Paco Campos •  Opinión •  12/02/2018

Democracia y autoritarismo

“Los tiempos cambian, amigo mío”, podría decir cualquier intelectual de nuestro tiempo. Pero no es así. Actualmente se da por supuesto el anhelo decimonónico de poder desarrollar con el voto nuestras vidas cotidianas. Parece ser que se ha culminado una etapa que es imposible mejorar ->la democracia es el poder por el pueblo, y ya está. Pasa el tiempo, ha pasado un siglo y pico y no parece que así sea. Seguimos haciendo lo que mejor sabemos: el cultivo del personalismo, aunque reafirmemos la solidaridad entre los pueblos y el reinado de una paz universal, como la del Papa, Gandhi o la ONU.

Vivimos en un autoengaño -expresión ésta por sí paradójica- que parece ser nos complace. Pero la realidad es muy otra: lo que podría ser el reto de una sociedad democrática, el reto solidario, el reto de hacer posible nuestros proyectos desde la igualdad, se ha camuflado con grandes relatos heredados de la modernidad, los llamados principios universales. Todos instalados en ellos, procuramos salvaguardarlos de cualquier incidencia que pueda desacreditarlos, y entonces es cuando nos llama la atención cómo los guardianes de la ley nos cortan el rollo a la primera de cambio, y ya es tarde, tan tarde que no hay dicha buena.

Comprobamos el ridículo que hacemos por ambas partes, pero lo acojonante es que no hay excusa, porque una de dos: o seguimos instalados en el ensimismamiento, o admitimos que nuestro mundo es plural y cambiante. Si lo primero, pues nada, a votar a la reacción; si lo segundo, crear espacios en los que poder poner en práctica nuestros proyectos solidarios con formas de pensamiento que para nada puedan parecerse a los de la educación recibida. No es el asalto a la razón, sino la razón del asalto. No hay otro camino para combatir el autoritarismo revestido -travestido- de democracia. Reflexiones en torno a Forjar nuestro país, 1998, de Richard Rorty.


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