Al-Hakam Morilla Rodríguez •  Opinión •  26/03/2018

Rebelión en Córdoba

«La rebeldía es la virtud original del hombre». Arthur Schopenhauer.
 
Al contrario que cierto ‘neoandalucismo’ rojipardo, patético epígono de la oligarquía sevillita del marquesito Rojas Marcos, por la derecha; y de ciertos dudosos émulos del cura Diamantino en busca de ‘la palma del martirio’ redimiendo almas obreristas en pena, por la ‘izquierda’… al revés de ellos, que pueden elegir o plegarse acorde a la coyuntura a los objetivos de los invasores castellanistas, los colonizados andalusíes, racializados por la reacción, no podemos ser ‘españoles’ ni siquiera en traje de camuflaje, como los palestinos nunca serán ‘israelíes’ ni a los catalanistas les resulta posible comulgar con las ruedas de molino del centralismo.
 
La prueba de ello consiste en la selección o manipulación de sucesos históricos en función de que complazcan a la rancia axiología curial, o a la estrecha visión del mundo nacionalcatolicista rojipardo, vigente en los libros de texto para escolares. El gran medievalista de la Universidad de Sevilla Emilio González Ferrín afirma que la ‘historia’ que conocemos debería denominarse en puridad ‘Hª eclesiástica de España’, dada la tendenciosa animosidad antisemita y andalusófoba con alzacuello de los infatigables depredadores de inmuebles de ancianas viudas sin hijos. 
 
Al igual que las tiranías de los nazis y estalinistas suprimían en su ‘historia’ oficial los eventos que no les interesaban, o sesgaban sus interpretaciones a capricho, podemos comprobar en un día como hoy, mientras se escriben estas líneas, la completa omisión en todos los medios de unos acontecimientos que tuvieron la capacidad de modificar el curso de la Historia del Mediterráneo. Nos referimos a la llamada ‘Revuelta del Arrabal’, que tuvo lugar en Córdoba un veinticinco de marzo hace exactamente 1200 años. No existe por el Legado Andalusí vivo ni el menor interés para su promoción, y sí chorrean las babas por el visigodo o el romano para los gerifaltes que nos malgobiernan; ergo no esperéis de nosotros más que una oposición creciente a sus injusticias, de mucho peor grosero estilo contra Al-Andalusía, generación tras generación, de las que sufren los independentistas catalanes.
 
Se podrá interpretar la letra de las leyes torticeramente, en contra del criterio de expertos jurisperitos, pero no se pueden atribuir cacareadas ‘rebelión’ y ‘sedición’ cuando no se ha producido alzamiento armado alguno, o se ha ejercido violencia física en favor de la reivindicación que fuere. La desobediencia civil, que fue ejercida por Gandhi o Mandela,  entre otros, nada tiene que ver con los extremos hiperbolizados anteriores, obedeciendo quizá a espurios motivos de sectarismo o partidismo en la judicatura, ya señalados por Jueces para la Democracia.
 
Para ilustrar lo aseverado podemos remitirnos a una rebelión de verdad, la que un cordobés excepcional de nuestros días, Manuel Harazem, ha analizado en su gran ensayo indispensable La odisea de los rabadíes. Ha debido autoeditarlo en Amazon a su pesar. Ni que decir tiene que todas las editoriales han declinado su publicación. Pero seguro que nada tiene que ver con que el autor ha sido ‘anatemizado’ en la clasista y clericalizada sociedad cordobesa, y tal vez los posibles editores se bajen los pantalones jiñados, por ser un reconocido activista adverso a la incautación de la Mezquita de Córdoba por los rapaces tentáculos del Estado extranjero vaticano: ‘el mayor pelotazo inmobiliario de la historia de la humanidad’ (teólogo Tamayo dixit. Hacedles pagar con creces este salvajismo ocupa de ese hediondo estado romano fundado por Mussolini… ¡en Latinoamérica y en todo el orbe!; ¡apoyad toda oposición laica, de cualquier confesión, razón o estética que se oponga a todos sus intereses usurarios y adoctrinadores!).
 
Recordemos sucintamente los hechos acaecidos ahora exactamente hace mil doscientos años, y que explicarían con rigor y aporte erudito de documentación, según Harazem, la causa de que Córdoba sea la única ciudad del planeta que no se ha extendido de forma armonizada a ambas orillas de su río, condenando su parte sur a la marginalidad de un pequeño sector empobrecido. O que incluso la ‘izquierda’ partidocrática desprecie el que, en opinión fundamentada del autor, es el primer levantamiento por motivos económicos del proletariado en Europa. 
 
El Rabad de Sacunda a comienzos de la primavera del año 818 albergaba una población de alrededor de cuarenta mil personas, formada en su mayoría por artesanos, trabajadores especializados y campesinos de las huertas circundantes que vendían en su Gran Zoco – el mayor de la Capital de Al-Andalus – sus productos, donde los comerciantes ofrecerían mercancías de Oriente que aquí llegaban en su mayoría desde el Portus Magnus o Gran Puerto de la Ruta de la Seda de Almería y desde Cartagena. 
 
