Paco Campos •  Opinión •  15/08/2016

¿Importan las Comunidades?

Claro que sí, y mucho; porque no hay un discurso único, un discurso que pueda atender a todos los juegos de lenguaje, incluyendo a los mutuamente ininteligibles entre sí, a los que fuerzan una decisión práctica con consecuencias políticas indeseables –conflictos, crisis, guerras o algo así. Porque si así fuera, si hubiera un discurso universal, como el discurso teológico o como los juegos de lenguaje vaticanistas, entonces estaríamos forzados, motu propio (ahora no hay sentido vaticanista) a una imposibilidad no sólo lógica, sino también empírica, esto es, estaríamos frente a la negación de mundos posibles. Por tanto, si no hay válidamente un discurso único, tiene la política democrática que se practica en el Atlántico Norte la posibilidad de crear nuevos espacios de diálogo, formas comunicativas que hagan posible una existencia acorde con una racionalidad de la contingencia.

Claro que importan las comunidades. En y con ellas el individuo puede generar ensayos libres de dominio en una sociedad que asuma culturalmente que el poder no es más ejemplar en las instituciones que en la calle, en el mundo de la vida. Porque si pretendemos una forma de vida coherente con el mundo de nuestras creencias, esto es, de acuerdo con nuestra voluntad y nuestros deseos, entonces hemos de procurar una conducta. De este modo una teoría de la verdad quedaría entendida, tal y como Rorty apunta, como la conducta de una comunidad, de un grupo humano, conformado en torno a intereses particulares, concretos, y liberados de cualquier momento trascendente –momento en el que Habermas pretende una sublimación del concepto de validez.

Dos preguntas pueden quedar formuladas para un análisis pertinente: una, la de si hay un momento trascendente de validez universal, de acuerdo con la razón comunicativa; y otra, la de si es necesaria una teoría –una filosofía, al fin y al cabo- para fundamentar una política democrática. Aceptando o priorizando la negación de la segunda estaríamos implicados en el mundo de las comunidades, y con él, en los lenguajes regionales, tanto en cuanto los fundamentos de la democracia coincidirían con los motivos y las creencias de los individuos; mientras que si, creyendo tener con la descontextualización un momento de lucidez filosófica, ancláramos en las ideas el interés por la verdad… no creo que conseguiríamos algo más de lo que los discursos metafísicos y teológicos consiguen.


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