Arturo Borges Álamo •  Hojas de Debate •  Memoria Histórica •  03/05/2025

Auschwitz 80 aniversario: conmemoración sin los libertadores

  • A la conmemoración central, en el recinto de lo que fue ese siniestro complejo industrial del crimen a gran escala, no fue invitada la Federación Rusa, expresamente excluida por las autoridades polacas.
Auschwitz 80 aniversario: conmemoración sin los libertadores

El pasado día 27 de enero se cumplieron 80 años de la liberación por el Ejército Rojo del campo de exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau. Desde su establecimiento como campo de prisioneros, en 1940, hasta su liberación por los soviéticos, el 27 de enero de 1945, fueron asesinadas en ese lugar no menos de 1.100.000, personas. La mayoría de ellas eran judías. Otras eran de etnia gitana, polacas, soviéticas y de otros países y nacionalidades. Como viene ocurriendo desde 2022, a la conmemoración central, en el recinto de lo que fue ese siniestro complejo industrial del crimen a gran escala, no fue invitada la Federación Rusa, expresamente excluida por las autoridades polacas.

¿Quién liberó el campo y quiénes se nos presentan ahora como excluyentes albaceas de “la memoria” de lo que ese y otros lugares del oprobio y el sistema que los engendró significan? Hace 80 años, la 100ª División del 60º Ejército Rojo, con base en Vorónezh (suroeste de Rusia) tomó Auschwitz y liberó a los 7.000 supervivientes que allí permanecían. Sesenta y seis soldados soviéticos perdieron la vida en los combates.

“El guerrillero en su tierra y el yanqui en el cinemá…”.

Cerca de 60 delegaciones internacionales participaron en la reciente conmemoración de Polonia. Entre ellas varios presidentes y monarcas europeos, incluidos los reyes de España. No faltaron los mandatarios de Alemania e Italia, las potencias del Eje nazi-fascista. También estuvieron presentes delegaciones invitadas de los estados bálticos y del Este de Europa, donde, desde hace décadas, ha habido un borrado sistemático de huellas que rendían homenaje a los libertadores, acompañado de numerosas celebraciones como héroes nacionales de connotados colaboradores del ocupante nazi y de las masacres.

Muy naturalmente, tampoco se perdió la ceremonia el presidente ucranio Volodímir Zelenski. Los medios recordaron que “varios miembros de su familia, de origen judío, fueron asesinados en el Holocausto durante la ocupación alemana de Ucrania”. Nada dijeron, en cambio, de la muy activa contribución de fuerzas declaradamente neonazis en el golpe de Estado de 2014, apoyado por EE.UU. y sus aliados, contra el entonces presidente de Ucrania, Viktor Yanukóvich, y sobre la influencia de estos sectores en la estructura de los aparatos militar y de seguridad del actual régimen de Kiev. Ninguna referencia, tampoco, a la rehabilitación consagrada de muy significados cómplices en los que se apoyó el invasor nazi en Ucrania.

“Los polacos –dijo el presidente del país anfitrión, Andrejz Duda– son los guardianes de la memoria”. Nada dijo de las violentas contradicciones de esa memoria. Algunas secuencias del documental Shoah (del cineasta francés Claude Lanzmann, 1985) proporcionaron testimonios impactantes de ello en Polonia, que, dicho sea en honor a la verdad, no ostenta ninguna exclusiva a este respecto. Ni mucho menos. En 2018, el ejecutivo polaco promulgó una ley que sanciona “la imputación mentirosa de crímenes contra la humanidad a la nación o al Estado polaco”. Prohibido hablar de la colaboración con el nazismo: el “Instituto de la memoria nacional” vigila [1].

Que el contexto de auge de la extrema derecha fuera suscitado en discursos políticos y relatos mediáticos no llevó, sin embargo, a nadie a la indelicadeza de concretarlo, por ejemplo, en casos como el de su acceso a la jefatura del gobierno italiano, dado por convenientemente blanqueado. Por otro lado, se deduce de las crónicas que cualquier mención, siquiera de pasada, a la realidad actual de otros crímenes contra la Humanidad estaba totalmente descartada.

