Armando B. Ginés •  Opinión •  18/08/2025

Pedro y la progresía ilustrada

Confrontando con la bestialidad fascista, Pedro Sánchez parece de ultraizquierda.

La ignorancia política de las grandes masas populares o trabajadoras compra las ideas de la extrema derecha como una oferta irresistible de supermercado de la esquina.

En este escenario maniqueísta, la progresía ilustrada de clase media ha optado por el mal menor de Pedro. Es lógica su postura: defienden su estatus de mujeres y hombres con ciertos privilegios en el sistema neoliberal. Su capital social, más allá de sus pingües o menguadas cuentas corrientes, remunera sus perfiles psicológicos accediendo a espacios simbólicos de prestigio: cultura, arte, viajes, placeres sofisticados…

Hace mucho tiempo que los sindicatos mayoritarios se rindieron a la estabilidad bipartidista. Ya no reivindican ninguna utopía ni ninguna transformación siquiera fuese parcial del capitalismo, solo mantener en un estado socioeconómico aceptable las prebendas de su dirigencia y de los colectivos de empleados públicos o con trabajo contractual indefinido.

El resto de personas trabajadoras que viven en la precariedad vital quedan en un limbo indeterminado, al albur de medidas de gracia siempre insuficientes.

Trabajo, vivienda, sanidad y educación son las esferas sociales que hacen posible la libertad emancipatoria del ser humano. Y esos territorios están ocupados por el negocio privado, cada vez más, por la explotación laboral y los precios o tasas abusivos o prohibitivos para las rentas más bajas de la escala social. En estos espacios manda el capital privado.

Desde el 11M y la aparición casi súbita de Podemos, nada políticamente relevante sucede en España. Se suceden las mentiras, los escándalos y las retrocesiones en derechos de modo sostenido sin que existan voces potentes que hagan frente a esta situación de deterioro generalizado.

Las derechas ganan terreno porque la progresía tiene miedo y no plantea reformas sociales, económicas y políticas de calado y valientes que toquen el poder casi omnímodo de las castas dominantes y de las clases hegemónicas.

La gente trabajadora que sobrevive en precario no tiene los mismos problemas que la progresía ilustrada, ni voz política propia y diferenciada ni capacidad de convocatoria y audiencia de sus intereses singulares y concretos.

Salvo rarísimas excepciones, ninguna persona en precario está representada en los partidos políticos de izquierda ni, por supuesto, en los parlamentos de Estado o las comunidades autónomas.

Si miramos con atención las firmas señeras u ocasionales que ocupan las páginas de los medios de comunicación más o menos de filiación progresista el desierto de autores o autoras que representen estados vitales precarios es muy elocuente.

¿No saben escribir las teleoperadoras, los mecánicos, las carpinteras, los oficinistas, las comerciales o los empleados de recogida de basuras? ¿No tienen ideas propias? ¿No hay un sesgo clasista evidente en esa representación vicaria por parte de la vanguardia ilustrada de los intereses propios de aquellas personas que no pueden expresar sus cuitas personales de modo académico, aseado y políticamente correcto?

Es más que lógica la desbandada hacia las ideas ultramontanas de la gente que vive en la precariedad vital porque los discursos elaborados por la intelligentsia ilustrada son abstractos y estéticamente inocuos para enfrentar y derrotar las lesivas políticas neoliberales que asolan España y el mundo en general.

Las izquierdas ilustradas de verbo fácil son en gran parte responsables del ascenso del fascismo. Las que miran hacia otro lado porque sus intereses inmediatos no coinciden con los de la chusma hedionda de extrarradio o arrabalera. Así fue en la Alemania nazi y en las dictaduras del cono sur americano. Ejemplos de esta connivencia táctica los hay a montones.

En este maniqueísmo intelectualmente raquítico y depredador, las derechas están realizando muy bien su trabajo para recortar derechos y recapitalizar monetariamente e ideológicamente el sistema capitalista. Las guerras sanean las cuentas de resultados y el sistema cobra nuevos bríos hasta la siguiente crisis estructural.

Las clases hegemónicas siempre han vivido de la mentira para mantener sus privilegios. Y el fascismo es la solución drástica cuando los beneficios aminoran y los mercados se saturan de mercancías que no encuentran clientes para realizarse económicamente.

Destruir para regenerarse es una fase recurrente de los ciclos capitalistas. Y el fascismo quiere guerra. Guerra cultural y a bombazos, si ello es necesario. Contemporizar con el fascismo es alimentar al monstruo hasta que ya no podamos oponer energía social suficiente para que no nos devore de una sola tacada.

Las izquierdas clásicas han soltado demasiado lastre ideológico en las últimas décadas. Pedro no es la solución. Solo es un recurso para feminismos elitistas, artistas de etiqueta, cantautores poéticos, profesionales de marchamo pulcro y buscadores de emociones bellas e intensas en páginas sublimes de textos de culto trasnochados.

Hasta que no alce su voz genuina la gente que habita la precariedad, los discursos de la clase media ilustrada serán meras palabras vacías de contenido real. Ese vacío brinda inmejorables ocasiones para que la ultraderecha siembre sus ideas simples y alocadas en la mente idiotizada de las personas cuyo futuro no se vislumbra más allá de pagar las facturas urgentes de cada día.

La visión de túnel invita a adquirir ya mismo las soluciones más tontas. Y las ideas fascistas se venden a precio de saldo.


Opinión /