Esto nos da una idea de las dimensiones la Kurtuba andalusí, ya que el número de habitantes de uno sólo de sus barrios rebasaba el de las ciudades donde luego se desarrollarían Londres o París. A pesar de que la historiografía satélite del régimen nacionalcatolicista que sufrimos ha querido, de manera patética, explicar este intento de sedición a motivos ‘racialistas’ o interétnicos y a causas de discrepancias religiosas, por ser parte de los rebeldes cristianos mozárabes, hoy sabemos que en ningún modo ha sido así. Creemos mucho más plausible que una subida de impuestos, en especial el del vino – consumido también por los nuevos muslimes de origen autóctono -, y el carácter despótico del emir Alhakem I, ansioso por dotarse de un apoyo entre los alfaquíes progubernamentales, constituyeron el detonante final del conato revolucionario por el que a punto estuvo de perder la vida el supremo gobernante andalusí.
 
En estas peliculitas pardas o coloradas que se montan los lacayos ideológicos del clerical-franquismo pasan por alto que cuando el emir temía por su cabeza, con los rabadíes a punto de flanquear las puertas de su Alcázar, la que hacia las veces de su guardia pretoriana, de máxima confianza, ‘su guardia cristiana’ le salvó el pellejo. Cómo se seguían celebrando concilios en Córdoba un siglo después de empezar a ser administrada por sedicentes ‘árabes’ musulmanes, y cómo la escolta personal de élite del emir eran cristianos, según las crónicas, son detalles irrelevantes que ciertos eruditos rojigualdos devotos de san Pelayo, y sobre todo de sus Flechas, no han sido capaces de aclarar, no sabemos si más por triperos que por zoquetes.
 
La rebelión fue abortada tras tres días de agitación violenta armada, con el resultado de trescientos de sus cabecillas ejecutados. Miles de cordobeses debieron de partir hacia el exilio, tras el incendio y la demolición de sus hogares. Fueron parte de ellos los que fundaron la primera capital de Marruecos, Fez. Un hijo originario del cordobés Valle de los Pedroches (o de las Bellotas, por estar en el País o Comarca natural mayor de Andalucía la dehesa meridional de encinas más extensa de Europa), Abu Hafs Omar el-Ballutí (el Bellotero), instauró una dinastía tras arrebatar el gobierno de Alejandría – estableciendo una virtual República independiente – a los herederos del mítico (pero histórico) califa de las Mil y Una Noches, Harún al-Rashid, debilitados los hijos de éste a su muerte en fratricidas luchas por el poder. 
 
La administración andalusí de Alejandría duraría diez años hasta ser expulsados los cordobeses hacia Creta por el general al-Tahir del emergente nuevo califato abásida. Ya en la hoy isla mayor de Grecia, los cordobeses echaron a su vez a los bizantinos y consolidarían una floreciente administración que duraría casi un siglo y medio, donde sus gobernantes hasta el último llevaron siempre con orgullo el apelativo de los orígenes de sus antepasados: al-Kurtubí, el Cordobés.
 
Resulta lamentable que ni en la misma Córdoba los actuales mandatarios, que la han convertido en la ciudad con más desempleo de Europa, tengan el más mínimo recuerdo de esta epopeya que modificó el curso de la historia. Que su embrutecimiento les haya llevado a permitir la bárbara destrucción de parte del yacimiento arqueológico de valor incalculable del Arrabal de Sacunda, pues no se edificó nada hasta nuestros días sobre su superficie, desde que aquel emir tiránico condenó a sus habitantes a ser apátridas. Excepto el noble empeño de mi paisano Manuel Harazem, ni el más mínimo recuerdo digno en un día tan señalado y redondo como el de hoy, de estos decisivos hechos en colegios, institutos y universidades… ¿queda alguna duda de que los andalusíes, sobre todo los cordobeses, no podemos ser ‘españoles’? Nos han condenado al ostracismo, a la ‘damnatio memoriae’, a pesar de haber dado a Europa su Primer Renacimiento, el de Al-Andalus,  muchos siglos anterior al italiano.
 
Ya no queremos que nos blanqueéis, racistas y clasistas cipayos de ‘madriz’, ahora que a causa de vuestro expolio de lo público sin precedentes, bendecido por casi toda la clericalla, unido a la emigración que no cesa, os habéis quedado sin savia joven que pueda cotizar para pagar las pensiones, los servicios sociales o la sanidad. ¿No queríais ‘sacramento de la penitencia’ y ‘viacrucis’ personalizados para machacar a las minorías de conciencia…? Pues ahí los tenéis, a disfrutarlos detrás de las procesiones con no pocos alcaldes de la sedicente ‘izquierda’ luciendo el palmito de la servidumbre, con la misma desfachatez de los jerarcas franquistas de antaño mientras perpetraban genocidios múltiples.
 
Sin embargo siempre llevaremos en nuestros corazones la gesta del titán pedrocheño Omar al-Ballutí, el cual puso a la nueva capital de su reino cretense el nombre de su devastado barrio cordobés de adopción. 
 
Vaya en sincero y leal homenaje a tu recuerdo este humilde articulillo, heroico cordobés inmortal cuya Memoria atraviesa los milenios.
 
* Al-Hakam Morilla Rodríguez, Coordinador de Liberación Andaluza. Cuenta de twitter bloqueada por la censura: @lascultura. Nueva: @liberacionan

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