El gobierno de Israel estuvo representado en la ceremonia por su ministro de Educación. El ejecutivo polaco, que desde finales de 2023 encabeza el europeísta Donald Tusk, “garantizó” previamente que no se detendría al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, sobre quien pesa una orden de arresto del Tribunal Penal Internacional (TPI) por su responsabilidad en presuntos crímenes de guerra y genocidio contra la población palestina de la franja de Gaza, ni a ningún otro alto cargo israelí que acudiera a la celebración. El líder de la CDU y próximo canciller alemán, Friedrich Merz, no tardó en asegurar que encontrará el modo de ofrecer las mismas garantías a Netanyahu si viajara a Alemania (Cadena SER, “Hoy por hoy”, 25/02/2025). Lo que, al parecer, no atraganta a quienes invocan “nuestros valores” para reclamar un impulso más y más fuerte del gasto militar en los países europeos contra el enemigo ruso. Con estos antecedentes, el recibimiento en la UE, a principios de abril, por el primer ministro húngaro, Orbán, de un Netanyahu a sus anchas era la crónica de un hecho anunciado. Por mucho que hubiera quienes parecían no saberlo (o hacer como que no lo supieran). [2]

Hay valores y valores. Depende de quién se trate. El pasado 24 de febrero, otro día de aniversario, el tercero desde el inicio de la “operación militar especial” rusa en Ucrania, una representación de la UE encabezada por la presidenta de la Comisión, de la que formaban parte mandatarios de varios países europeos, entre los cuales Pedro Sánchez, acudió a Kiev para escenificar y reafirmar su respaldo, de hecho, a la “guerra con una nueva inyección monetaria al esfuerzo bélico” ucranio: [3] el presidente del Gobierno español anunció “un nuevo paquete de ayuda militar por mil millones de euros” en 2025. La “defensa del Derecho Internacional” no decae nunca. ¿Nunca?

Ese mismo 24 de febrero, el ministro de Asuntos Exteriores de Israel se reunía en Bruselas con la vicepresidenta de la Comisión Europea y alta representante para su Política Exterior y los ministros de Exteriores de los 27 Estados miembros, en el marco del Consejo de Asociación entre ambas partes. De la reunión salió una declaración conjunta “que reitera la defensa de la solución de los dos estados” (prevista desde la resolución de la ONU sobre la partición de Palestina, el 29 de noviembre de… 1947, y de nuevo en los acuerdos de 1993…, con el “efecto práctico” que sabemos). Ni críticas ni sanciones al Estado de Israel por sus crímenes masivos contra la población palestina. En la rueda de prensa final, la estonia Kaja Kallas, sucesora de Josep Borrell, “hizo llamadas a que todas las partes respeten el derecho internacional [y] mostró preocupación por lo ‘ocurrido’ en Cisjordania…”, dejando claro (por si cabían dudas) que “el Estado de Israel puede contar con el apoyo total de la UE”. De la petición que un año atrás hicieron España e Irlanda para que se revisaran los acuerdos comerciales con Israel, “por sus vulneraciones de derechos humanos en Palestina”, no hubo nada.

La declaración pactada por los 27 se limitó a incluir una mención genérica del artículo 2 del Tratado de la UE (“se fundamenta en los valores de respeto de la dignidad humana […], respeto de los derechos humanos”, etc.). Un “logro”, según destacó el ministro español Albares. Los “valores” por delante, pero modulados a la carta. El contraste con las medidas de la UE contra la Federación Rusa y con su multimillonario apoyo guerrero a Ucrania sigue siendo meridiano… y la traducción concreta de esta clase de gestos es, huelga decirlo, pura quimera. Que el gobierno español se haya sumado a mediados del año pasado a la demanda sudafricana contra Israel ante la Corte Penal Internacional no parece haber interrumpido el tránsito de material de guerra entre España e Israel.

“Crímenes de guerra” y “contra la Humanidad”, “genocidio”. Palabras y conceptos no solo plantean una problemática de expertos. Nombrar los hechos importa. En el año y medio escaso transcurrido después de los mortíferos ataques palestinos del 7 de octubre de 2023, hasta el final de febrero de 2025, cerca de 50.000 muertos palestinos (superados con el recrudecimiento de las masacres desde el 18 de marzo), sin contar los desaparecidos, en su mayoría niños y mujeres; más de 100.000 mutilados y heridos; más del 80% de las viviendas de la Franja de Gaza destruidas por los bombardeos del ejército israelí; destrucción sistemática de hospitales y centros sanitarios, de colegios y universidades, de lugares de culto, de infraestructuras básicas (agua, saneamiento, electricidad…); bloqueo implacable de entradas de suministros (alimentos, medicinas) para provocar hambruna, enfermedades y más muertes…

Crímenes generalizados y castigos colectivos. ¿Cómo hay que designar lo que resulta en aniquilación de decenas de miles de vidas humanas y en una destrucción metódica que busca hacer imposible la supervivencia de una población en su territorio? ¿Quién, que no esté cegado por el prejuicio y el odio, puede sinceramente ver en estos hechos un ejercicio por parte de Israel de “su derecho a defenderse”? “Contra los terroristas”, volvió a proclamar el ministro israelí en la reunión de Bruselas.

