Salustiano Luque Lozano •  Opinión •  08/08/2016

Desarme nuclear ¡Ya!

Desarme nuclear ¡Ya!

La amenaza nuclear no ha desaparecido, si acaso ha aumentado. No lo digo yo, son palabras de Theresa May que el mes pasado, en su primera intervención ante el Parlamento británico como primera ministra del país, ha defendido la necesidad de que el Reino Unido mantenga su lugar destacado entre las potencias nucleares, citando a Rusia y Corea del Norte para justificar la renovación de una “fuerza disuasoria nuclear como deber moral para con los aliados y frente a los enemigos”. Con estos argumentos ha conseguido que, en medio del escenario de recortes y austeridad pintado como consecuencia del brexit, el Parlamento apruebe una inversión de 40.000 millones de libras para sustituir el sistema de submarinos de la Armada Real Británica. Un peculiar dispositivo que tiene su base en Escocia pero que, desde 1969 patrulla los mares cargado de misiles atómicos bajo el principio denominado “destrucción mutua asegurada”: aunque todas las defensas del país o la propia Gran Bretaña hubiesen sido destruidas, el submarino de guardia podría responder con un ataque catastrófico al agresor. De hecho, cada submarino tiene una caja fuerte con una carta sellada y firmada por la primera ministra con instrucciones sobre cómo proceder en caso de que el gobierno no esté en condiciones de dar órdenes.

Precisamente, hace unas semanas tuvimos noticias de uno de estos submarinos porque chocó con un buque mercante en aguas del Estrecho de Gibraltar, muy cerca de la Bahía de Algeciras. Según las escasas informaciones que tuvimos del suceso, el submarino de la clase Astute es uno de los más grandes, modernos y avanzados de la Royal Navy, pesa 7.400 toneladas, está equipado con torpedos y misiles Tomahawks y cuesta unos 1.200 millones de euros. Según presumen, está dotado de sistemas sensores muy sofisticados para moverse bajo las aguas…¡pero chocó!. Colisionó accidentalmente con un carguero que navegaba por la zona. Las autoridades británicas se han limitado a pedir disculpas e informar que el reactor nuclear del sumergible no sufrió daños y no hay ningún riesgo. Hace unos días salió desde Gibraltar hasta el Reino Unido para ser reparado. Nunca conoceremos qué ha sucedido realmente y cuánta radiactividad ha diseminado por las costas gaditanas.

Porque la experiencia histórica de más de siete décadas nos ha enseñado una certeza: tratándose de energía nuclear, suceda lo que suceda y sea el país que sea, siempre nos engañan o nos ocultan la verdad. Así el oscurantismo y falsedades que han rodeado el despliegue del arsenal nuclear y de las pruebas realizadas con armas atómicas en distintos lugares del mundo. Así lo sufrimos en las playas almerienses con las cuatro bombas atómicas que cayeron de un avión estadounidense en 1966 sobre la localidad de Palomares repartiendo por los alrededores sus nueve kilos de combustible nuclear altamente radiactivo. Han transcurrido 50 años y no acaban de revelarse los informes completos del incidente ni se ha terminado de descontaminar la zona. Los ejemplos de cómo las autoridades correspondientes gestionaron los accidentes de Chernóbil y Fukushima o el gobierno español las numerosas averías de nuestras obsoletas centrales nucleares, son otras tantas muestras de opacidad y ocultamiento a la población. Sin ir más lejos, la instalación y sucesivas ampliaciones del cementerio nuclear de El Cabril en el municipio cordobés de Hornachuelos, muestran una constante política de hechos consumados e informaciones sistemáticamente sesgadas a la opinión pública.

Por ello, en el convulso periodo histórico que atravesamos, mantener el arsenal nuclear es un riesgo que la humanidad no puede seguir permitiéndose. Los dirigentes más poderosos perseveran en sentido contrario: Estados Unidos acaba de anunciar planes para renovar sus misiles nucleares intercontinentales, China, India y otras potencias siguen el mismo camino. Solo la movilización decidida de los pueblos puede frenar esta alocada carrera hacia el exterminio. En el aniversario de las masacres provocadas por los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, hemos de proclamar con firmeza que la única solución frente a la amenaza de las armas nucleares es un tratado mundial para su prohibición y total desaparición.

Salustiano Luque Lozano. Coportavoz provincial de EQUO.


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