Kepa Arbizu •  Cultura •  28/07/2021

“Cartas de amor de un comunista”, Isabel Pérez Montalbán. La pluma y el martillo

La editorial Insensata recupera el libro realizado por la autora andaluza y publicado por primera vez hace más de 20 años y en el que expone una de sus máximas cualidades, aunar el compromiso anticapitalista con una escritura de carácter emocional y personal.

“Cartas de amor de un comunista”, Isabel Pérez Montalbán. La pluma y el martillo

La única manera de borrar de la conciencia colectiva, y por lo tanto de su utilización, ciertas ideas o realidades es dejar de nombrarlas, ejerciendo así una defunción por invisibilidad, ya sea propiciada por una natural extinción o a través de un silencio premeditado. Uno de esos términos, y su consiguiente contenido, al que vemos volatizarse paulatinamente del lenguaje cotidiano es el de “comunismo”. En este caso lo relevante no es tanto la pérdida del vocablo en sí como todo el significado que acarrea tras él. Pese a las críticas que se puedan hacer a muchas de sus escenificaciones, o intentos de ellas, resulta incuestionable su valor histórico y las enseñanzas que de él se pueden extraer de cara a aplicarlas al presente. De ahí que sí ya tenía todo el valor del mundo, y representaba una valiente declaración de intenciones, que una mujer de poco más de 20 años, de nombre Isabel Pérez Montalbán, escribiera casi una década antes de verse editado en 1999 un libro bajo el título de “Cartas de amor de un comunista”, todavía resulta más arriesgado retomarlo -como acaba de hacer la editorial Insensata- en unas fechas como las actuales, tal y como apunta perfectamente en uno de los prólogos Alberto San Juan.

Nacida en 1964, esta autora cordobesa marcó desde sus primeros escritos una evidente inclinación por un tipo de poesía social teñida de un rico poso lírico y de una experiencia intimista, características que se irían consolidando con mayor presencia en el transcurso de su carrera. Englobada dentro de ese movimiento bautizado como la poesía de la conciencia, etiquetaciones grupales que si suelen pecar casi siempre de generalistas e inexactas, mucho más lo será al referirse a esta amalgama heterodoxa de “integrantes” (Antonio Orihuela, Jorge Riechmann, Enrique Falcón…) a los que les unía una única norma, aunque trascendental, como era la de apoyar su escritura en un contexto radicalmente critico con el sistema capitalista y su caníbal sistema de valores.

La (re)aparición ahora de este poemario, demasiado arrinconado por la historia, no delata un ejercicio por rescatar de la memoria a una figura, a pesar de la eterna marginación a la que están sometidos aquellos que deciden convertirse en incómodos para al statu quo, que no ha dejado de permanecer activa en todo este tiempo, como verifica su última y destacada obra, la muy reciente, “Vikinga” (Visor, 2020). Su persistente presencia no impide de todos modos que recuperar un trabajo como el que tenemos entre manos sea todo un acontecimiento de cara a, por un lado, recobrar su nombre y un particular estilo reivindicativo, y al mismo tiempo el de servir de megáfono a un discurso que, en momentos en los que las actitudes contra los más desfavorecidos son alentados desde buena parte de sectores, se hace más urgente que nunca ser leído y proclamado.

Pese a ello no estamos ante un trabajo que, sin obviar su palpable posicionamiento político, se manifieste bajo los cánones normalmente atribuibles a lo que se entiende por una escritura comprometida, reconociendo no obstante que en su sustrato es fácil comprobar la relevancia de voces que van de Celaya a Mayakovski o Neruda, pero a las que hay que añadir el manejo de paisajes románticos e intimistas heredados de Antonio Machado o Bécquer. Precisamente esa particularidad para activar la lucha y al mismo tiempo reconocer los estragos emocionales que llega a causar en la persona terminará por convertirse en el eje vertebrador de unos versos aquí recogidos y que conseguirán trasladar esa circunstancia con rotunda sutilidad: “Desde entonces mi pelo siempre tiene/ un olor insepulto a crematorio”.

Construido a medio camino entre un cuaderno de bitácoras y un diario personal, en que cada poema se rubrica con una acontecimiento histórico, que puede abarcar desde los triunfos del ciclista Miguel Indurain hasta la caída del Muro de Berlín o la victoria del PSOE, su formato nos sitúa ante un simbólico viaje emprendido por un comunista al que la confrontación entre realidad e idealismo le lleva a una suerte de exilio desde el que escribir a su mujer amada. Diferenciado en tres partes, donde expone la desazón por la dificultad en la consecución de éxitos a través de la implicación militante; su partida hacia una isla como metáfora del ostracismo autoimpuesto y la definitiva consolidación de un estado donde equilibrar, dentro de la dificultad, lo colectivo y lo sentimental, todas ellas guardan en común su desafío a las estructuras de poder pero igualmente el desgaste moral que acarrea el carácter utópico de esas reclamaciones y la urgencia por buscar un anclaje en el plano personal como acicate y empuje.

Los versos iniciales del libro nos sitúan sin excusas en esa sensación ingrata por una lucha llamada a cosechar pingües satisfacciones (“Y ya que no he de completar la Historia, movilizar / ejércitos, perpetuar monumentos o convocar odiseas / -nunca cruzadas, amor- déjame anidar fracasos en tu vientre”), situación que aun así no le impide la oportunidad de señalar y definir con determinación el contexto que nos asola: “Solo existe un sistema, sin reglas ni principios / que practica -algo torpe- el desescombro / que arroja de aplicar el salvajismo.” Esa diatriba que supone reconocer la fuerza del enemigo y la necesidad de confrontarse contra él es producto de irremediables sensaciones de desolación (“Todo cuanto busqué yace arrasado al pie de la tormenta”), un estado de ánimo que será la errática brújula que haga dibujar a la autora el recorrido hacia un destino en el que si no es posible desprenderse de todo lo visto y sufrido (“Vivir es el tatuaje de un pasado / y sus siniestros trucos”) en ocasiones sí puede llegar a propiciar ciertos descansos (“La soledad a veces nos concede / propiedades y tierras que no son cotizables.”)

Será en el tramo final cuando tome forma la trascendental presencia del otro, escenificado como ese apoyo necesario para sobrellevar las fatigas y los continuos envites de un sistema al que incluso todavía le quedarán fuerzas para retratar con desafiante sentido del humor: «A la derecha de Dios, las mujeres / con bella manicura, los banqueros / jugando al golf con palos enemigos. /A la izquierda, los niños, la termitas / el oro falso, la vida en cupones / de riqueza aplazada». Isabel Pérez Montalbán se sitúa así sin ambages frente a caudillos y explotadores, aquellos que durante toda la historia, y poco importa el siglo que indiquen los números romanos, han mantenido intacta aquella lucha de clases que incluso antes que Marx ya la inventó la propia realidad. No hay en estas páginas la búsqueda de ninguna excusa que incite a abandonar la pelea contra aquellos empeñados en avivar sus rituales de injusticias, ni mucho menos de dejar huérfanos de su memoria a los damnificados por ellas («jamas he olvidado la tundra / ni a los caídos en la lucha estéril”), pero a su vez, ese desaforado y en tantas ocasiones desalentador combate requiere con la misma fuerza que el martillo golpea, el susurro cómplice y revitalizador, el oasis donde poder decir: «el porvenir será refugiarme en tus labios.»