El Cincel •  11/03/2018

La virtualidad y la vida política – Confusiones y mal uso

La virtualidad y la vida política – Confusiones y mal uso

Jesús Portillo | La historia no miente, salvo cuando aquellos que escribieron la historia que consultamos nos mintieron al dejarla escrita y eso es algo que nunca sabremos a ciencia cierta. Sin embargo, inmersos en la revolución virtual, la actitud crítica es ahora más necesitaria que nunca para discernir con claridad lo que estamos viviendo. El progresivo trasvase de la vida social a internet (los foros, las redes sociales, los canales de video y las listas de suscripción) ha difuminado en muchos casos la línea de afectación de las acciones al entorno. ¿Qué queremos decir? Que no todo lo que ocurre en internet afecta al mundo físico, y esto sucede por varias razones: 1) porque las personas destinatarias no tengan acceso a esa información; 2) porque consultar esa información sea opcional y no llegue a los destinatarios; o 3) porque sí llegue, pero no tenga repercusión alguna en los destinatarios.

No todas las revoluciones sociales pueden lucharse en la red, porque el hecho de que una publicación se convierta en trending topic, se comparta millones de veces o salga en las noticias no implica necesariamente que vaya a tener repercusión en el mundo real; es algo que se nos ha olvidado a muchos. Por ejemplo, ¿podemos pensar que va a tener el mismo impacto retwittear una publicación 2500 veces que cortar pacíficamente una entrada o salida de la ciudad con 2500 personas que reclaman a las autoridades un cambio? ¿Qué consecuencias puede tener cada una? Cada sistema político-social tiene sus mecanismos de funcionamiento y sus instituciones, y para cambiar una situación hay que hacer uso de ellos. La implicación de la ciudadanía en política es crucial, porque al fin y al cabo son las personas que controlan los fondos públicos y cambian las leyes quienes pueden cambiar una situación. “Jóvenes, haced política, porque si no la hacéis, alguien la hará por vosotros, y probablemente, contra vosotros” (J. Ortega y Gasset).

En primer lugar, voten, porque es un derecho, no es una obligación legal, pero debería contemplarse como el ejercicio de la libertad política que cambia el día a día. ¿Han pensado que la victoria de un partido político por mayoría absoluta solo es la mitad más uno del número total de miembros del órgano en cuestión? Quitadle al 100% de la población, los menores de edad que no pueden votar, las personas de cualquier edad que por incapacitación (mental o física) no ejercen su derecho al voto y el significativo número de personas mayores de edad que no votan. ¿Qué porcentaje de la población real constituye la mayoría absoluta que escoge a los representantes políticos? Internet es una valiosa herramienta política para recoger firmas y presentar una propuesta, para difundir información sobre una situación injusta, para hacer campaña electoral y para otras cosas similares; pero es necesario que no confundamos la opinión pública con la puesta en marcha de los mecanismos políticos útiles para cambiar la sociedad.

El apoliticismo o desinterés por la política causado por el desengaño, la falta de cultura política o la creencia de que no se pueden cambiar la cosas; y la falta de voluntad de ejercer el derecho al voto por no desplazarse al colegio electoral o votar por correo, constituyen del 30 al 40% de la población que podría votar y no lo hace. Población que, no obstante, se queja a lo largo de la legislatura y dice no comprender qué está ocurriendo en el país.

En segundo lugar, el inmovilismo de la ciudadanía y la comodidad de gestionar muchos aspectos de la vida desde una aplicación del teléfono móvil han cambiado el modo de querer participar en los asuntos de la vida social y política. ¿Por qué no votar por el móvil mediante un certificado digital? Confiamos nuestras gestiones bancarias y tributarias a estos medios, ¿por qué no hacer lo mismo con los comicios? Sin embargo y como contrapunto, hablaremos del derecho a huelga, un derecho constitucional que conlleva pérdidas a trabajadores, a empresarios y a la sociedad en general, del que en los últimos tiempos se desconfía. ¿Hemos olvidado el signficado del verbo “secundar” y del adverbio “significativamente”? Una huelga no es efectiva si no es secundada significativamente y no causa estragos en el fundacionamiento ordinario de una sociedad, con sus respectivas pérdidas. En cambio, cuando el parón se hace patente, la ciudad se paraliza, las pérdidas son significativas para sectores influyentes en la sociedad, se crea una presión social que obliga a tomar medidas correctivas. Un hecho evidente e innegable es que si una parte importante de la sociedad se para, asume el gasto que le conlleva esa parada y reclama a los dirigentes y empresas un cambio, es porque la situación es acuciante, no es por capricho. Cambiar el fondo de perfil por un lazo o una protesta solo servirá de declaración al círculo social que lo vea, pero no cambiará nada.

En tercer y último lugar, sería conveniente estar bien informado de qué es y qué repercusiones tiene la desobediencia civil.  La desobediencia civil es el incumplimiento de una ley por considerarla injusta, la cual no exime de la sanción legal (arresto, multa, servicios a la comunidad o prisión). La lucha por el bienestar tiene un precio y al menos dos lecturas, que normalmente se contraponen. La reivindicación de la ciudadanía debe ser pacífica, comunicada previamente y debe buscar el bien común (al menos para un colectivo). Utilizar las redes sociales para insultar a las autoridades no solo es inútil para el cambio a mejor, sino que puede suponer un delito tipificado y, por tanto, sancionable. Son útiles las campañas objetivas de visibilización de un problema, siendo fieles a la realidad (que la mayoría de las veces es difusa al estar sesgada por los propios medios).

Y quizás lo más importante, y que por costumbre se escapa a nuestro modo de ver la vida política en España, es centrar los esfuerzos en proponer alternativas viables que mejoren la vida, no emplear el tiempo en la filosofía del “y tú más” o “y tú también”. ¿Cuándo hemos perdido la capacidad de priorizar la importancia de un asunto político? ¿Desde cuando el color de una bandera es más importante que la pensión de nuestros ancianos, que el mantenimiento de nuestro sistema sanitario, que la imparcialidad de nuestro sistema judicial o que la inversión en nuestro sistema educativo? Solo si los flujos informativos de internet llevan, de hecho, a los ciudadanos a movilizarse socialmente, involucrarse políticamente y reclamar legalmente sus derechos (cumpliendo sus obligaciones); servirán para algo.


El Cincel  / 

Jesús Portillo Fernández

 http://www.jesusportillo.es/

§ Doctor en Filología e investigador del Área de Lingüística en la Facultad de Filología en la Universidad de Sevilla. § Miembro del Grupo de Investigación de Lógica, Lenguaje e Información de la Universidad de Sevilla (GILLIUS | HUM-609). § Colaborador internacional en Centro de Filosofia das Ciências da Universidade da Lisboa. § Colaborador en Centro Cervantes - Refranero multilingüe (CVC). § Columnista en prensa digital sobre problemas humanos y concienciación social.

Jesús Portillo Fernández

§ Doctor en Filología e investigador del Área de Lingüística en la Facultad de Filología en la Universidad de Sevilla.

§ Miembro del Grupo de Investigación de Lógica, Lenguaje e Información de la Universidad de Sevilla (GILLIUS | HUM-609).

§ Colaborador internacional en Centro de Filosofia das Ciências da Universidade da Lisboa.

§ Colaborador en Centro Cervantes - Refranero multilingüe (CVC).

§ Columnista en prensa digital sobre problemas humanos y concienciación social.

 

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