El historiador israelí Ilan Pappé consagró un estudio de referencia a “explorar tanto los mecanismos de la limpieza étnica de 1948, como el sistema cognitivo que permitió al mundo olvidar (y a los perpetradores negar) el crimen que el movimiento sionista cometió contra el pueblo palestino” [4]. En marzo de 1948, apenas unos meses después de que la ONU aprobara la partición de la Palestina que estaba bajo Mandato británico (1922-1948), los dirigentes sionistas ultimaron y ordenaron un programa de “ocupación, destrucción y expulsión” que fue aplicado en la mayor parte de ese territorio. Las masacres repetidas fueron un instrumento del plan y una de sus consecuencias. Para Ilan Pappé, este plan “fue al mismo tiempo el producto inevitable de la ideología sionista, que abogaba por un Estado exclusivamente judío en Palestina, y una respuesta a los acontecimientos que ocurrieron sobre el terreno” (pág. 11). En seis meses, “se había desarraigado a más de la mitad de la población nativa de Palestina (cerca de ochocientas mil personas), destruido 531 aldeas y vaciado once barrios urbanos”.

¡Las atrocidades contra la población palestina no esperaron a los ataques del 7 de octubre de 2023!El análisis sirve aquí para oponerse a la tergiversación, recordando la realidad de los hechos y de su origen, no para justificarlos.

Tampoco la limpieza étnica contra el pueblo palestino empezaría con la “Riviera” medio-oriental, despojada de sus más de dos millones de pobladores, promocionada por el presidente Trump. Muy al contrario, se trata de una realidad prolongada, ininterrumpida desde hace más de tres cuartos de siglo. La repetición y la gravedad creciente de agresiones y matanzas, hasta el actual paroxismo de las cometidas por Israel en Gaza y que extiende cada vez más intensamente a la Cisjordania ocupada, son una demostración incuestionable de la voluntad de permanencia del pueblo palestino en su territorio, de su extraordinaria resistencia, al mismo tiempo que del fracaso del colonialismo sionista en sus intentos por doblegarla. Lo que no significa que los macabros anuncios “inmobiliarios” de Trump (que en la ceremonia conmemorativa de Auschwitz estuvo representado por su enviado especial para Oriente Medio), alimentando las ilusiones totalitarias, más violentas y expansivas de sus protegidos (Palestina, Líbano, Siria…), no ahonden en una dirección cuyos efectos parecen ya sobradamente probados: muertes, dolor y siembra de odios muy duraderos. Sin paz ni seguridad, y no únicamente para el Medio y el Próximo Oriente.

Hoy por hoy, los hechos subrayan la razón que asistía a Ilan Pappé cuando afirmaba que no hay más horizonte posible que la catástrofe si no se reconoce a los palestinos “como víctimas de un mal persistente, que Israel les inflige de forma consciente”. Y un paso así “por parte de los judíos israelíes socavaría, como es lógico, su propio estatus de víctimas”. Equivaldría a aceptar que «se han convertido en la imagen especular de su peor pesadilla” (pág. 322). Algo trágicamente inimaginable ahora y, sin embargo, a la vez, sin ninguna alternativa perceptible que no abunde en el apocalipsis.

La frase de Pappé subrayada implica, por tanto, la cuestión del genocidio en más de una dirección. La condición de “víctimas de la historia”, como la de victimarios (genocidas), no forma parte de la esencia exclusiva e inmutable de un pueblo o un grupo (de carácter religioso, étnico u otro). No cabe duda: el régimen sionista es el victimario, que aplica, de manera deliberada, persistente y ahora extrema, su violencia a borrar al pueblo palestino de la faz de su tierra. Se ha escrito que “la cuestión de saber si esta carnicería constituye un genocidio no [solo] tiene que ver con los actos, sino con las intenciones”. [5] El objetivo perseguido por los dirigentes de Israel está claro. No excluye el genocidio como instrumento e implica su posibilidad y su realidad en curso. La población palestina en su conjunto, hoy de la manera más violenta en la Franja de Gaza, es su víctima.

