Agencia Andina •  Sergio Llerena Caballero / Sputnik •  Internacional •  18/07/2020

Pobreza y castigo en Ticlio Chico, la zona marginal más fría de Lima

Ticlio Chico, una barriada situada en Villa María del Triunfo, una de las zonas más pobres de la capital peruana, alberga a miles de personas sin acceso a recursos básicos como agua, mientras es golpeada por las frías temperaturas de montaña en pleno invierno.

Pobreza y castigo en Ticlio Chico, la zona marginal más fría de Lima

El cielo de Lima es mentiroso. Gris y con nubes gordas, pareciera estar siempre listo para soltar una lluvia fresca que arrastre el tizne que cubre las personas y las cosas. La lluvia nunca llega, desde luego, y para algunos desafortunados, la ciudad guarda su agua sólo para entregar a cambio castigo.

Esto lo saben los pobladores de Ticlio Chico, una zona ubicada en los cerros altos del distrito pobre de Villa María del Triunfo, al sur de la capital peruana. Para ellos, miles de familias agrupadas en 14 asentamientos humanos, el cielo es cruel: no les da el agua que necesitan al igual que la electricidad, pero les ofrece una humedad en el aire de 100 por ciento que, inútilmente, tratan que no se cuele dentro de las casas, dentro de los cuerpos.

Virus más frío

La Carretera Central es la vía que atraviesa los Andes desde las costas de Lima, y su punto más alto y frío (4.818 metros sobre el nivel del mar) lleva el nombre de Ticlio. Por eso, los limeños bautizaron como una versión pequeña de esa abra a la que es la zona con la temperatura más baja de la ciudad: 9 grados centígrados en invierno y sensación térmica de 5. «El frío llegó en julio y la neblina, a la hora de caminar, te produce dolores hasta los huesos porque es bien helado acá. El frío ya no te hiela sino que te duele», dice a esta agencia Edith Paricahua, mujer de 45 años y que vive en El Pedregal, uno de los asentamientos humanos más altos entre los que integran Ticlio Chico.

Paricahua tiene un terreno cercado con tablas viejas donde da refugio a perros abandonados. Al lado ha levantado una pequeña casa con maderas vencidas, algunas con huecos cubiertos con plástico y calamina en el techo. Vive sola, no tuvo hijos, y antes de la pandemia poseía un pequeño negocio de alquiler de cabinas de Internet en la parte baja de la ciudad. «La cuarentena me agarró acá y ya no quise bajar porque tenía que cuidar a mis animales», dice. Era marzo entonces y la mujer enfermó al poco tiempo de covid-19. A pesar de los dolores y el ahogamiento, se rehusó a ir a los hospitales de las zonas urbanas. «Me curé con ibuprofeno y paracetamol que conseguí, y con hervidos de kion (jengibre), ajo y eucalipto. En los hospitales más te enferman de lo que te curan», afirma.

Con el tiempo transcurriendo y la gente metida en sus casas, la vida comenzó a ponerse más difícil no sólo por no poder trabajar en una ciudad confinada, sino porque el cambio de estación anunciaba la llegada julio y agosto, los meses más fríos y donde la espesa neblina impide ver qué hay más allá de 10 metros.

Respirando agua

Con la pandemia merodeando, Paricahua relata que con otras vecinas de El Pedregal optaron por armar ollas comunes para darle de comer a la gente que, en muchos casos, llegaba con síntomas evidentes del nuevo virus, lo que es demasiado castigo para una población que, en tiempos normales, ya tenía que luchar contra problemas respiratorios graves derivados del hecho de estar, prácticamente, respirando agua las 24 horas.

En El Pedregal se calcula que hay casi 200 casas, ninguna tiene sistema de agua potable, la cual tienen que comprar a camiones cisternas a 20 soles (5,7 dólares) por 1.000 litros, que es lo que cabe en los depósitos que con esfuerzo han comprado. Se cocina a leña y sólo 3 viviendas tienen luz (electricidad), una de ellas es la de Paricahua.

«Jalamos luz de casi 10 cuadras, de una vecina (de otro asentamiento) que tiene y ella nos la vende a 100 soles (28,5 dólares) al mes. Tres familias nomás tenemos porque la vecina no puede venderle a más porque si no se le malogra su luz. El cableado para que llegue la luz es de casi mil metros y eso hay que pagarlo también», explica la mujer.

Como suelen decir los limeños, Ticlio Chico es de esos lugares que quedan «allí donde la vida no vale nada, a la derecha», una frase cruel aunque honesta, pues refleja el abandono completo del Estado y la violencia de un lugar donde la autogestión es la única herramienta para mantener civilizada la convivencia.

Por el momento, llegan algunas donaciones de comida y abrigo, pero si algo hay de fatal en este 2020 para la gente de esa zona es la presencia de dos enemigos simultáneos: el ya conocido del frío húmedo, y el nuevo del virus, ambos letales, microscópicos e invisibles entre la espesa niebla que cubre estos cerros de Lima, todos los días, sin tregua posible.


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