Christian Zampini •  Internacional •  22/06/2025

Ocho motivos que pueden hacer de la aventura iraní el error definitivo de Estados Unidos

  • Estados Unidos se precipita a una nueva aventura militar en Oriente Medio, lejos de la hegemonía y fortaleza con la que contaba en el 2003 y mientras en el interior del país se agitan tensiones sociales, políticas y económicas sin precedentes.
Ocho motivos que pueden hacer de la aventura iraní el error definitivo de Estados Unidos

El ataque aéreo de Estados Unidos contra instalaciones nucleares iraníes de este sábado pone en marcha un escenario volátil e impredecible en el que, de manera evidente, uno de los principales perjudicados puede ser Washington. Los acontecimientos y la rápidamente variable fotografía están inmersas en dudas, no solo a futuro, sino sobre como se ha alcanzado esta situación. La primera de ellas, principal objeto de controversia desde el ataque unilateral de Israel a Irán el pasado 18 de junio, es el papel real que ha jugado Estados Unidos.

Por un lado, la escasa fiabilidad de la administración de Donald Trump en negociaciones y acuerdos, unido a los precedentes de ataques en contra de toda legalidad internacional, que se remontan al primer mandato del presidente estadounidense con el asesinato del general Qasem Soleimani en enero de 2020, pueden hacer entender que las negociaciones no eran más que un juego mientras el verdadero plan de Washington era iniciar un conflicto abierto con Teherán.

Por otro, las manifestaciones y acciones de la Casa Blanca durante los últimos meses hacen pensar que Estados Unidos se han visto arrastrados a este conflicto por su ya incómodo socio estratégico en la región, en una constante fuga hacia adelante de agresiones militares desde 2022.

Puede ser imposible esclarecer este punto, pero, hasta cierta medida, a día de hoy resulta casi intrascendente. Los elemento endógenos de los Estados Unidos, y exógenos, entregados por las características de la región y el conflicto en el que se ha involucrado, serán los que definan las conclusiones.

En primer lugar, Estados Unidos se encuentra ante una crisis institucional como no se había conocido desde 1860. Los pulsos entre administraciones estatales y la estructura federal, comenzaron hace años y no han surgido a causa de Trump. El mismo casus belli, la política migratoria, elemento que probablemente juegue un papel similar en la actualidad al de la esclavitud en el último conflicto civil de la Unión, ya había puesto al borde del precipicio al país en el pulso entre el gobernador de Texas, Greg Abbott, y la administración Biden, en el verano de 2024. Un contexto en el que una guerra altamente impopular podría impulsar un escenario ya de por sí altamente volatil.

Algo que conduce al segundo factor: el impacto en la opinión pública de la guerra. La elección para un segundo mandato de Trump vino impulsada en gran medida por la promesa de abandonar la agitación internacional para centrarse en el desarrollo del país y no perder el pulso ante una pujante China. Buena parte de la derecha estadounidense ha abandonado las posiciones belicistas, con líderes de opinión hasta ahora afines, como Tucker Carlson, están inmersos en una activa campaña contra la guerra. Fenómenos sociológicos como un gran porcentaje de los veteranos de las guerras de Irak y Afganistán en contra de un nuevo conflicto impactan en la sociedad norteamericana. Mientras tanto, el rechazo a la política de Israel, hasta hace poco un elemento aparentemente monolítico en la opinión pública estadounidense, crece por momentos ante la deriva criminal del gobierno de Netanyahu.

El impacto en la opinión pública puede estar muy condicionado por el resultado de la guerra. Estados Unidos no se encuentra en un momento ni mucho menos óptimo para hacer frente a una nueva aventura militar en Oriente Medio. Las guerras de Irak y Afganistán condujeron al país a una trampa, con misiones que aspiraban a resolverse en meses, prolongadas durante décadas, con pocos beneficios a cambio de un daño económico devastador, no lo suficientemente evaluado. Todo ello en un momento en el que Estados Unidos se encontraba en una posición mucho más sólida que en la actualidad.

No solo la crisis política y social se ve afectada por esta realidad, teniendo unas posibles consecuencias económicas que Estados Unidos tampoco se encuentra en una situación ideal para asumir. El coste de un despliegue militar, con el riesgo de tener que sostener una campaña prolongada, unida a las más que probables consecuencias graves por el bloqueo de hidrocarburos pueden empujar aún más al país al precipicio.

El riesgo de estancamiento bélico en la región, frente al que la administración Trump pretende trasladar una imagen de acción puntual y rápida victoria táctica, es incuestionable. Tal y como reflejan las declaraciones del propio Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica, la presencia estadounidense en la región con decenas de bases militares puede convertirse en una debilidad en lugar de una fortaleza. Una vez introducido en la pendiente resbaladiza de entrar abiertamente en el conflicto, la salida no estará marcada únicamente por la voluntad de acción limitada de Washington.

En este punto, es inevitable asumir que países altamente perjudicados por la agresión a Irán, no solo China o Rusia, sino también potencias ambiguas en sus lealtades internacionales como la India, pueden colaborar activamente en el mantenimiento de la resistencia iraní, generando un escenario similar al de la guerra de Vietnam en toda la región. El acto de fuerza directa de Estados Unidos, al contrario de lo que se argumenta, sitúa en una posición cómoda a los enemigos de Washington para desgastar su hegemonía mundial sin una involucración directa en el conflicto.

En último lugar, quizá el factor de mayor peso, es la aparente ausencia de un plan por parte de los Estados Unidos. El seguidismo al dictamen de Israel puede estar siendo la peor guía posible. En los últimos meses, Israel ha iniciado ataques y abierto frentes de conflicto contra cuatro países, más allá de su campaña de acción genocida en Gaza y también en Cisjordania. Sin ninguno de los frentes completamente resueltos, aparentemente Israel se encuentra en un punto de constante huida hacia adelante que no depara una salida de la situación de completa desestabilización y conflicto en Oriente Medio.


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