Colateralmente, otra víctima del trato infligido por Israel al pueblo palestino es la memoria de los millones de víctimas del Holocausto cometido por la Alemania nazi y sus cómplices en muchos países europeos. Pierre Vidal-Naquet (1930-2006), fue un gran especialista francés de la Grecia Antigua y un combatiente incansable por la memoria: la de los crímenes del nazismo y de sus colaboradores en Francia, y la de los crímenes del colonialismo francés en Argelia. Su propia vida quedó imborrablemente marcada por la detención, deportación y asesinato de sus padres en Auschwitz, cuando él tenía 14 años. Lo que no le libró, como él mismo explicó [6], de tener que “acostumbrarse” a que le tildaran de “judío antisemita”, por sus críticas y denuncias de las guerras de ocupación del Estado de Israel, la colonización del territorio palestino y el apartheid impuesto a sus habitantes. Su reacción contra exponentes del revisionismo historiográfico le enfrentó a los propósitos de quienes calificó como “asesinos de la memoria”. [7]

Por su parte, Ilan Pappé (págs. 219-220) emplea el término “memoricidio” al referirse a la destrucción programada por los dirigentes sionistas de toda huella, material o inmaterial, de presencia de poblamiento autóctono en los territorios “despejados” por sus armas. Los crímenes contra la población palestina devuelven a la sociedad que los comete, apoya o (pese a su evidencia) ignora, una imagen cada vez más próxima de la que se prohíbe a sí misma ver. Combinados con la explotación que sus gobernantes hacen de ésta, “su peor pesadilla”, como (obscena) justificación, contribuyen, como si se tratara de un boomerang, a una banalización de los crímenes del nazismo y, por ello mismo, atacan, también,a la memoria de sus víctimas. De este modo, la banalización del genocidio resulta útil, de hecho, a relatos que refuerzan otros “asesinatos de la memoria”. “¡No en nuestro nombre!” han proclamado supervivientes del Holocausto y familiares de sus víctimas, contra la barbarie de los crímenes sionistas. Difícilmente se puede expresar mejor una conciencia del vínculo que hay entre esta barbarie y el “memoricidio” que ellos y sus familias sufrieron. Sin perjuicio de la co-incidencia o combinación, digamos ni general ni rara, como factores de esta destrucción de memoria, de aquel vínculo, de un lado, y, de otro, los reflejos culturales (conscientes o inconscientes) de viejos antisemitismos de variado signo (aunque, algunos, con orígenes, en parte, difusamente comunes) y desigualmente latentes o despiertos, según lugares, medios sociales, ámbitos culturales y momentos.

Para cambiar el idioma del subtítulo del video vaya a configuración y luego a subtítulo en donde encontrará el idioma en el que desee leer.

Podría apuntarse, como otra dimensión (indirecta) de la tragedia que el Estado de Israel produce a los palestinos, su potencialidad como laboratorio y de proyección en nuevas carnicerías masivas, en otras áreas o regiones, en solapamiento con otros conflictos. Las posibilidades no escasean en una atmósfera cargada por la naturalización de la guerra, especialmente en Europa, con las más altas instancias de la UE, la OTAN y casi todos los gobiernos europeos abonados a una creciente militarización de sus discursos y sus gastos, y al fomento entre la población, con el apoyo unánime de los grandes medios de comunicación, de una mentalidad de guerra. Sin pararse en sutilezas en su campaña para potenciarla infundiendo el miedo en la población, incluido el disparatado “kit de supervivencia” promocionado por los jefes de la burocracia europea. Esta tendencia no arranca de ayer, sino, como mínimo, de los primeros años de la segunda década del siglo actual. Se hizo más manifiesta a partir del último cuatrimestre de 2021, cuando los dirigentes rusos seguían insistiendo ante Occidente para encontrar una solución diplomática sobre Ucrania, que evitara que el conflicto que, desde 2013-2014, había ido acumulando miles de muertes, se convirtiera en guerra generalizada. La última propuesta de la Federación Rusa fue remitida directamente a los responsables de Estados Unidos el 15 de diciembre de 2021. Los medios occidentales no se prodigaron en informar de sus términos. La respuesta estadounidense, un rechazo abrupto, no llegó hasta mes y medio después.

