Antonio Pérez Collado •  Opinión •  17/11/2025

Otra vez el 20N, ¡y ya van cincuenta!

Es difícil que se pueda encontrar un país donde se hable tanto y con tan poco rigor de una de sus figuras históricas más nefastas. Ni en Alemania, ni en Italia, ni en Portugal o Rumanía -por nombrar también a algún régimen autoritario del Este- sus correspondientes dictadores mantienen décadas después el protagonismo y el reconocimiento que en España se le da todavía por mucha gente a Francisco Franco.

El paso del tiempo impone que las personas que mejor podríamos hablar de la dictadura franquista, porque la soportamos y padecimos a lo largo de la etapa que va del 18 de julio de 1936 al 20 de noviembre de 1975, seamos cada vez menos. Por el contrario, esa creciente minoría que reivindica a Franco y su régimen suele ser lo suficientemente joven como para no haber tenido que vivir ni un día bajo la bota de los militares y las canciones patrióticas de los falangistas.

Como los sucesivos gobiernos de la Transición, la mayoría supuestamente de izquierdas, parece que no han tenido tiempo en estos cincuenta años de eliminar todas las huellas del fascismo, ni de dignificar debidamente a las víctimas y juzgar a los verdugo y torturadores, ni de incluir en los libros de texto un relato completo de lo que significó el golpe militar de 1936 y la larga etapa de represión, miseria y penalidades que le sucedió, nos encontramos con que cualquier indocumentado o manipulador puede presentar al indigno hijo de El Ferrol como un héroe militar y un jefe de estado justo y generoso, entregado a la noble causa de salvar España y dotar a todos los españoles de paz, trabajo y progreso.

A quienes llegamos a tiempo de ser niños los pobres de la posguerra nos ha pillado algo tarde lo de ser eso que llaman influencers y pescar o ser pescados en las redes sociales. Pero aunque no seamos muy prolíficos en mensajes electrónicos no por ello dejan de llegarnos opiniones y discursos que nos elevan todavía más nuestra agitada tensión. Y no es para menos. Que nos digan a nosotros que con Franco se vivía mejor, que no había corrupción y que fue el franquismo el trajo todos los avances en derechos, salarios, servicios públicos, vivienda social, etc. no puede dejar de remover nuestra memoria.

No saben los jóvenes (y algunos no tan jóvenes) admiradores de ese generalísimo, al que había que dedicarle la calle principal de todas las poblaciones, que durante la dictadura se pasó mucha hambre, que el trigo y otros productos esenciales del campo eran monopolizados por el gobierno, que había cartillas de racionamiento, que en la escuela solo te enseñaban a obedecer y rezar, que para muchos trabajadores el salario apenas llegaba para el pan de cada día, que las mujeres pasaban de estar sometidas la autoridad del padre a la del marido, que en Semana Santa y otras fiestas de guardar la jerarquía católica prohibía trabajar en tus propios campos, comer carne -aunque había poca para el pueblo-, que hubiera sesiones de baile y que las emisoras de radio y los cines programaran algo que no fuese música religiosa o historias de santos.

Franco y los suyos también desataron una feroz cacería política contra todo el que no siguiera sus ideas reaccionarias. Nada más acabada la guerra se persiguió y reprimió a las distintas corrientes que habían formado parte del bando republicano (que dicho sea de paso, representaba al gobierno legal). Cientos de miles de hombres y mujeres fueron encerrados en cárceles y campos de concentración, siendo muchos de ellos asesinados a pesar de no haber cometido más delito que simpatizar con un  sindicato obrero o un partido de izquierdas.

En unos casos los presos eran sometidos a una farsa de juicio donde inevitablemente acababan condenados a muerte o largas penas de prisión; en otras muchas situaciones eran sacados de sus casas por hordas formadas por fascistas, caciques, militares o guardias civiles y fusilados junto a cualquier cuneta o tapia de cementerio, siendo después enterrados allí mismo para ocultar sus cadáveres a las familias. Hasta en 6.000 de esas fosas comunes siguen hoy, a cincuenta años vista, sin haber sido rescatados e identificados muchos cuerpos de las víctimas.

Franco se pasó toda la dictadura firmando sentencias a la pena capital. Incluso dio el visto bueno a los fusilamientos del 27 de septiembre de 1975; a menos de dos meses de su propia muerte. Antes, en marzo de ese mismo año, hizo pasar por el garrote vil al militante libertario Salvador Puig Antich.

Lo patético de la ola neofascista que recorre España no es que cada 20N media docena de falangistas entrados en carnes y cuatro requetés nostálgicos desempolven sus banderas y planchen sus viejas camisas para cantar el Cara al sol; lo más patético es que sean rebaños de jóvenes los que quieran volver a aquella España de miseria, torturas y prohibiciones.

Antonio Pérez Collado, CGT-València.


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