Kepa Arbizu •  Cultura •  19/11/2020

“La responsabilidad de los intelectuales”, Noam Chomsky. El difícil compromiso intelectual

La editorial Sexto Piso recoge en un solo ejemplar los dos ensayos que el veterano pensador estadounidense escribió con más de cincuenta años de diferencia y en los que cuestiona y analiza de manera crítica la toma de posiciones ejercida por los intelectuales.

“La responsabilidad de los intelectuales”, Noam Chomsky. El difícil compromiso intelectual

Hay palabras que por el paso del tiempo, o por los diferente cánones impuestos en cada época, han modificado sustancialmente su esencia o directamente se han pervertido hasta desfigurar su sentido original y/o clásico. Una de ellas es la de intelectual, un término al que otrora le acompañaba un prestigio y que actualmente deambula por un limbo en el que conviven desde oportunistas a los llamados líderes de opinión, individuos sin mayor bagaje que un desorbitado número de seguidores. Noam Chomsky es consciente de la incertidumbre que acompaña a dicho término, por lo que ya en el inédito prefacio que acompaña a “La responsabilidad de los intelectuales”, el objetivo principal será delimitar su significado. Para ello, y a modo de certero resumen, extraerá del irónico y crítico trabajo de Dwight Mcdonald, publicado en 1945 bajo el mismo título, la sentencia: ”Qué maravillosa es la capacidad de poder ver lo que se tiene justo delante”.

De esta forma nos adentramos, por medio de un primer capítulo que en realidad corresponde al ensayo editado en 1967, en un didáctico estudio -sirviéndose de ejemplos y citas- sobre el papel ejercido por periodistas y otras voces “autorizadas” a la hora de acercarse a los diferentes hechos acaecidos durante esa época. Con la intervención militar de Estados Unidos en Vietnam como foco central, aunque sin rechazar otras localizaciones como China, Cuba o Irán, el exhaustivo, que no extenso, repaso que efectúa sobre ciertos escritos publicados, revela la predominante condescendencia, cuando no una abierta aceptación, respecto a las acciones adoptadas por la administración norteamericana. Unos juicios de valor que al margen de encauzar el pensamiento del ciudadano medio, se mostrarán despectivos frente a cualquier otra opción que los ponga en entredicho, tildando de sermoneadores a sus autores y desprestigiando su papel.

De esta manera queda reflejado a lo largo del libro ese matrimonio de conveniencia entre intelectuales y los representantes del poder, donde los primeros no solo renuncian a cuestionar prácticamente cualquier elemento partícipe del establishment sino que adoptan la función de apuntalar todavía más ese statu quo. En definitiva, lo que se busca alcanzar con esa interesada unión es escenificar la ansiada muerte de las ideologías, admitiendo que solo hay un camino válido de construir la sociedad y es hegemónico, y todo aquel que ose a intentar poner en duda ese acuerdo se convierte inmediatamente en un enemigo, y por lo tanto en un potencial peligro, ya sea en su papel de escritor, gobierno, o religión. No es de extrañar por lo tanto que muchas guerras o acciones armadas que ha llevado a cabo el “primer mundo”, con Estados Unidos a la cabeza, se hayan puesto en marcha en nombre de la prevención, del miedo a lo que pueda venir, más que como consecuencia de unos hechos consumados.

No hay que olvidar que el intelectual es un privilegiado, y lo es, como expone Chomsky, tanto por su supuesta capacidad para el análisis como por los mecanismos que tiene a su alcance para testar la realidad y rastrear la verdad entre el discurso oficial. Investigar y conocer si hay motivos para ponerlo en duda es una tarea, más todavía en lugares donde la democracia formal permite la discrepancia, al menos sobre el papel, que se convierte en prioritaria frente cualquier tipo de interés particular que no se atenga a la defensa de la libertad y los derechos humanos. Una exposición de ideas que será en la segunda parte del libro, correspondiente al ensayo realizado en el 2011, cuando salten a escena de una forma más declamatoria e incluso indignada. Aunque sigue habiendo continuas menciones a hechos y personas, será el asesinato por parte de los servicios de inteligencia estadounidenses de Bin Laden sobre quien pivote este tramo de la obra. Partiendo del ofensivo -pero clarividente para evidenciar a quienes se les sigue considerando los malos de la película- nombre asignado a dicha acción militar (Gerónimo), lo que nos encontramos sobre todo es ante uno de los arropamientos más mayoritarios que se recuerden por parte de la prensa liberal en favor de un asesinato orquestado.

Probablemente sea en esta parte donde de manera más contundente y atinada se concentren las reflexiones que sustentan la tesis global de la obra. No es nada gratuito por ejemplo sacar a colación la carta de intelectuales, encabezada por la acusación de Émile Zola a finales del siglo XIX, destapando el llamado caso Dreyfus. Una determinación, que pese a haber pasado a la historia como un gesto ejemplarizante, en su momento, y como pasaría igual en el presente, fue duramente criticado, padeciendo los implicados la marginación de muchos colegas. Pero el dardo lanzado con mayor precisión y carga de veneno recala en la pregunta retórica soltada por el autor a la hora de cuestionar qué sucedería si en otro “famoso” once de septiembre, ese que a través de un golpe de estado militar acabó con Salvador Allende, y que llevo a los “Chicago Boys” (economistas ligados a la teoría neoliberal) a allanar el camino para la dictadura de Pinochet y otras cuantas a lo largo de América Latina, se hubiera actuado de la misma forma que a raíz del atentado contra las Torres Gemelas, es decir, bombardeando y entrando en guerra con el país de origen de los atacantes. El silencio que produce esta cuestión resulta tan elocuente como el grito más ensordecedor.

Reunir en un solo ejemplar dos escritos distanciados en su realización por más de medio siglo, además de para poder confrontarlos, es de lo más demostrativo en cuanto a que nada ha cambiado en el campo de la independencia y el compromiso ético. Tampoco ha variado la hipocresía, como bien se señala retiradamente en estas páginas, de elogiar a los pensadores disidentes cuando estos ejercen en un país “enemigo” mientras se convierten en objetivo de los más despiadados comentarios aquellos que ejercen esa misma función en nuestro territorio. Es la clara muestra de que el intelectual es una persona que tiene la oportunidad, y por extensión el privilegio, de elegir cuál es la actitud que tomar ante lo que sucede a su alrededor, siendo el único conflicto posible que desentrañar en dicha diatriba uno: la búsqueda de la verdad o mantener en las penumbras tantos episodios de la historia.


Noam Chomsky /