Kepa Arbizu •  Cultura •  10/02/2021

“22 de julio”: Las ascuas, el fuego y las cenizas

A través de media docena de capítulos, esta serie escrita por Sara Johnsen y Pål Sletaune aborda el atentado perpetrado en Oslo y en la isla de Utøya en el 2011 desde una original óptica, valiéndose de múltiples puntos de vista con los que abarcar desde el antes al después del traumático hecho.

“22 de julio”: Las ascuas, el fuego y las cenizas

Probablemente no resulte ni lo más académico ni recomendable definir una obra por aquello que no es, pero en este caso, tanto para posibles espectadores como para cualquier interesado en general, es bueno advertir sobre lo que no se van a encontrar en esta miniserie noruega titulada “22 de julio”. Y es que aunque comparta temática con cintas como “Utoya. 22 de julio” y “22 de julio”, realizadas por Erik Poppe y Paul Greengrass respectivamente, mientras que estas dos realizaciones aplicaban el zoom para centrarse con detenimiento en la barbarie perpetrada, la opción escogida en esta ocasión supone el camino casi adverso, es decir, alejarse del epicentro dramático, en tiempo y espacio, para aplicar un enfoque más panorámico con el fin de obtener una radiografía del escenario global anterior y posterior a la dramática acción, contando de hecho con una reducida presencia -en cuanto a metraje- las imágenes centradas en el propio atentado.

No hay mejor ejemplo para descifrar la idiosincrasia de este trabajo que disfrutar del visionado del primer capítulo, mucho más cercano en su planteamiento a lo que pueden ofrecer films rodados por Ken Loach o Robert Guédiguian que a cualquier otra propuesta. Una decisión conceptual que más allá de la originalidad evidente que aporta al punto de vista desarrollado, destaca por la capacidad que le otorga para abrir un extenso ramillete de reflexiones más allá de las estrictamente ligadas a la matanza. Así, como si de una telaraña de historias entrelazadas se tratase, las más intimistas o individuales acabarán directamente relacionas con aquellas poseedoras de un sentido colectivo o social, demostrando que los hechos nunca suceden de manera aislada, y que por el contrario siempre cuentan con un contexto a su alrededor que de una u otra forma los define.

Destaca en la construcción de ese conglomerado de historias el -perfectamente tejido- juego de espejos con el que son elaboradas las líneas argumentales, encontrando siempre cada una de ellas su reflejo en otra, dando como resultado definitivo un mapa complejo en el que queda planteado algo parecido a un examen del estado de la nación noruega, tildada en un irónico subtítulo introductorio como el mejor país del planeta, una afirmación que minuto a minutó se irá desvaneciendo. El desfile desde el primer instante de toda una serie de tramas que señalan hacia el desmantelamiento o despreocupación del sector público, ya sea el sanitario, educativo, social o de seguridad; la instauración de un racismo sociológico o la paulatina aparición del pensamiento de extrema derecha , nos aboca a un escenario nada idílico y que evidenciará las fallas de un sistema que se harán más ostensibles en función de las necesidades generadas en diversos ámbitos tras los brutales atentados.

La utilización de un pulso narrativo formal sobrio y elegante, pese a lo que podría inducir una temática como ésta, no solo repercute manifestándose enemigo de cualquier vacía espectacularidad o ejercicio morboso, apartando de hecho de la pantalla tanto el momento concreto de la matanza como al ejecutor de la misma (solo enfocado de refilón y a través de imágenes de archivo), sino en la exposición de unas consideraciones que huyen de los dogmatismos y las respuestas taxativas, prefiriendo plantear interrogantes, algunos realmente incómodos, al espectador. Una determinación que por otro lado para nada es sinónimo de ambigüedad respecto al componente ideológico que se encuentra tras los atentados, centrándose a ese respecto, eso sí, no tanto en la figura del propio asesino, al que someterá a un controvertido pero desafiante enfoque psicológico, como en la de un “exitoso” bloguero -y su agrupación- que emite sin restricción ninguna todo tipo de ideas racistas, nacionalistas y ultraconservadoras. Un elemento que nos enfrenta a esa siempre trémula y problemática frontera que delimita la libertad de expresión, controversia a la que también está sujeta la labor periodística, obligada éticamente a buscar la verdad a pesar de que eso pueda suponer hacer más lacerantes las heridas o de los obstáculos que encuentre en la realización de dicha tarea.

“22 de julio” innegablemente transcurre entorno a los asesinatos perpetrados en Oslo y en la isla de Utøya , durante un campamento de verano organizado por el Partido Laborista, pero por encima de todo es un acercamiento y una honda reflexión sobre la relación existente entre individuo y Estado, y especialmente el comportamiento que este segundo ofrece a la hora de convertirse en salvaguarda de sus ciudadanos, a la postre fin último y esencial de su existencia. Aceptando, por inevitable, que los errores humanos suceden, tal y como sentencia muy atinadamente uno de los personajes, es entonces cuando verdaderamente se necesita un sistema (social) fuerte que sea capaz de reparar ese fallo y evitar que sus consecuencias recaigan sobre los individuos. Llegados hasta este punto se entiende que el único antídoto real para minimizar la aparición de “monstruos” como el que da origen a esta magnífica serie es una sociedad justa y que preste especial atención a aquellos que más la requieran, de lo contrario, son esos aparentes pequeños déficits los que en un momento dado permitirán que el fuego se vuelva incontrolado, y entonces ya será demasiado tarde.