¿Carecen de razones quienes, en el mismo Occidente, como John Mearsheimer, uno de los más influyentes politólogos norteamericanos de las últimas décadas, sostienen sin ambages que la “invasión [rusa del este de Ucrania, a partir del 24 de febrero de 2022] ha sido incontestablemente provocada por Estados Unidos y sus aliados europeos”? [8]

Desde el mismo 24 de febrero de 2022 en adelante, el ardor guerrero de la presidenta de la Comisión Europea, sus altos representantes para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad (primero Borrell y después Kallas) y gobernantes europeos no ha parado de subir de tono: material de guerra cada vez más poderoso, ayuda financiera y logística para Ucrania, formación y entrenamiento de sus militares. En realidad, una guerra por poderes. Contra el enemigo ruso. Al menos, por ahora. Y un empeño constante, omnipresente en los grandes medios, de difundir entre la población la idea de una guerra a gran escala que nos afectará directamente en un horizonte temporal próximo. Un destino al que estaríamos abocados fatal e inevitablemente, y que el secretario de la Alianza Atlántica repite que tenemos que afrontar consintiendo urgentemente un crecimiento desbocado del gasto militar… y sacrificios muy sensibles para una gran parte de la población. Hace tres años, la OTAN marcó un incremento hasta el umbral del 2% del Producto Interior Bruto de cada país. Desde hace unos meses ya es el 3, el 4 o el 5%: multiplicar su importe actual por 2, por 3, por 4 o…

El actual secretario general de la OTAN, Rutte, lo expresó sin tapujos: sacrificios en pensiones y otros derechos y servicios sociales para atender mayores gastos de guerra. Sacrificios “pequeños”, dijo, para aliviarnos.

Como las fechas cuentan, conviene destacar que estos propósitos fueron expuestos por primera vez más de un mes antes de la toma de posesión de Trump como presidente. [9] Dos meses antes de su agitado encuentro televisado con Zelenski, en compañía del flamante vicepresidente Vance… Una reunión que, como se sabe, desde comienzos de marzo, ha servido de motivo (o de pretexto) para disparar hasta el frenesí los reflejos bélicos de los dirigentes europeos: Macron, Starmer (dado por absuelto del pecado capital colectivo de brexit), von der Leyen y seguidores (entre ellos el presidente Sánchez). Rearme a toda marcha es la consigna, y… tropas europeas “sobre el terreno”.

No abandonarán a Ucrania. Sin reparar en medios ni, por lo visto, en posibles consecuencias. Con Palestina… es distinto. Es por “nuestra seguridad” y la “defensa de nuestros valores”, según el coro constante de marciales acompañantes.    

¿De verdad se conjuran los peligros prolongando y reforzando la implicación europea en la guerra contra Rusia, como pretende el coro de belicosos “defensores de valores” europeos? La experiencia dice que lo contrario es mucho más cierto. Por desgracia.

Notas
1 Benoît Bréville, “L’histoire face aux manipulateurs”, Le Monde diplomatique, octubre 2024.
2 Recientemente, en la conmemoración del 80º aniversario de la liberación de otro de los campos del horror nazi, en Buchenwald, han vuelto a evidenciarse los manejos de baja política que se han enseñoreado de estas representaciones. Resulta muy ilustrativo comparar los montajes actuales con el tratamiento que daba la extinta República Democrática Alemana a la memoria sobre la significación del nazismo y sobre sus crímenes.
3 Público 24/02/2025, “La UE enviará más armas a Ucrania al tiempo que pide la paz y acusa a EEUU de plegarse ante Rusia”.
4 La limpieza étnica de Palestina, Barcelona, Crítica, 2008; 1ª edición en inglés, de 2006.
5 Elat Lapidot, “Autant en emporte le vent jaune”, Le Monde diplomatique, diciembre 2024.
6 Pierre Vidal-Naquet, Mémoires, 2 vols., París, La Découverte, 1995 y 1998; t. 2, pág. 266.
7 Pierre Vidal-Naquet, Les assassins de la mémoire, París, La Découverte, 1991; asimismo: Le trait empoisonné. Réflexions sur l’affaire Jean Moulin, París, La Découverte, 1993.
8 John Mersheimer, “Pourquoi les grandes puissances se font la guerre?”, Le Monde diplomatique, agosto 2023.
9 Reiterados el 13 de enero, en Bruselas, ante los ministros de Defensa de los países miembros de la OTAN: Frédéric Lebaron y Pierre Rimbert, “L’Europe martiale, une bombe antisociale”, Le Monde diplomatique, marzo 2025.


Auschwitz /