Frei Betto •  Opinión •  21/12/2017

Dominio global

Noam Chomsky, teórico estadounidense que revolucionó la lingüística moderna, comprobó que, después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), los Estados Unidos pusieron en práctica la estrategia de dominio global. El gobierno del presidente Franklin D. Roosevelt había decidido que controlar las reservas energéticas del mundo, en especial de los países productores de petróleo, traería a su país “un control sustancial del mundo”.

El Departamento de Estado, que cuida de la política externa usamericana, visualizó el dominio de una gran área, en la cual estarían incluidos todo el hemisferio occidental, el Extremo Oriente y los territorios del antiguo Imperio Británico. Dentro de esa gran área los EE.UU. mantendrían un “poder incuestionable”, con “supremacía militar y económica”,  y garantizarían la “limitación de cualquier ejercicio de soberanía” por parte de los países que pudiesen interferir en el  proyecto de dominio global.

Por temer que la Europa Occidental de la posguerra adoptase un rumbo independiente de la hegemonía controlada por Washington, los EE.UU. crearon la OTAN en 1949. El pretexto fue unir fuerzas para contener la amenaza soviética que dividía el continente europeo en dos sistemas delimitados por el muro de Berlín.

Al decidir poner fin al socialismo soviético, Gorbachov exigió a la OTAN el compromiso de no avanzar sobre el Este europeo. Bastó con que cayese el muro de Berlín para que el acuerdo fuese ignorado. Desde entonces la OTAN se volvió una fuerza de intervención. Según Haap de Hoop, su secretario general entre 2004 y 2009, les corresponde a las tropas de la OTAN “vigilar los oleoductos que transportan petróleo y gas en dirección a Occidente” y las rutas de los navíos petroleros.

El principio estratégico del dominio global fue reafirmado por Clinton, quien declaró que su país tenía derecho a usar la fuerza militar para garantizar “el acceso irrestricto a los principales mercados, abastecimientos energéticos y recursos estratégicos”, y debe mantener tropas “permanentemente movilizadas” en Europa y en Asia, “a fin de moldear las opiniones de las personas sobre nosotros” y “configurar los acontecimientos que afectan a nuestra subsistencia y seguridad”.

Tales principios desembocaron en la invasión de Iraq, de Afganistán, de Libia y de Siria. En el 2007 la Casa Blanca decidió que las tropas usamericanas se mantuvieran por tiempo indefinido en Iraq, con el fin de privilegiar a los inversionistas yanquis.

La llamada primavera árabe, en especial en Egipto y en Túnez, fue un mero juego de escenas típico del proverbio de Lampedusa: cambiar para que todo quede como está. Cambiaron los gobiernos pero no los regímenes dictatoriales. Los EE.UU. están dispuestos a todo para impedir que la democracia se refuerce en  el mundo árabe.

El desprecio de la élite estadounidense por la democracia se reveló de modo elocuente cuando se tuvieron las informaciones de Wikileaks. Los datos revelados allí no han sido desmentidos, pero los responsables de bajar esos datos han sido condenados de forma sumaria.

Fuente: PL


Opinión /