicos.

La causa fundamental

El capitalismo es un vampiro insaciable que se nutre de nuestras vidas. Y no se trata sólo de que los salarios sean bajos. El sistema capitalista obliga a los trabajadores y trabajadoras a sacrificar la mejor parte de sus cualidades humanas para logar los “milagros” del progreso que sólo disfrutan algunos. Y la negación cotidiana de la esencia y la dignidad humana de las trabajadoras y los trabajadores, sobre la que se erige el capitalismo, es la causa fundamental del sufrimiento vital que se diagnostica como enfermedad mental y que se ahoga con medicamentos.

Además, ahora, el capitalismo agoniza en la crisis más profunda de su historia y, en consecuencia, su naturaleza depredadora se hace más cruel y criminal que nunca.

El epicentro de la crisis está en la UE, que en un harakiri solo comprensible por el puño de hierro del imperialismo – se está desindustrializando a pasos agigantados a beneficio de EE.UU, especialmente su “locomotora”, Alemania. El FMI prevé que la mitad de los países de la UE estén en recesión en 2023.

Como en otras crisis, la burguesía aprovecha para limpiar el mercado, y eso quiere decir destrucción masiva de empleo (un 40% al menos, calculan), miseria generalizada y guerra.

Su problema es cómo llevarlo a cabo manteniendo las riendas del poder; es decir, sin que una revolución obrera y popular acabe con su sistema criminal. La experiencia de la pandemia Covid muestra con claridad cómo piensan acometerlo. Se proponen construir un nuevo escenario de terror que nos paralice y destruya el pensamiento, para aplicar sin resistencia su capacidad de control social mediante los medios de comunicación, las leyes represivas – las actuales y las que preparan, como la Ley de Seguridad Nacional – y los aparatos del Estado a su servicio.

¿Elegiremos asistir impotentes a nuestra destrucción como seres humanos dignos y como clase obrera consciente o nos organizaremos para destruir este sistema criminal?

Ese es el dilema al que nos enfrentamos y nada tiene que ver con procesos electorales. En ese cenagal sólo conseguiremos confundir al pueblo y debilitar cada vez más nuestras fuerzas.

Ahora, cuando el capitalismo muestra su cara más feroz porque ya no le quedan máscaras del “bienestar” tras las que ocultarse, el dilema es: “o ellos o nosotros”, “o la muerte o la vida”

Nos han hecho creer que son todopoderosos y que nosotros, quienes hacemos posible cada día la reproducción de la vida, no somos nada.

¿Efectivamente es así?

¿O, precisamente, es la hora de la clase obrera, a quien tantas veces y con tan poderosos medios han querido matar?

La clase obrera francesa en los últimos tiempos nos ha mostrado cómo la lucha de clases, la unidad de los trabajadores, hombres, mujeres, jóvenes, inmigrantes, precarios y menos precarios, puede hacer imposible la acción del gobierno y cómo la solidaridad de clase engendra nuevas formas de organización.

Las revoluciones obreras triunfantes a lo largo de la historia, que justamente han surgido en situaciones de grandes crisis y en momentos de guerra, han mostrado lo que más teme la burguesía: que es posible destruir su poder y organizar la sociedad y la vida de otra manera, a la manera de los trabajadores. Su ejemplo nos muestra el camino, y sus aciertos y errores, la posibilidad de aprender y de abrir nuevas vías.

En nuestro país también hay luchas obreras importantes, aunque inconexas, y se están buscando nuevas formas de organización al margen del sindicalismo vendido a la patronal o al gobierno. El problema es su dispersión, que nos priva del aprendizaje que se obtiene en cada lucha, de la acumulación de fuerzas y, sobre todo, la falta de objetivos políticos al menos entre los sectores más conscientes.

Nadie dijo que fuera fácil, pero para los y las más conscientes de entre nosotros no cabe la opción de esperar pasivamente lo que se avecina.

El futuro que nos preparan es de destrucción y muerte. La esperanza está en la organización, concienzuda y tenaz, y en la lucha.

El ejemplo de generaciones anteriores de hombres y mujeres combatientes, nos da la fuerza necesaria y nos muestra el camino. Nosotros tendremos que construir el nuestro, aquí y ahora. El tiempo, nuestro tiempo, apremia.


Opinión /